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» Diario Cordoba
Fecha: 06/04/2025 02:18
Según el Diccionario de la Real Academia Española, sima es una cavidad grande y muy profunda en la tierra. La sima de Cabra, sin ser la más honda de la provincia, por su situación y fácil acceso y por la espectacularidad de su único pozo, ha alcanzado fama dentro y fuera de nuestras fronteras. La célebre cisterna ha sido descrita por autores de todos los tiempos y ha servido de inspiración para innumerables leyendas y tradiciones. En su Primer viaje andaluz (1977), el escritor Camilo José Cela pone de relieve su amplio historial literario: «Esta cueva tiene muy ilustre prosapia literaria, y son varios y muy nombrados, los autores que la mencionan: Por ejemplo, Juan de Padilla, el Cartujano, en Los doze triumphos de los doze Apóstoles; González Gómez de Luque, en Celidón de Iberia; Vélez de Guevara, en El diablo cojuelo; y Cervantes, en El Quijote y en El Celoso extremeño, entre otros de menor mérito y fama más escasa». De los autores citados destaca sobremanera el genial Miguel de Cervantes, que debió escuchar las leyendas que sobre la sima se contaban y decidió citarla en la obra cumbre de la literatura española; o incluso puede que se acercara a conocer esa fascinante hondura, ya que parece ser que el autor de El Quijote pasó en su niñez y juventud varias temporadas en Cabra, ciudad de la que su tío Andrés fue alcalde a finales del siglo XVI. En el año 1615 se publica la segunda parte de El ingenioso hidalgo don Quijote de La Mancha, y en el capítulo XIV, Cervantes pone de manifiesto la inquietante impresión que provocaba a quien a ella se asomaba, cuando nos cuenta como el Caballero del Bosque le relata a don Quijote que su enamorada, la sin par Casildea de Vandalia, le mandó que se precipitase y sumiese en la sima de Cabra, «peligro inaudito y temeroso, y que la trujese particular relación de lo que en aquella escura profundidad se encierra». Para llegar a la sima de Cabra hay que tomar un camino que parte de la calle Santa Teresa de Jornet, en el ángulo nororiental de la ciudad de Cabra. A unos cuatro kilómetros termina dicho camino, en el límite de un olivar, y un sendero de no más de doscientos metros nos conduce hasta el enorme agujero de unos 13 metros de diámetro, que parece estar abierto en la peña viva. Sobre él se extiende, de lado a lado, una vigueta de hierro con una polea, colocada en 1940, y derrama sus hojas una enorme higuera. En el tercer centenario de la publicación de la primera parte de El Quijote, y con motivo de una excursión que el 7 de mayo de 1905 realizó a dicho lugar el claustro y el alumnado de instituto Aguilar y Eslava de Cabra, se colocó una placa conmemorativa en una pared rocosa aledaña a la sima, que todavía puede leerse. La primera vez que visité la sima de Cabra me impresionaron los ecos lejanos de los ruidos que emitían palomas y grajillas y el aire frío que salía por su boca, sensaciones que habrían de alimentar la imaginación de los lugareños, y que dio lugar a tantas leyendas que sobre este «bostezo de la tierra», como la describía Vega Murillo en el siglo XVII, se han contado a lo largo de los siglos. La cita que hace Cervantes de la sima de Cabra es muy exigua, sin embargo en su magna obra se explaya con otra cavidad a la que desciende el propio Don Quijote, y para la que «era menester proveerse de sogas para atarse y descolgarse en su profundidad». Se trata de la cueva de Montesinos, una cavidad kárstica de tan sólo 18 metros de profundidad situada en el término municipal de Ossa de Montiel (Albacete), cerca de las Lagunas de Ruidera. Sin embargo, la descripción de esta cueva se asemeja más a las características de sima de Cabra. Aunque el orificio de entrada se sitúa en el plano horizontal, al igual que en la sima de Cabra, se