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    » El litoral Corrientes

    Fecha: 06/04/2025 22:17

    n Estaba silenciosa doña Maruja meciéndose en el sillón, de esos de trenzados europeos, era raro, normalmente canturreaba viejas coplas españolas llenas de añoranzas por su tierra lejana que no volvería a ver, esa tarde se embriagó de la sombra que bajaba mientras el sol se escondía sobre el río Paraná hacia la costa chaqueña, miraba con tristeza la nada, el libro que leía con sus ojos cansados de muchos años, yacía inerte sobre un banco rústico de madera dura, abierto en una página que exhibía un título que decía: “Del alma…". Su hija Rosario la miraba con inquietud, la escena no le gustaba, menos el silencio que contagiaba a los nietos que abandonaron el bullicio para mirar a la abuela, justamente ella que cantaba y reía como las campanillas de los cascabeles, algo raro ocurría. Rosario como de costumbre le ofreció un té de aromas españoles, recibió por respuesta una invitación a sentarse junto a ella, indicando con la mano una butaca cercana como la vida misma. -Rosario-, expresó: -aleja a los niños que te diré algo importante, sólo tú y yo seremos los depositarios del secreto, ten valor para lo que vas a escuchar-. La aludida llevó a los chicos con su hermana, volvió sobre sus pasos a sentarse junto a su querida madre que rondaba los noventa años. -Tú dirás madre-, dijo Rosario con cariño tomándole la mano, notando que estaba más fría que de costumbre. La aludida observándola desde el fondo insondable de sus ojos azules como el cielo, cansados con el tiempo a cuestas respondió: -Rosario querida, sabes que anoche tuve un sueño extraño o probablemente no fue sueño, me visitó mi madre que Dios la tenga en la gloria, enterrada en el viejo cementerio de Alicante (España) para anunciar que mis días en este viaje terrenal terminan esta noche, que no tuviera miedo porque ella vendría a buscarme tal como me trajo al mundo, debajo de los olivares lejanos-. Diciendo esto se arregló los cabellos con la mano, mientras con la otra sostenía la de su hija que la miraba cubierta de lágrimas. Continuó: -no llores por la Macarena, he sido feliz en esta tierra de Corrientes, como dice el poeta coseché mieles y hieles, fueron más las mieles te aseguro. Tengo una vida agraciada, todo termina, qué mejor compañía para el viaje que con mi madre-. Rosario no podía contenerse, su llanto rebasaba su resistencia, no podía admitir desprenderse de algo tan querido. Afirmó doña Maruja: -derrama tus lágrimas, es lo natural, te pido dos cosas: no me entierres en ningún cementerio, ordena mi cremación y nunca te olvides, por favor no te olvides, te digo de abrir las ventanas, todas para no quedar encerrada en la casa-. La hija compungida, llorosa interrogó con los ojos porqué: -sólo abre las ventanas para que el alma o espíritu no quede atrapado en estas paredes tan queridas de nuestra casa de bajada al río, hacia el cementerio de la San Francisco, porque suele ocurrir que con el luto cierran puertas y ventanas, entonces el alma poseída de profundas raíces en el lugar se queda flotando sin saber el rumbo, deja que parta en paz, suelta las amarras-. Rosario acomodó su cabeza en el regazo de su madre y lloró desconsoladamente, lo que provocó una conmoción en la casa, las dos hermanas menores corrieron a ver lo que ocurría, nadie entendía nada salvo las interlocutoras.Lentamente Rosario estampándole un beso en ambas mejillas a su madre se levantó, se dirigió a sus hermanas con una seña de manos, las llevó al viejo patio medieval, vestigios de la colonia, hoy es la calle Mendoza entre 25 de mayo y Quintana. Con dulzura y el amor que se prodigaban narró lo sucedido, el llanto explotó entre los naranjos, guayabas, nísperos, aguaí y las plantas florecidas, de pronto las hojas parecían adormecidas. La hermana mayor como lo hacía siempre abrazó a sus hermanas menores, las cobijó, consoló, debían prepararse para ver partir a su madre bendita, ralentizado el tiempo se dirigieron a las habitaciones bajo las galerías. Maruja ayudada por el bastón de mango de plata cordobesa española, se dirigió al sanitario, sus hijas le alcanzaron la ropa limpia, se higienizó, luego se dirigió al espejo tan antiguo como ella, se acicaló elegantemente, pidió con dulzura a sus hijas que le trenzaran los cabellos grises que hacían juego con las arrugas de tiempos felices vividos, sonrió. Dispuesta a esperar su destino con su elegancia, luego de perfumarse, marchó al dormitorio a acostarse. Las hijas con la tristeza de toneladas de peso, observaron a su madre ingresar al pasillo secreto de los sueños, ninguna de ellas se movió un instante del lugar de observación, el personal de servicio recibió instrucciones de cuidar a los chicos, además atender a sus esposos que intrigados no tenían idea de lo que pasaba. Al caer la noche exactamente a las 21 horas, Maruja se sentó sonriendo, abriendo los brazos para estrujar a una sombra que ingresó desde la nada a la habitación, Rosario corrió en dirección a las ventanas, las abrió de par en par, no le importaba el frío de ese junio lluvioso en la ciudad de Vera.La sombra que ingresó a la habitación cobró forma lentamente ante la mirada atónita de sus nietas desconocidas, para expresarles en un valenciano cerrado: -vaya, vaya majas, que son bellas mis raíces en estas tierras lejanas-, regalándoles una sonrisa que ninguna de las observadoras olvidará jamás. Tomó a la sombra de Maruja dejando el cuerpo yacente, ambas volaron hacia una de las ventanas no sin antes decir, -siempre abran las ventanas para que las almas vuelen a su destino, niñas con donaire-. Maruja yacía inerte en su cama con una sonrisa imborrable, había paz en su rostro.Lo demás es sabido, novenas, rezos, llantos sentidos y no tantos, como habitualmente ocurre. Las cenizas de Maruja fueron enterradas entre sus plantas, desde entonces parecen florecer con mayor color y aroma. En muchas ocasiones la elegida Rosario, en la galería del viejo patio medieval de la colonia, recibe la visita del espíritu de Maruja que no dice nada, sólo le sonríe

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