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  • Guerra comercial. ¿La globalización ha muerto?

    » Primerochaco

    Fecha: 07/04/2025 00:12

    Una vez más, Donald Trump sacudió el tablero global. Esta vez no con palabras incendiarias, sino con una batería de aranceles que podrían marcar, quizás para siempre, el final del mundo que conocimos desde los años 90: ese donde los países comerciaban cada vez más, las cadenas de suministro cruzaban continentes, y los líderes hablaban de interdependencia como sinónimo de paz. El 2 de abril de 2025 será recordado como el día en que Estados Unidos, la nación que diseñó el sistema global de libre comercio, decidió cerrarle la puerta a medio planeta. La ofensiva arancelaria, aplicada a aliados y rivales por igual, no fue una sorpresa, pero sí un baldazo de realidad. Trump había advertido durante su campaña que iba a corregir los «abusos» del comercio internacional. Cumplió: impuso un arancel base del 10 % a todas las importaciones y castigó particularmente a China, la Unión Europea, Corea del Sur, Japón y Taiwán con gravámenes de hasta 34 %. «Día de la Liberación Económica», lo llamaron en la Casa Blanca. Para muchos otros, fue el primer día de una nueva era de tensiones. El giro fue celebrado con entusiasmo por sectores conservadores en Estados Unidos. En su lógica, la globalización fue una trampa que desmanteló la industria nacional, trasladó empleos al extranjero y permitió que potencias como China se enriquecieran a costa del pueblo estadounidense. «Reciprocidad» es la nueva palabra mágica: si otros protegen sus mercados o manipulan sus monedas, EE.UU. hará lo mismo. Jamieson Greer, titular de la Oficina del Representante Comercial de Estados Unidos (USTR), lo dijo sin rodeos: «Trump está restaurando la equidad en el comercio global». Desde una mirada más centrista y globalista, esta política luce como un hachazo a décadas de construcción multilateral. Foreign Affairs lo describió como un acto de demolición: «En lugar de arreglar las reglas que algunos socios comerciales de EE.UU. aprovecharon, Trump eligió hacer volar por los aires todo el sistema». Incluso socios estratégicos como Japón y Corea del Sur fueron golpeados por los aranceles. Las consecuencias no tardaron: caída en bolsas internacionales, aumento de la inflación importada y riesgo de represalias cruzadas. China no se quedó atrás. Respondió con aranceles espejo y medidas más sutiles pero igual de potentes: desde limitar exportaciones de tierras raras hasta abrir investigaciones contra gigantes tecnológicos de EE.UU. Pekín, más acostumbrado al dolor económico interno, parece dispuesto a soportar esta pulseada a largo plazo. Europa, mientras tanto, busca alternativas que no impliquen rendirse ni caer en la trampa del proteccionismo indiscriminado. Desde la izquierda, las críticas son aún más profundas. El economista italiano Andrea Fumagalli señaló que esta movida es «la lápida de la globalización de los años 90» y describió el movimiento de Trump como la última etapa de un sistema que ya estaba en crisis. En esta lectura, el nacionalismo económico de EE.UU. no es una anomalía sino el síntoma de una fractura global que viene gestándose hace tiempo. Fractura que duele, sobre todo, en los márgenes. No es una sensación nueva: ya en 2022, Larry Fink, fundador de BlackRock, había advertido que la invasión rusa a Ucrania había puesto fin a la globalización que el mundo conocía, marcando el comienzo de una era de cadenas de suministro más cortas, producción relocalizada y desconfianza sistémica. Volviendo a los márgenes, ahí aparece Argentina. El gobierno de Javier Milei, uno de los pocos aliados ideológicos de Trump, recibió los aranceles del 10 % casi con gratitud. Aunque golpean al agro, la metalurgia y otros sectores exportadores, Milei los presentó como una muestra de relación estratégica con Washington. Viajó a Florida, buscó una foto con Trump (que no llegó) y ofreció readecuar las normas locales a las exigencias arancelarias estadounidenses. La promesa: que el alineamiento total traiga luego recompensas. Pero la diplomacia no se construye con fe ciega, y el gesto de Trump de ni siquiera aparecer en la gala de Mar-a-Lago es, como mínimo, incómodo. En este nuevo tablero, muchos países —no solo Argentina— se ven obligados a elegir entre adaptarse, resistir o resignarse. No es casualidad, en la mirada de diversos analistas internacionales, que empiecen a delinearse tres escenarios posibles. El primero, optimista, es el de una renegociación global: tras los fuegos iniciales, nuevas reglas, más justas, emergerían para evitar un caos total. Pero ese horizonte exige algo que hoy escasea: confianza. El segundo, más realista, habla de un mundo fragmentado en bloques: EE.UU. con sus aliados leales, China liderando Asia y partes de África, Europa cerrando filas. Como en una Guerra Fría comercial. La tercera opción es la más temida: un desorden sin coordinación, con países lanzando sus propios muros arancelarios, rompiendo pactos y cortando los lazos que sostenían al sistema. Un regreso a los años 30, pero con algoritmos y deuda global récord. En cualquiera de los casos, lo cierto es que el orden anterior probablemente ya no existe. La globalización, si no murió, ha entrado en terapia intensiva. En este contexto, las pequeñas y medianas economías tienen dos opciones: proteger su autonomía estratégica o entregarse a una lógica de dependencia que hoy puede parecer rentable, pero mañana resultar asfixiante. En su libro «La creación y destrucción del valor» el historiador Harold James, de la Universidad de Princeton, recuerda que «las guerras comerciales no solo destruyen bienes; destruyen confianza». Y en un mundo interconectado, la confianza vale tanto como cualquier acuerdo. Argentina, como tantas otras naciones, camina por una fina cuerda. Apostó todo a una carta —Trump— sin garantías de victoria. Y si la mano sale mal, no habrá foto que alcance para explicar el costo. El péndulo de la historia ha comenzado a oscilar otra vez. Lo que está en juego ya no es solo el comercio: es la forma en que las naciones convivirán —o competirán— en un siglo cada vez más volátil. Por Por Marcos Calligaris – Cadena 3

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