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  • “Las Cautivas”, una historia que refunda las lógicas de la argentinidad con una mirada corrosiva y disidente

    » El Ciudadano

    Fecha: 07/04/2025 17:40

    Miguel Passarini Con Las Cautivas, primera pieza de un corpus de obras al que llamó La Saga Europea, el notable dramaturgo y director de teatro porteño, de trascendencia nacional e internacional, Mariano Tenconi Blanco, instala un nuevo modo de revisar la historia. Y lo hace poniendo una pata en la tradición literaria y dramática pero con un profundo sentido revisionista y sin solemnidades, pone la otra en el presente, es decir en un tembladeral, para abordar una dramaturgia que va de lo clásico a lo contemporáneo con una fluidez, sensibilidad, inteligencia y una saludable cuota de disparate, que se vuelve oportuna, fresca y bellamente delirante para un presente tan sombrío donde muchos de los temas que transita la obra pertenecen a una agenda que intentan voltear. Las Cautivas pasó por La Comedia, sábado y domingo (teatro al que ya se especula podría volver en breve) con dos funciones a sala llena y su arribo a la ciudad tiene por detrás, entre muchos otros condimentos, el valioso trabajo de Pulpo Producciones, una nueva e independiente productora rosarina que hace foco en escénicas que van de lo alternativo a lo comercial, apelando particularmente a la calidad de los materiales programados por encima de todo lo demás. Con los ecos del poema épico y fundacional de la literatura argentina La Cautiva, de Esteban Echeverría, de 1837, Tenconi Blanco no le teme a la incorrección, a lo supuestamente sagrado e intocable sino que lo hace carne, y allí radica su mayor acierto, sumado a la elección de dos actrices descomunales como son Laura Paredes y Lorena Vega a las que dirige con notable eficacia. Es así como este acontecimiento teatral, una creación de la Compañía Teatro Futuro, y una producción original del Complejo Teatral de Buenos Aires estrenada en 2021, abre el juego a una serie de lógicas en las que el dramaturgo y director se propone trabajar la relación entre Europa y América a partir de mitos de la literatura a los que transita, revisa, fusiona y contradice sacudiendo el polvo de sus estructuras. En ese devenir de un relato que va de los versos a las diatribas, imagina la historia de amor de una joven francesa, que llega a estos pagos para casarse en un matrimonio convenido con un poderoso cagatintas criollo de nombre Eugenio Díaz Iraola, pero todo sale mal (o bien) y ella es secuestrada por un malón y luego rescatada por una india, y ambas, entre la espesura y el divague propio del vacío de una tierra inhóspita, terminan perdidamente enamoradas y arrolladas por el deseo mientras cabalgan sin rumbo. Fugadas, corridas, desplazadas, animadas, abismadas, y al mismo tiempo, protagonistas de un relato que se cocina al calor de la evocación en un espacio escénico recoleto y efectivo en el que están, cada una a su tiempo, acompañadas por un universo sonoro que es mucho más que la música (piano, elementos de percusión y otros derivados de la tecnología) que propone en vivo el músico y compositor Ian Shifres, Las Cautivas es precisamente desde esa lógica del relato el disparador de un sinfín de imágenes y sensaciones. Abrevando en un teatro que se sustenta en lo narrativo pero, al mismo tiempo, en un dispositivo donde, desde lo escénico, va sumando capas y detalles muy simples pero muy efectivos, en Las Cautivas todo gira alrededor de los contrastes entre la idiosincrasia europea de cara al vacío y la inmensidad de este lado del mundo. Se trata de una épica de amor diverso que, como dice su creador, funda un nuevo mito como lo ha hecho el teatro desde sus confines. Y lo hace desde un sentido disruptivo, deliberada y consecuentemente Queer, donde si bien queda claro en un comienzo lo escindidas que están las miradas de eso que llaman con admiración positivismo francés frente a la negación indigenista latinoamericana, todo pasa a un segundo plano porque la historia de amor entre estas mujeres es más poderosa, más radical, y desde el relato y las actuaciones suman todos los elementos para que ese amor que se opone a un supuesto canon de “normalidad” sea bien visto, aceptado y hasta festejado por el espectador, cerrando así un círculo virtuoso que late desde el comienzo de la obra y que termina estallando en la platea. Ríos anchos o angostos y uno de un plata vibrante, lluvias, animales peligrosos, unos soldados con destino infeliz y hasta una niña enferma digna de una cura mágica fluyen en paisajes que no están pero se ven, formas y lugares que se dibujan con palabras, ideas que irrumpen como bajadas de línea a través de una hibrides intencional, con una fuerte crítica a las contradicciones de la Iglesia y sus aláteres, juegan una y otra vez entre un supuesto romanticismo fundacional (como el del mismísimo Echeverría) y la aspereza de una historia de muertes y arrebatos propia de un país que desde sus orígenes huele a tristeza y a sangre. Lo francés y lo argentino, una literatura que Tenconi Blanco redescubre y rescribe ya no pensando en la tradición rancia y heteronormada sino en un amor descomunal y afiebrado entre la joven Celine y una india con destino de heroína llamada Rosalila, o como se refieren una a la otra, Elegida y Mensajera, una especie de mujer-chamán de presencia hipnótica, son el camino y el lugar de llegada de una obra con destino de clásico. Pero acaso el mayor de los logros que propone el material esté en el modo en el que esa historia que se cuenta entre el humor y la nostalgia, en un momento, salta a la platea, más allá de todos los intentos en su recorrido, de forma definitiva. Y es esa semilla que germina en escena y que habla de un origen compartido la que se convierte en una especie de árbol enorme que se ramifica, en uno de los finales más simples y bellos del que se tenga memoria en el teatro argentino de los últimos años, donde el campo de lo sensible se apodera de todo y dispara una serie de sentidos en cada uno de los espectadores que no podrán (por suerte) escapar de la emoción.

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