penetra en la cueva de Montesinos caminando por propio pie a través de un vestíbulo rodeado de bloques de piedra. Hace muchos años que la visité y puedo asegurar que no hace falta descolgarse con ayuda de cuerdas, como también constató Azorín en el capítulo X de La ruta de Don Quijote (1905). Sin embargo, Cervantes nos lo cuenta de otra manera. Para empezar su boca estaba «llena de cambroneras y cabrahígos». Como es sabido el cabrahígo es la higuera silvestre, tan presente en la sima de cabra. Y más adelante dice que por ella salieron «una infinidad de grandísimos cuervos y grajos, tan espesos y con tanta priesa, que dieron con don Quijote en el suelo». Esos grajos bien pudieran ser grajillas, como las que a veces se escuchan si te acercas a la cavidad egabrense. Finalmente, decide descender a la cueva: «Iba don Quijote dando voces que le diesen soga y más soga, y ellos se la daban poco a poco…». Cuando resuelven subirlo tirando de la cuerda, al llegar «a poco más de las ochenta brazas, sintieron peso», lo que llenó de regocijo a Sancho Panza, que ya daba por perdido a su señor. El descenso descrito es muy similar al que realizó a la sima de Cabra Fernando Muñoz Romero en 1685 para esclarecer un crimen pasional, y que está considerado el primer rescate espeleológico del mundo. Una braza es una unidad ya obsoleta de longitud náutica, que equivale a la longitud de un par de brazos extendidos. Haciendo los cálculos, las ochenta brazas de profundidad que al parecer tenía la cueva de Montesinos supondrían casi 134 metros, nada que ver con los 18 metros que en realidad tiene dicha cavidad. Sin embargo, la sima de Cabra mide oficialmente 116 metros, si bien, existe una estrecha galería adicional que llega a los 131 metros bajo tierra y que recibe el nombre de sala Sarcófago. Sorprende que las medidas que da Cervantes de la cueva de Montesinos sean totalmente erróneas y que sin embargo se ajusten a las de la sima de Cabra. Quizás Cervantes se permitiera la licencia de trasponer a la cueva de Montesinos las características de la sima de Cabra, porque así le viniera bien en el desarrollo del relato, un recurso literario comprensible cuando de una obra de ficción se trata. Cervantes y la botánica Miguel de Cervantes evidencia su conocimiento de la ciencia botánica al mencionar en El Quijote a Andrés Laguna, médico segoviano que en 1544 publicó la traducción al castellano de la obra de Dioscórides, una recopilación de las descripciones y virtudes de unas 600 plantas medicinales. En La flora literaria del Quijote, alusiones al mundo vegetal en las obras completas de Cervantes, el botánico Ramón Morales Valverde registra en El Quijote 370 citas en las que aparecen nombres de plantas o alusiones a ellas o a productos vegetales, y hace referencia a 100 especies vegetales. A modo de ejemplo, Cervantes nombra a la encina en 22 ocasiones y al alcornoque 13 veces. A la higuera silvestre, o cabrahigo, la cita sólo cuando describe la cueva de Montesinos, pero al menos cuando Azorín visitó dicha cavidad no encontró esta especie: «Antaño -cuando hablaba Cervantes-, crecían en la ancha entrada tupidas zarzas, cambroneras y cabrahígos; ahora, en la peña lisa, se enrosca una parra desnuda». Sin embargo, una imponente higuera hace las veces de centinela de la sima deCabra, especie botánica indisolublemente unida a la historia de esta cavidad. En la obra Casos notables de la ciudad de Córdoba (¿1618?) se cuenta una leyenda cuya protagonista es una dama de Cabra que, sorprendida en adulterio, fue arrojada viva a la sima y, en su desesperación, se sujetó a una higuera que crecía entre las rocas. Allí permaneció tres días, invocando a la Virgen de la Sierra, hasta que pasó por el lugar un soldado que la rescató. Suscríbete para seguir leyendo
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