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» Diario Cordoba
Fecha: 14/04/2025 02:02
Cuántas vueltas y espectaculares giros de guion ha dado la vida del premio Nobel Mario Vargas Llosa, fallecido este domingo en Lima a los 89 años, desde que en 1962 en la ciudad de Barcelona el Premio Biblioteca Breve le descubrió al mundo con ‘La ciudad y los perros’ y de paso estableció el kilómetro cero de algo que todavía estaba fraguándose. Un movimiento llamado muy oportuna y muy comercialmente Boom, con un padre como el editor Carlos Barral y una madre, la agente literaria Carme Balcells, que rompería las fronteras de la literatura en castellano en el mundo para hacerse universal. Hay una frase del uruguayo, caótico, genial, Juan Carlos Onetti que definió muy bien el talante del peruano. Para él, decía, “la literatura era una amante” mientras que en el caso de Vargas Llosa “se trataba más bien de una esposa a la que hay que atender cotidianamente”. El compromiso del peruano a este respecto, serio y profundamente formal, es el de un escritor profesional que se documenta hasta la extenuación en la materia de la que va a tratar y no deja nada al azar. Si hasta el momento había imperado el modelo de escritor autodestructivo, alcoholizado y genialoide, él supone un tipo de creador más mesurado y profesional, más acorde con los tiempos. Su seriedad era legendaria, jamás se le vio desmelenarse entre los rojos sofás de Bocaccio, el centro del ocio chic del momento, de los cuatro años, de 1970 a 1974, que vivió con su familia en Barcelona. “A veces soltabas una broma y él no entendía la ironía. Se tomaba las cosas muy en serio, pero a la vez era incapaz de decir algo que te pudiera molestar”, recordaba su amigo Salvador Clotas. Mario Vargas Llosa en la entrega del Premio Nobel de Literatura de manos del rey Carlos Gustavo de Suecia en 2010. / JONATHAN NACKSTRAND / AFP El padre odiado El primer momento significativo en la vida del escritor se produce a los 10 años cuando se entera que el padre al creía muerto –así se lo había dicho su madre para no revelarle que se habían separado- en realidad seguía vivo y había regresado para amargarle la existencia. El chico había crecido entre algodones rodeado de mujeres y ese padre dictador y macho alfa volverá con la intención de convertirle en un hombre a la antigua usanza. Marito lo odió por ello. Cuando se haga escritor, el rechazo contra el hombre poderoso se situará en el centro de sus grandes novelas: ‘Conversación en La Catedral’, ‘La guerra del fin del mundo’ o ‘La fiesta del Chivo’. El padre odia las veleidades literarias del hijo y este se aferra a ellas, entre otras muchas cosas, porque sabía que su vocación como escritor le iba a molestar. Irónicamente, a los 14 años ese padre terrible le envía a la academia militar Leoncio Prado de Lima, un ambiente opresivo donde la lectura de Victor Hugo y Alejandro Dumas funcionará como una especie de salvavidas. También será el humus donde crezca ‘La ciudad y los perros’, crónica heroica de aquellos tiempos tremendos. Fotografía de archivo, tomada el 25 de septiembre de 2007, del escritor peruano Mario Vargas LLosa, durante una conferencia en la Fundación Juan March, en Madrid (España). / ANGEL DIAZ / EFE Luego, como bien contó en la deliciosa ‘La tía Julia y el escribidor’, a los 19 años se enamoró de la hermana de la mujer de un tío suyo -una divorciada diez años mayor que él- , escandalizó a la familia y marchó a París, centro del mundo literario por aquel entonces, donde a la buena burguesa que era Julia Urquidi no se le cayeron los anillos a la hora de trabajar mientras él, muy convencido de su talento, se dedicaba a escribir. Tiempo después acabado el matrimonio con su ‘tía’, Vargas Llosa se casó con su prima hermana Patricia Llosa, madre de sus tres hijos. Sus historias con las mujeres En aquellos años parisinos Vargas Llosa gastaba fama de conquistador. Un conquistador pasivo porque solían ser ellas las que se le acercaban, como reveló el escritor canario Juancho Armas Marcelo que lo trató por entonces. Su vida sentimental ha sido siempre bastante aireada. Con momentos tan suculentos para el cotilleo como el affaire del puñetazo a García Márquez por haber intentado seducir a Patricia (o al revés) y la relación de casi ocho años, papel couché mediante, mantenida con Isabel Preysler con el poco elegante final que todos conocemos. Incluso aquellos que ignoraban que era uno de los grandes autores del siglo o que hubiera ganado un Nobel en el 2010 supieron entonces de su existencia. Fotografía de archivo, tomada en julio de 2007, del escritor peruano Mario Vargas Llosa, en Madrid (España). / EMILIO NARANJO / EFE París, el lugar donde se hace escritor, potencia también su pasión por la cultura francesa, algo que no olvidará el pasado 2023, cuando entró a formar parte de la Academia francesa siendo el único escritor de expresión no francesa que la integra. Con Flaubert, su autor de cabecera, descubre su vocación realista. Con Sartre –sus amigos de entonces llegaron a llamarle “el sartrecillo valiente”-, la faceta de intelectual comprometido que será crucial en su articulismo periodístico. Veleidades políticas Su posición en la izquierda política tiene su punto de inflexión en el célebre manifiesto que firma y prácticamente redacta en Madrid en 1971 a favor del cubano Heberto Padilla, encarcelado por Fidel Castro. A partir de ese momento, el autor inicia un importante viraje ideológico desde la izquierda que acaba convirtiéndole en un líder de opinión conservador y una bestia negra para buena parte de la antaño poderosa izquierda intelectual latinoamericana, llegando incluso a hacer declaraciones tan peregrinas como su preferencia en Brasil por Jair Bolsonaro antes que Lula da Silva, aunque el primero le pareciera un “payaso”. La implicación política del autor, nombrado marqués de Vargas Llosa por el emérito, tiene su momento clave en las elecciones de 1988 en el fallido intento de convertirse en presidente de Perú cuando fue derrotado por el populista y más tarde autogolpista Fujimori. Hay quien dice que la participación de Patricia Llosa en la campaña electoral cubierta de joyas y pieles no ayudó demasiado a que la población -9 millones de pobres en una población total de 34 millones- se sintiera identificada con el candidato que corriendo los años acabó aliándose con el fujimorismo autoritario apoyando a la hija del dictador, Keiko Fujimori. Curiosamente, ese neoliberalismo que el autor cultiva en sus artículos y que le ha conducido a hacer furibundas declaraciones antinacionalistas frente al problema catalán –y que le llevó a abandonar el PEN Club Intenacional- o a exaltar la figura de Isabel Díaz Ayuso, brilla por su ausencia en sus ficciones. No está por supuesto en ‘Conversación en La Catedral’ –esa obra maestra- que indaga en el momento en el que se jodió el Perú, ni siquiera aparece en sus novelas más recientes como ‘El sueño del Celta’, donde mira comprensivamente el nacionalismo irlandés o en ‘Tiempos recios’, sobre el golpe militar en la Guatemala de los años 50. Queda por publicar la que será ya la novela póstuma del autor que llevará por título '¿Un champancito, hermanito?', una obra sobre el vals peruano, escrita entre su apartamento de Lima, en el barrio exclusivo de Barranco frente al mar, y el piso de la calle Flora en el Madrid de los Austrias, donde atesoraba una curiosa colección de figuritas de hipopótamos que le regalaron los amigos.
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