16/04/2025 07:52
16/04/2025 07:52
16/04/2025 07:52
16/04/2025 07:52
16/04/2025 07:51
16/04/2025 07:51
16/04/2025 07:51
16/04/2025 07:51
16/04/2025 07:51
16/04/2025 07:50
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 16/04/2025 02:39
Iqbal Masih, el niño pakistaní esclavizado que fue asesinado por denunciar a sus explotadores “Yo era uno de los millones de niños esclavos en Pakistán. Hoy soy libre, y quiero que todos los niños del mundo sean también libres”, dijo Iqbal Masih en 1993, con la certeza de quien había conocido el miedo, pero también el coraje. Sus hermosos ojos marrones brillaban luego de años de encierro y esclavitud. Tenía apenas diez años y hablaba ante una multitud que lo escuchaba en silencio y lo admiraba emocionada. Dos años más tarde, el 16 de abril de 1995, fue asesinado a tiros en su aldea natal. Tenía doce. Su vida arrebatada fue muy breve, pero dejó una huella profunda en la lucha por los derechos infantiles. A los cuatro años conoció la esclavitud: había sido entregado como garantía de una deuda familiar y obligado a trabajar más de doce horas por día, durante seis años, en un taller de alfombras pakistaní. Pero también fue una vida atravesada por una lucidez innata y una militancia feroz en defensa de los derechos de sus pares. Desde el momento en que logró escapar, no volvió a callar. Con una determinación que desafiaba su edad, Iqbal denunció públicamente a los patrones que lo habían explotado, a los empresarios que se enriquecían con el trabajo infantil y a las autoridades que miraban hacia otro lado. Su voz incomodó a muchos y dejó su testimonio recorriendo escuelas, templos, foros internacionales y medios de comunicación. Su historia, tan breve como dolorosa, se convirtió en una bandera. Cada 16 de abril, en el aniversario de su asesinato, se conmemora el Día Mundial contra la Esclavitud Infantil. La fecha recuerda no solo al niño que se animó a hablar, sino a los millones que aún hoy siguen silenciados. A través de campañas, actos educativos y gestos de memoria, la figura de Iqbal sigue presente como un faro y como la prueba de que incluso un niño puede desafiar a los poderosos y decirles, sin miedo: “Ya no temo al patrón. Él me teme a mí”. Iqbal marchando contra el trabajo forzado (Bergmar Produktion) Su vida a cambio de dinero para un casamiento Iqbal nació en 1983, en Muridke, al norte de Pakistán. Allí creció en el seno de una familia pobre y fue entregado a los cuatro años como garantía de un préstamo —se dice que fue de entre seis y doce dólares—, que su madre había solicitado para cubrir los gastos de la boda de su hermano mayor. El sistema que permitió ese cruel acuerdo es conocido como peshgi. Una forma de servidumbre por deudas. Los niños trabajaban para saldar préstamos imposibles de pagar debido a intereses desmedidos y sanciones arbitrarias. En la realidad, era una forma encubierta de esclavitud infantil. Durante seis años, Iqbal fue esclavizado en un taller de alfombras ubicado en las afueras de Lahore, una ciudad industrial de Pakistán. Era obligado a trabajar en un espacio cerrado, sin ventilación, con decenas de menores encorvados frente a telares durante jornadas interminables. Él trabajaba más de doce horas al día, los siete días de la semana, y le daban de comer lo mínimo. No tuvo acceso a la educación y vivía bajo una vigilancia constante. Si cometía errores en el tejido o no alcanzaba a cumplir con la producción diaria exigida, era castigado físicamente. Según documentó Human Rights Watch en su informe Contemporary Forms of Slavery in Pakistan (1995), este tipo de talleres condenaba a los niños a una esclavitud prolongada y legalmente invisibilizada. “No nos trataban como niños, sino como máquinas para producir”, recordaría Iqbal en una de sus primeras entrevistas, al recuperar su libertad. Iqbal quería ser abogado y liberar a los niños de las fábricas de alfombras Cuando tenía diez años logró escapar durante un momento de descuido de los vigiladores y se refugió en la sede de la organización Frente de Liberación del Trabajo Forzoso —Bonded Labour Liberation Front (BLLF)—, con sede en Lahore, que desde los años 80 denunciaba el trabajo forzoso infantil y que ofrecía asistencia legal y educativa a menores en situación de servidumbre. Fue allí donde Iqbal escuchó por primera vez la palabra “derechos”, donde