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  • El discurso del rey desnudo de soberanía

    Concordia » Diario Junio

    Fecha: 06/04/2025 22:41

    Los aniversarios solemnes con respecto a las fechas patrias tienen ese «no sé qué» de rutina melancólica, sin llegar a ser una conmemoración eufórica. Porque las nieves del tiempo han logrado diluir ese sentimiento patrio de otras épocas. Pero este aniversario de la Gesta de Malvinas tenía una connotación especial por la representatividad de quienes presidieron los actos, que eran esperados con ansiedad. Luego de haberse hecho efectivos los mismos, tanto en la Plaza San Martín en la Capital como el realizado en Tierra del Fuego, es difícil ocultar la indignación de propios y extraños cuando ese personaje antropológicamente retrógrado y pusilánime que ostenta el cargo de Presidente de la Nación desconoció lisa y llanamente el reclamo histórico de la soberanía argentina sobre las islas, reconocido por las Naciones Unidas desde 1965. A la vez que se les negó la participación a los excombatientes, héroes de la gesta. Tanto Milei como la vicepresidenta Villarruel pronunciaron dos discursos en apariencia antagónicos, pero en el fondo, idénticos en lo que se refiere a escamotear el significado emancipatorio de la recuperación de Malvinas en 1982. Mientras que el «bufón» de Trump batía todos los récords de servilismo, sosteniendo la tesis según la cual las Malvinas son inglesas porque así lo determinan los usurpadores que allí moran, desde el lejano sur la indoblegable «malvinera» Villarruel jugaba todas sus fichas en su cruzada por la recuperación de las islas, apostando al panamericanismo, o sea, a EE. UU. Lo de Milei representa un nuevo escalafón hacia la cumbre de desmalvinización y el entreguismo. Más «lacayo» no se consigue. Tuvo en la platea a funcionarios de gobierno y un puñado de ancianos, la mayoría exoficiales de las FFAA, que escuchaban impertérritos una alocución con furcios, donde exaltaba a los kelpers y denostaba a los políticos argentinos. Mientras tanto, la «recua» que estaba a su lado —P. Bullrich, Petri, Espert, Menem, Francos, J. Macri y cía.— fingían demencia ante tanto estropicio histórico. Lo de Villarruel fue más emotivo. Viajó a Ushuaia para pedir un reconocimiento a los veteranos y caracterizó a la causa Malvinas como un reclamo continental, y poder expulsar a la potencia colonialista. Pero se venía venir el mismo cipayismo de Milei cuando expresó, como parte de esa estrategia, los contactos con la que fue jefa del Comando Sur de EE. UU., la generala Laura Richardson, con miras a instalar una base militar en Ushuaia. Las críticas a ambos discursos, por ser contradictorios a la Constitución, les merecieron el mote de «traidores a la patria». El bufón de Trump propone que un país solo puede ser soberano cuando se es próspero y cuando la Argentina sea potencia. Mientras tanto, entreguemos el país en consignación, como se está haciendo no solo con Malvinas, sino con los miles de hectáreas que rodean a los parques nacionales Nahuel Huapi y volcán Lanín. Es que tanto Milei como Villarruel apuestan a Trump. El primero para mendigarle su influencia en el FMI para la extensión del préstamo ante el problema de no sucumbir ante la crisis que él mismo provocó. Y Villarruel le hace guiños a Trump para que EE. UU. le quite apoyo a Gran Bretaña en Malvinas, al igual que Galtieri y su camarilla de oficiales lo intentaron en 1982 con Ronald Reagan. Naturalmente, el panamericanismo que intenta Villarruel es una fantasía. Hace rato que el imperialismo occidental es un sistema de dominación global, que tiene su vértice superior en EE. UU. y su lugarteniente es el Reino Unido, que por otra parte no podría sostener la base de la OTAN en las islas sin el apoyo yanqui. No nos olvidemos del efecto causa y consecuencia, porque el intento de recuperar las Malvinas, con correlación de fuerzas totalmente adversas, contribuyó al triunfo militar del Reino Unido. Que a su vez tiró por la borda trabajos de Cancillería hechos con notables progresos. Fue una torpeza política de una casta de militares originados por la dictadura militar y una afrenta de quienes, de la noche a la mañana, se vieron involucrados en una aventura delirante y trágica. Este gobierno, totalitario y autocrático, solo cree en la soberanía de sus hechos políticos, que no hacen más que indignar todos los días por la pérdida de todas las soberanías imaginables. Ojalá que conservemos la soberanía sobre la memoria histórica de quienes se atrevieron a fundar esta Nación, y que supimos degradar, cada uno a su turno. ¡Al que le quepa el sayo, que se lo ponga! ¡Viva la Patria!

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