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  • La dictadura las desapareció e hizo figurar “abandono del trabajo” en sus legajos: ahora les dan la matrícula 30.000 como homenaje

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 29/03/2025 04:32

    Alicia Amaya, Teresita Scianca y Evangelina Gallegos, tres víctimas fatales de la última dictadura, recibieron su matrícula como trabajadoras sociales Horacio Amaya estaba en su casa de Caseros. La misma en la que convivía con sus padres y su hermana menor, Alicia. La mayor, María Beatriz, ya se había casado. Eran cerca de las dos de la tarde, la abuela de Horacio y Alicia estaba con ellos dos, y sus padres dormían la siesta en otra parte de la casa. Era 3 de junio de 1978, acababa de empezar el Mundial en el que Argentina era sede y en el que obtendría su primera Copa. Horacio cree que el grupo de tareas que entró a la casa familiar y secuestró a su hermana pertenecía al Ejército. Alicia Amaya tenía 21 años ese 3 de junio: es una de las detenidas-desaparecidas de la última dictadura de la que nunca se supo más nada. “Entraron, nos retuvieron, revolvieron su habitación, se llevaron los efectos personales de mi hermana y, claro, a Alicia. Uno de los oficiales me levantó de los pelos y me increpó, me dijo que me abstuviera de hacer cualquier presentación para dar con el paradero de mi hermana. No me respondieron ni a dónde se la llevaban ni cómo podía comunicarme con ella. Nunca más la vimos”, le cuenta Horacio Amaya a Infobae. Este sábado va a ir al Colegio de Trabajadores Sociales de San Isidro para recibir la Matrícula Nº 30.000 que esa entidad le va a otorgar legalmente a Alicia, como homenaje y también como reparación histórica. Es el tercero de los reconocimientos que otorga esa entidad de la zona norte del Conurbano a mujeres que, al momento de su desaparición en manos de la última dictadura, estudiaban Trabajo Social o incluso ya se habían recibido. “La dictadura secuestraba y, en el caso de nuestras colegas que se desempeñaban en entidades públicas, hacía figurar ‘abandono del lugar de trabajo’ en el legajo de empleo de esa víctima. Este otorgamiento que estamos haciendo es para reparar esa perversión”, explica Marisa Varela, trabajadora social que integra el Colegio profesional de San Isidro y también la comisión que impulsa el homenaje. Con los pies en el barro Al momento de su secuestro, Alicia Amaya estudiaba en la Escuela de Servicio Social que funcionaba en la Facultad de Derecho de la UBA. Hacía sus prácticas profesionales en Boulogne, en la villa Santa Rita, y militaba en la Juventud Universitaria Peronista (JUP). “Siempre estaba pendiente de cómo estaban todos a su alrededor, sobre todo sus amigas. Creo que algo de eso tuvo que ver con su vocación”, cuenta Horacio, que cada 24 de marzo marcha a la Plaza de Mayo con su esposa, sus hijos y algunos de sus nietos. Horacio Amaya, en la última marcha del 24 de marzo junto a su esposa, dos de sus hijas y cuatro nietos en Plaza de Mayo. Este sábado recibirá la matrícula de su hermana Antes de reconocer a Alicia, el Colegio ya otorgó la Matrícula Nº 30.000 -en alusión al número de desaparecidos denunciados por distintas organizaciones de Derechos Humanos- a Evangelina Gallegos y a Teresita Scianca. Gallegos ya estaba recibida cuando fue secuestrada, en junio de 1977, en un operativo ilegal en la calle. Tenía 42 años y trabajaba como asistente social de la Dirección Nacional del Menor y la Familia. Fue “chupada” al salir del Instituto Pellegrini de Pilar, uno de sus lugares de trabajo. También se desempeñaba en la villa 31, en un consultorio jurídico que prestaba asistencia gratuita, y había sido profesora en la carrera de Trabajo Social de la UBA. Como Alicia Amaya, Scianca también era estudiante al momento de su secuestro y desaparición, así como militante de la Juventud Peronista. Se formaba en un instituto que dependía de la Universidad Católica Argentina, hacía sus prácticas profesionales y su militancia la llevó a recorrer barrios populares de San Isidro y San Fernando. Trabajaba en el Banco Nación, fue secuestrada en la zona de Virreyes y, un mes después, fue asesinada en la calle, en un hecho que, como tantas otras veces, la dictadura quiso hacer pasar por “un enfrentamiento”. Tenía 22 años. El lunes pasado, en la marcha del Día Nacional de la Memoria por la Verdad y la Justicia, algunas de las mujeres que en los años setenta o principios de los ochenta empezaban a formarse como trabajadoras sociales caminaron por la Avenida de Mayo con las fotos de esas tres víctimas directas de la última dictadura, como ya lo habían hecho en años anteriores. Silencio y reconstrucción José Villalonga es artista visual y escritor. Vive en Bariloche y empezó a encontrarse con la verdadera historia de lo que había pasado con su tía “Chocha” cuando dos de sus fotos fueron elegidas para ser expuestas en el Centro Cultural “Haroldo Conti”, que funcionaba en el predio de la ex-ESMA. “Ahí me dijeron que podían consultarse los archivos con la información existente sobre los desaparecidos y busqué el de mi tía, que era prima hermana de mi papá”, le cuenta José a Infobae. Evangelina Gallegos tenía 42 años al momento de su desaparición. Se