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» Comercio y Justicia
Fecha: 01/04/2025 08:02
En un rincón de la vasta llanura cordobesa, donde el rumor cotidiano no es el de la industria o el comercio de la gran ciudad sino el mugido de las vacas, una pequeña revolución está tomando forma. La planta de biogás Bioanglo, ubicada en Villa de María de Río Seco, ha logrado lo que parecía un sueño lejano para muchos productores: convertirse en la primera de su tipo en la región en ingresar al mercado global de bonos de carbono. Este hito, certificado por la prestigiosa Climate Action Reserve de Estados Unidos, no sólo pone a Córdoba en el mapa internacional de la sostenibilidad, sino que también abre una puerta hacia un futuro donde los residuos ganaderos podrían valer tanto como el oro. O más bien, un “oro verde” que al tiempo que combate el cambio climático, genera divisas. Bioanglo, operada por la Compañía Anglo Córdoba de Tierras S.A., es un ejemplo perfecto de cómo la tecnología y la visión pueden transformar un problema en una oportunidad. Desde su biodigestor de última generación, esta planta convierte efluentes vacunos y porcinos en biogás mediante un proceso de fermentación anaeróbica. Con una potencia instalada de 1 MW, genera energía renovable suficiente para alimentar hogares o industrias locales, mientras que los restos del proceso se convierten en fertilizante orgánico, cerrando un círculo virtuoso de economía circular. Pero lo que realmente distingue a Bioanglo es su capacidad para capturar metano —un gas 25 veces más dañino que el CO2 en términos de calentamiento global— y convertirlo en un activo financiero: créditos de carbono. El camino hacia esta hazaña no fue sencillo. Según Fabián López, ministro de Infraestructura y Servicios Públicos de Córdoba, el éxito de Bioanglo es fruto de una colaboración internacional que incluyó a la Climate Action Reserve, la plataforma mexicana Mexico2 y el gobierno provincial. Juntos, adaptaron los exigentes protocolos de captura de metano a las condiciones locales, un esfuerzo que tomó meses de trabajo técnico y auditorías. El resultado: una certificación que permite a la planta vender créditos de carbono en mercados voluntarios como el de California, uno de los más lucrativos del mundo. Cada crédito, equivalente a una tonelada de CO2 evitada, puede alcanzar precios de entre 10 y 30 dólares, dependiendo de la demanda y la calidad del proyecto. Para una planta como Bioanglo, esto podría traducirse en ingresos anuales de cientos de miles de dólares, una inyección económica que podría reinvertirse en más iniciativas verdes. Pero el impacto de Bioanglo trasciende los números. En un país como Argentina, donde la agroindustria genera millones de toneladas de residuos orgánicos al año, este proyecto demuestra que la transición energética no es sólo una utopía para naciones ricas. Con unas 60 a 80 plantas de biogás operativas en el país hasta 2025, según estimaciones del sector, Bioanglo se convierte en un faro que podría guiar a otros productores hacia el mercado de carbono. “Esto no es solo un logro para Córdoba, sino una señal de que el interior argentino tiene el potencial de liderar en sostenibilidad”, afirmó López en una reciente conferencia de prensa. A nivel global, la relevancia de este hito es innegable. El mercado voluntario de bonos de carbono está en auge, impulsado por empresas multinacionales que buscan neutralizar sus emisiones para cumplir metas ambiciosas, donde 2030 y 2050 son fechas clave en sus agendas. Proyectos como Bioanglo, al capturar metano y reducir la huella de carbono del sector ganadero, se alinean perfectamente con esta demanda. En 2024, el comercio de créditos voluntarios movió más de 2 mil millones de dólares a nivel mundial, y la tendencia sigue al alza. Para Argentina, un país que históricamente ha dependido de exportaciones tradicionales como la soja o la carne, esto representa una oportunidad de diversificar su economía con un producto intangible pero cada vez más valioso: la sostenibilidad. Sin embargo, el éxito de Bioanglo también plantea preguntas. ¿Cuánto tiempo pasará antes de que otros proyectos locales sigan sus pasos? ¿Podrá el gobierno nacional aprovechar este modelo para posicionar a Argentina como un jugador clave en la lucha climática? Por ahora, las respuestas son inciertas, pero el precedente está establecido. La planta cordobesa genera energía y fertilizantes, pero también fortalece una idea: la de que el campo argentino, tan castigado por sequías y crisis económicas, pueda encontrar en la innovación tecnológica una salida hacia el futuro. Mientras tanto, en Villa María del Río Seco, el trabajo continúa. Los técnicos monitorean el biodigestor, los generadores zumban con el biogás y los camiones descargan más estiércol que pronto se transformará en electricidad y créditos. Para los habitantes de la zona, Bioanglo es más que una planta: es un símbolo de lo que es posible cuando la tradición del campo se encuentra con las demandas del siglo XXI. Y en un mundo que busca desesperadamente soluciones al cambio climático, este rincón de Córdoba podría estar mostrando el camino. Con este logro, Argentina no solo exporta granos o carne, sino también un mensaje: los residuos de hoy pueden ser el tesoro de mañana. Y en el mercado global de carbono, ese tesoro ya tiene un precio.
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