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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 06/04/2025 04:33
Karina Milei, Jorge Macri, Leandro Santoro, Horacio Rodríguez Larreta, Martín Lousteau y Ramiro Marra El país acelera rumbo a las primeras citas de un largo e inédito calendario electoral en medio de la gestación y desarrollo de una suerte de “tormenta perfecta” en la que se combinan e imbrican elementos internos y factores externos tanto en sus dimensiones políticas como económicas, que profundizan turbulencias, amplifican niveles de incertidumbre e incrementan la conflictividad política y social. En lo económico, otrora el pilar sobre el que se erigía la particular fortaleza del oficialismo, hoy convertido casi en una soga sobre el que hace equilibrio un elefante, se encendieron múltiples luces de alarma ante el inminente anuncio de un acuerdo con el FMI que podría incluir algún cambio en el régimen cambiario, una definición que el Gobierno pensaba dilatar hasta después de las elecciones legislativas de octubre, no solo por el potencial impacto en la opinión pública de un salto de la divisa estadounidense sino por la posibilidad de que reapareciera el espectro inflacionario que Milei argumenta ya haber exorcizado. Sostenida pérdida de divisas de un Banco Central que, con reservas netas en negativo, encadenó más de 10 jornadas consecutivas con saldo vendedor en el mercado oficial; turbulencias que presionan sobre el mercado cambiario en un escenario de expectativas devaluatorias; deterioro de los activos argentinos que cotizan en Wall Street y repunte del riesgo país; grandes inversiones que no llegan pese a incentivos como el tan promocionado RIGI; reactivación económica que aunque pueda insinuarse -y con profundas disparidades sectoriales- en las estadísticas no parece materializarse en el bolsillo de los ciudadanos de a pie, son solo algunos de los tantos indicadores de un escenario que se complejiza aún más por el agresivo proteccionismo de Trump y el comienzo de un tiempo de impredecibles “guerras comerciales”. En lo político, donde la decadencia propia de un sistema aún en proceso de franca descomposición es aún más palpable, todo parece teñirse con un barniz electoral. Un barniz, por cierto, cada vez más pestilente, que por estas horas contamina casi todo lo que hacen oficialistas y opositores. Del lado del heterogéneo espectro opositor, en un escenario altamente fragmentado, sin liderazgos aglutinantes, y con una legitimidad social horadada, se imponen conductas que van desde el “sálvese quien pueda” hasta la más cruda versión de la “hoguera de las vanidades”, con una amplia gama de matices que incluyen el instinto de supervivencia, el temor, o el pragmatismo. Del lado de las huestes oficialistas, los golpes son evidentes desde aquella intempestiva y destemplada jornada en Davos que inauguró una sucesión de errores no forzados, negligencias, conflictos innecesarios y resonantes derrotas como la de los pliegos de la Corte Suprema esta semana en el Senado, que ponen en entredicho no solo la autoridad presidencial sino muchos de los atributos de liderazgo con el que llegó y se sostuvo en el poder pero, que pese a la inestabilidad reinante en el país y en el mundo, no parecen alterar la veloz carrera de un presidente que se jacta de “acelerar en las curvas”. Es que la ola de la profunda decadencia que hizo posible la llegada de Milei al poder hace rato que ya alcanzó también a un presidente al que cada vez le cuesta más sostener la impronta rupturista, la pretendida “autenticidad” y el carácter fundacional que supieron alimentar la narrativa “anti-casta”, en un deslizamiento desde lo que parecían circunstanciales paradojas propias del pragmatismo o necesidades coyunturales, hacia viejas, repetidas en varios momentos de las ultimas cuatro décadas y tristemente célebres prácticas “en los bordes de la democracia”, como el cesarismo, las pretensiones hegemónicas o las visiones totalizantes. No llama la atención, entonces, esta suerte de clima de “todos contra todos” que parece reinar a sus anchas en una campaña electoral que, fruto de la confluencia de algunos de los ya mencionados factores políticos y económicos, nacionales y globales, parece haberse dramáticamente adelantado, convirtiendo la elección porteña del próximo 18 de mayo en mucho más que una disputa por las mayorías en la legislatura local y una suerte de pronóstico anticipado para las legislativas nacionales de octubre. Macri contra Milei, Milei contra Cristina, Bullrich contra Macri, Cristina contra Kicillof, Milei contra Villarruel, Rodríguez Larreta contra Macri, Marra contra Karina Milei, radicales enfrentados a sus propios correligionarios (Lousteau contra Abad, por ejemplo), entre tantos otros cruces en los abundan intereses mezquinos, “fuego amigo”, cálculos cortoplacistas, instintos de supervivencia y otras tantas pulsiones destructivas e incluso caníbales. Lo cierto es que en este espectáculo tan patético como trágico, tanto en la Ciudad de Buenos Aires como en la provincia homónima, lo que está en juego -aunque la tendencia autodestructiva, la antropomorfia y la procrastinación cieguen a sus protagonistas- trasciende los interrogantes que por estas horas se resuenan en las cámaras de eco del microclima de la política: ¿quién liderará el ahora competitivo espacio de centro-derecha en Argentina?, ¿habrá posibilidad de una confluencia entre el PRO y LLA en octubre?, ¿podrá el kirchnerismo seguir siendo el espacio más competitivo dentro del peronismo?, ¿será Kicillof quien encabece un proceso de renovación dentro del amplio espacio del justicialismo?, ¿hay espacio para terceros partidos como la UCR? Y, otras incógnitas todavía más explícitamente personalistas, como las que apuntan a si Cristina, Macri y la propia Karina Milei encabezarán alguna candidatura. Así las cosas, a contramano de las ansiedades de los políticos -oficialistas y opositores- por develar esas incógnitas, una sociedad mira todavía con indiferencia y poco entusiasmo la excitación electoral, más preocupada por el presente y futuro inmediato de un proyecto de país (que por cierto, se parece cada vez más -otra vez- a un proyecto personal de poder) y su impacto en una economía real ya golpeada por las sucesivas crisis de los últimos años y ahora amenazada ya no solo por las recurrentes y pendulares vicisitudes locales sino por los enormes desafíos globales.
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