cree que estuvo secuestrada en la ESMA y que fue asesinada en un "vuelo de la muerte" “Chocha” es Evangelina Gallegos, de cuya desaparición se habló poco y nada en su familia. Pero, después de dar con la (poca) información disponible sobre su familiar, José empezó a tirar de la punta de ese ovillo. Hace unos meses, fue él quien viajó al acto organizado por el Colegio profesional de San Isidro para recibir la matrícula otorgada a Gallegos. De ella, según pudo reconstruir, se sabe que pasó por la ESMA y una de las principales hipótesis sobre su destino es que fue asesinada en uno de los llamados “vuelos de la muerte”. “Para mí fue muy movilizante que me convocaran a ese reconocimiento. Sin quererlo, yo había empezado a reconstruir esta historia a partir de esas fotos que envié, a través del arte, que es mi trabajo y mi pasión, así que fue como un círculo que empezaba a cerrarse, también después de mucho silencio”, describe José. Evangelina “no era militante, no pertenecía a ninguna organización armada, hay algunas hipótesis de por qué se la pudieron haber llevado, pero nada concreto”, suma su sobrino. Horacio, el hermano de Alicia Amaya, tiene más claridad sobre lo que pudo haber pasado en su caso: “Cuando empezó el Mundial, hubo un chico del grupo de mi hermana al que se le ocurrió salir a volantear en las inmediaciones de River. Dos días después de eso empezaron a caer casi todos los integrantes del grupo, incluida mi hermana”, cuenta. Una iniciativa para reparar La idea de reconocer a las trabajadoras surgió a fines de 2023, ante la celebración venidera del día que reconoce a los profesionales que se especializan en el Trabajo Social. Como se festeja el 10 de diciembre, el mismo día en que se conmemora la recuperación de la democracia y también el Día Internacional por los Derechos Humanos, las profesionales del Distrito San Isidro del Colegio Profesional de Trabajadores Sociales de la Provincia pensaron en las colegas desaparecidas, que no habían podido matricularse porque aún no existía una ley profesional ni un Colegio que los agrupara. En la marcha del 24 de marzo, las trabajadoras sociales caminaron con las fotos de algunas de sus colegas desaparecidas como forma de homenajearlas “Así surgió la propuesta de otorgarles la matrícula profesional, asignándoles exclusivamente el Nº 30.000, a ser entregada a sus familiares en un acto público en el distrito que corresponda”, describen desde el Colegio Profesional de Trabajadores Sociales de San Isidro, presidido por Susana Resio y en el que funciona una comisión de cinco personas que empuja el otorgamiento de estas matrículas. La iniciativa fue pensada en San Isidro y “exportada” a toda la Provincia, y no sólo tiene que ver con que en el momento en el que esas trabajadoras fueron secuestradas aún no había matriculación, sino con que la dictadura las hizo figurar como personas que habían abandonado su lugar de trabajo. El proyecto fue elevado al Consejo Superior del Colegio Profesional, e incluso la Cámara de Diputados de la Provincia lo declaró “de interés legislativo”. “Otorgarles la matrícula es una atribución exclusiva del Colegio Profesional, y es una deuda que teníamos, que ahora estamos empezando a saldar. Es una reparación simbólica y un debido reconocimiento de que son parte de nuestra historia como profesión”, describen desde la comisión formada en la División San Isidro del Colegio para reconstruir las historias de las trabajadoras desaparecidas y reconocerlas no sólo simbólicamente, sino también legalmente a través del otorgamiento de la matrícula. “La desaparición de un familiar es una cruz que se lleva permanentemente. En mi caso y en el de mi familia diría que es algo que no se supera, pero a la vez, yo encuentro a mi hermana en la práctica de reivindicar los ideales que ella y su grupo de compañeros tenía. Creo que hacer desaparecer gente tuvo que ver con borrar esos ideales y esas convicciones de esa generación, a la que yo también pertenezco”, describe Horacio, tres años mayor que su hermana Alicia. Una de las tantas baldosas que recuerda a las víctimas fatales del terrorismo de Estado incluye a Alicia Amaya El nombre de esa hermana está entre los miles que pueden leerse en el Parque de la Memoria, en la Costanera Norte de la Ciudad. Está también en una de las baldosas que homenajea a los desaparecidos, frente al colegio en el que cursó el secundario: otros ocho estudiantes del Instituto Nuestra Señora de la Merced de Caseros fueron secuestrados y desaparecidos por la dictadura. “Estos homenajes, como el de la matrícula, tienen algo de reparador. El dolor de la ausencia persiste y va a persistir, pero estos actos sirven para saber que uno no está solo en ese dolor, y eso en cierta forma es un alivio”, suma Horacio. Este sábado, en San Isidro, recibirá la matrícula que su hermana no pudo obtener. Se trata de un reconocimiento al trabajo social que hacía, al que proyectaba seguir haciendo y a que nunca hizo abandono de su lugar de trabajo, sino que se la llevaron por la fuerza de su propia casa, una tarde cualquiera, mientras su padre y su madre dormían la siesta sin saber que jamás volverían a tener rastros de esa hija.

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