aprendió a leer y escribir, y donde comenzó a reconstruir su identidad fuera del taller. A partir de ese momento, se convirtió en una de las voces más firmes del movimiento contra el trabajo infantil en su país. Con solo once años, ya hablaba ante multitudes. Su testimonio, contado en primera persona y recordando su propia experiencia, expuso la crueldad de las redes de explotación infantil en Pakistán y lo dejó a él como la voz de un movimiento que exigía justicia. Iqbal se calienta el cuerpo con una bufanda mientras tomas clase en la escuela De esclavo a activista Su historia bien pudo quedar perdida entre en las miles de miles de historias de niños devorados por la esclavitud silenciosa que ocurría en los talleres paquistaníes. Pero a los diez años, en un acto de determinación poco común, logró escapar. Asustado, por si lo atrapaban y conociendo las consecuencias, Iqbal corrió por calles desconocidas hasta llegar a la sede de aquella organización local que lo acobijó, le dio refugio, y también una nueva identidad. Cuando comprendió sus derechos y la realidad que le había tocado vivir, gracias a la educación que recibió, comenzó a desarrollar una conciencia crítica sobre el sistema que lo había oprimido y decidió no callarse. Había nacido en él el fuego del activismo que hizo de su sufrimiento una causa. Comenzó a participar en campañas de concientización contra el trabajo infantil, dio conferencias públicas y recorrió escuelas junto a miembros de la BLLF. Su testimonio como una víctima directa, lo convirtió en una voz poderosa: con absoluta firmeza, no dudó en señalar a los patrones, a los intermediarios, a los políticos que permitían que miles de niños siguieran atrapados en las redes de trata de menores. Su figura no demoró en trascender pronto las fronteras de Pakistán. En diciembre de 1994 fue invitado a Estados Unidos por la Reebok Human Rights Foundation, que le otorgó el Youth in Action Award, un reconocimiento internacional que apoyaba a jóvenes activistas comprometidos con la defensa de los derechos humanos. Durante la ceremonia en la Northeastern University de Boston, frente a cientos de estudiantes y activistas, pronunció un breve pero contundente discurso en inglés. “Somos pobres, pero no somos criminales. Tenemos derecho a vivir, a jugar, a ir a la escuela y a soñar. Por favor, ayúdennos a detener la esclavitud infantil”, pidió el niño que soñaba convertirse en abogado para defender a quienes padecían lo que él. En 1994, viajó a Estados Unidos para recibir el "Reebok Human Rights Youth in Action Award", en Boston. Dio un encendido discurso ante cientos de personas Este galardón fue creado especialmente para él, ya que, debido a su corta edad, no encajaba en la categoría habitual de premiados menores de 30 años. “Soy uno de esos millones de niños que sufren en Pakistán por el trabajo infantil y la servidumbre por deudas, pero tengo la suerte de que, gracias a los esfuerzos del Bonded Labour Liberation Front, salí en libertad y estoy aquí frente a ustedes. Después de mi liberación, me uní a la escuela del BLLF y ahora estoy estudiando allí. Para nosotros, los niños esclavos, Ehsan Ullah Khan y el BLLF han hecho el mismo trabajo que Abraham Lincoln hizo por los esclavos de América. Hoy, ustedes son libres y yo también soy libre”, expresó al recibir el reconocimiento y fue ovacionado. Durante esos días en Estados Unidos, Iqbal también visitó la Broad Meadows Middle School en Quincy, Massachusetts, donde compartió su historia con estudiantes que, conmovidos por su relato, iniciaron una campaña para construir una escuela en su honor en Pakistán. Iqbal había logrado llevar su voz por el mundo y ese viaje fue un punto de inflexión: se convirtió en símbolo global de la lucha contra el trabajo infantil. A su regreso, continuó dando charlas en escuelas rurales de Punjab y denunciando públicamente a los responsables de la esclavitud infantil en la industria textil y escribía discursos junto a otros jóvenes liberados del trabajo forzado y colaboraba con la recolección de datos sobre niños esclavizados en la industria de alfombras y ladrillos. Era un niño valiente, pero a los ojos de sus explotadores, también una amenaza para un sistema económico que se beneficiaba del silencio. Iqbal dando charlas sobre los derechos de los niños en las escuelas Según el diario The Guardian y reportes de la BBC Urdu, en ese tiempo comenzó a recibir amenazas de muerte. Integrantes de la BLLF aseguraron que varios empresarios vinculados a la “mafia de las alfombras” lo veían como una amenaza directa, no solo por sus denuncias, sino porque alentaba a otros niños a escapar del sistema. La presión aumentó cuando los medios internacionales comenzaron a contar su historia como símbolo de la lucha contra la esclavitud infantil, cosa que incomodó a los explotadores a cargo de la producción artesanal que usan el trabajo forzado para sostener sus exportaciones. En las semanas previas a su asesinato, Iqbal había participado de actividades organizadas por la BLLF en localidades rurales del distrito de Sheikhupura. También preparaba un nuevo viaje al extranjero para seguir difundiendo su testimonio, invitado por organizaciones europeas. Pero no sucedió. El 16 de abril de 1995, mientras paseaba en bicicleta con un primo cerca de su casa en Muridke, fue asesinado a balazos. Su muerte truncó una de las voces más poderosas que habían emergido contra el trabajo infantil esclavo en Asia. Iqbal se convirtió en activista de los derechos infantiles en el Frente de la Liberación del Trabajo Forzado El silencio después del crimen La versión oficial cuenta que el crimen de Iqbal fue producto de una disputa familiar, explicación que fue rechazada desde el inicio por la BLLF, su familia y diversas organizaciones internacionales de derechos humanos. Según reportó The Guardian en 1997 en “Who Killed Iqbal Masih?”, había indicios de que el asesinato fue ordenado por miembros de la llamada “mafia de las alfombras”, un despiadado grupo de empresarios y comerciantes que controlaban la producción artesanal y vivían del trabajo infantil esclavo. La industria paquistaní de alfombras, que en los años noventa exportaba millones de dólares anuales a Europa y Estados Unidos, tenía fuertes intereses en mantener ocultas las condiciones en las que se fabricaban sus productos. Iqbal no solo había visibilizado esas prácticas sino que había dado nombres, cifras y rostros en una denuncia que comprometía a actores poderosos. Su creciente notoriedad —en los medios, en foros internacionales, incluso en instituciones educativas— lo convirtió en un objetivo. Tras su asesinato, la investigación fue rápida y superficial. No hubo juicio, ni detenidos, ni peritajes consistentes. Su familia recibió amenazas y algunos de sus hermanos abandonaron la región por miedo a represalias. La BLLF, por su parte, denunció presiones y operativos en sus oficinas, aunque logró seguir funcionando con apoyo internacional. Su muerte provocó conmoción mundial. Organismos como UNICEF y Human Rights Watch exigieron justicia. En las semanas posteriores, se realizaron vigilias en su memoria en varias ciudades del mundo. Sin embargo, en Pakistán, el caso fue archivado sin mayores avances. Hasta hoy, su asesinato permanece impune. Iqbal nunca volvió a la fábrica, ni a su casa paterna Esclavitud infantil hoy A treinta años de su muerte, la figura de Iqbal Masih sigue siendo un emblema global contra la esclavitud infantil. Su nombre fue utilizado en campañas de sensibilización, programas educativos y premios internacionales. Sin embargo, los problemas que denunció persisten. Según el informe conjunto publicado por UNICEF y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) en 2023, más de 160 millones de niños en el mundo están sometidos a trabajo infantil, de los cuales unos 79 millones realizan tareas peligrosas o forzadas. El sur de Asia, donde vivía Iqbal, sigue siendo una de las regiones con mayores índices de trabajo esclavo. Además, el informe destaca que una de cada diez niñas y niños en el mundo trabaja, y que los conflictos armados, la pobreza extrema y las crisis climáticas profundizan las condiciones que favorecen la explotación. Las cadenas de suministro globales continúan siendo un punto crítico: productos como el cacao, el algodón, las alfombras o los minerales electrónicos están entre los más asociados a trabajo infantil forzado. La historia de Iqbal Masih no solo puso rostro a la opresión y lo que eran simples estadísticas: demostró que incluso en la infancia más oprimida puede surgir una voz capaz de conmover al mundo. Su breve vida dejó un mensaje que sigue vigente.
Ver noticia original