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  • ¿Incertidumbre o desorden internacional recargado?

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 27/03/2025 02:49

    La fractura geopolítica y geoeconómica agrava el desorden internacional y enfatiza el rol del nacionalismo. REUTERS/Dado Ruvic Desde que, como nuevo mandatario de los Estados Unidos, Donald Trump desplegó una política exterior prácticamente revolucionaria, surgieron por doquier análisis que enfatizan la incertidumbre como la principal condición de la política internacional. Frente a ello, es necesario decir que esa condición o situación es la que predomina desde hace ya tiempo en el seno de esa política, al menos desde que los hechos en Ucrania-Crimea hace más de una década marcaron el comienzo del ensombrecimiento en las relaciones internacionales. Tampoco antes había demasiadas referencias o conjeturas más optimistas sobre el estado y el rumbo del mundo, pero durante la primera década del siglo XXI el enemigo común de Estados Unidos, de Rusia y también de una China en ascenso, el terrorismo transnacional, llevó a que esos centros preeminentes de la política mundial sostuvieran un significativo grado de cooperación. Por otra parte, la crisis financiera de 2008 también requirió de la colaboración entre los Estados para moderar sus secuelas. Finalmente, en el segmento de las armas estratégicas no se registraban entonces desajustes que hicieran sospechar que el equilibrio del terror podía encontrarse en riesgo, como quizá pueda estarlo hoy. Pero la anexión o “reincorporación” de Crimea a la Federación Rusa en 2014 fue el acontecimiento que “recentró” la política internacional en ese curso o lugar común que acertadamente en los años ochenta Stanley Hoffmann denominó “políticas como de costumbre”, en oposición a lo que consideraba “políticas de orden mundial”. Las “políticas como de costumbre” han sido la condición protohistórica en las relaciones entre los Estados, y se definen por la predominancia de éstos, la rivalidad y la búsqueda de ganancias o maximización de poder entre ellos, por la acumulación de capacidades (centralmente estratégica-militares) y por la fuerte desconfianza en materia de intenciones (nunca un Estado sabe puntualmente cuáles son los propósitos de otro actor rival). Por el contrario, las “políticas de orden internacional” suponen la afirmación de lo que se conoce como el modelo institucional o multilateral en las relaciones entre los Estados. En términos del experto italiano Fulvio Attiná, dicho modelo implica relaciones más horizontales. La política exterior de Donald Trump marcó un cambio en la incertidumbre de la política internacional. REUTERS/Evelyn Hockstein Desde aquel “año estratégico” de 2014, las políticas como de costumbre o regulares prácticamente no supieron de retroceso. Más todavía, las relaciones entre los actores mayores no solo se alejaron casi de mínimos de colaboración, sino que la tensión entre ellos fue creando una situación más compleja que la ausencia de un orden o configuración internacional: un desorden internacional confrontado, esto es, un estado de fuerte rivalidad y hasta de “no guerra” entre los grandes poderes, sobre todo entre Occidente y Rusia tras la invasión de este último a Ucrania el 24 de febrero de 2022 (el otro “año estratégico”). Hacia mediados de la presente década, el alcance del multilateralismo se encuentra en su cota mínima desde el sensible protagonismo, particularmente “onusiano”, que tuvo durante la primera parte de los años noventa. De manera que, en relación con la contundencia del modelo de poder, esto es, las políticas basadas en el interés nacional ante todo, la fuerte acumulación de recursos por parte de los Estados (que se registra en un gasto militar mundial sin precedentes), la inexistencia de hipótesis o imágenes internacionales “de salida” del modelo predominante, las nuevas contenciones (básicamente, las múltiples que despliega Estados Unidos frente a China), la depreciación de la diplomacia, la imposibilidad de configuración de órdenes internacionales regionales, etc., la incertidumbre sobre la política internacional es acaso un dato del pasado. Es decir, no hay incertidumbre: solo se aceleró el descenso de la política internacional. Lo que está sucediendo en torno a la guerra en Ucrania, es decir, las conversaciones para lograr un cese o tregua, no supone tanto el regreso de ese gran bien público internacional que es la diplomacia, sino más bien lo contrario: la voluntad de “los que cuentan” como salida de la confrontación; y en este sentido, es posible que Ucrania, Europa y la ONU (o sus grandes principios) no se cuenten entre ellos. En efecto, si la guerra obedeció en buena medida a que los actores preeminentes abandonaran o relajaran códigos basados en la “experiencia estratégica”, esto es, evitar que la preferencia geopolítica de actores menores o intermedios termine por crear una crisis mayor entre aquellos, en este momento es necesario reponer dichos códigos. Ahora bien, ¿supone ello que nos dirigimos hacia un orden internacional basado en un equilibrio de poder? Es difícil responder afirmativamente a ese planteo. Si bien es necesario que los Estados Unidos y Rusia recuperen líneas de diálogo en segmentos vitales para la seguridad internacional y mundial, principalmente en el tema de las armas nucleares, el poder en el siglo XXI se ha disgregado sensiblemente y prácticamente ningún actor es lo suficientemente poderoso como para ser el centro de ese ordenamiento, como lo fueron Reino Unido en el siglo XIX y Estados Unidos en los años setenta del siglo pasado cuando tuvo que reconocer la condición estratégica de la entonces Unión Soviética e incorporar a China continental al equilibrio interestatal. La guerra en Ucrania acentúa el deterioro de los principios diplomáticos internacionales. Mikhail Metzel/Pool vía REUTERS Además, los desafíos de hoy no tienen precedentes, como reconocen en un casi desapercibido artículo publicado en el Financial Times en septiembre de 2024 los jefes de la CIA americana y del MI6 británico, en el que también dejan en claro la continuidad de la complementación en inteligencia entre los dos países para afrontar dichos retos y mantener la ventaja tecnológica ante el ascenso de China, “el principal desafío geopolítico y de inteligencia del siglo XXI”, además de prepararse para lidiar con la Rusia del “matón” Putin (en sus propias palabras). Asimismo, hoy un equilibrio de poder necesariamente requeriría el reconocimiento de actores pertenecientes a múltiples culturas y hasta civilizaciones, situación que incluso dificulta la propia concepción del equilibrio de poder. Es decir, la condición verdaderamente mundial de las relaciones internacionales y la galaxia de cuestiones casi que hacen necesario pensar nuevos modelos de configuración. Pero no parece que esto último esté sucediendo en el mundo de hoy. Afirmadas las políticas como de costumbre, los Estados preeminentes y las potencias intermedias se muestran marcadamente celosas de su soberanía y, por tanto, decididas a (re)fortalecerse. En este sentido, resultan interesantes las conclusiones a las que llegaron jóvenes expertos que, bajo el auspicio del Valdai Discussion Club, elaboraron en 2024 un informe titulado “Cartografiando el 2040”. Allí consideran que (para ese cercano año) el Estado tendrá un nuevo rol. “La soberanía se convertirá en un bien cada vez más escaso para los Estados en un mundo caracterizado por una mayor competencia por los recursos y la influencia, así como por la ausencia de una única potencia hegemónica […] El Estado moderno continuará siendo relevante dentro de 15 años, impulsando así el surgimiento de movimientos soberanistas liderados por potencias globales como por actores regionales. Estas naciones seguirán configurando el panorama de la ‘glocalización’: la consolidación de fuertes conexiones dentro de límites geográficos definidos”. En buena medida, lo que estamos viendo en la actual confrontación comercial refleja esa situación-escenario señalada por los expertos, la que recarga peligrosamente el desorden internacional existente, pues si desde hace ya un tiempo hay desestabilización como consecuencia de la geopolítica, también tenemos desestabilización en el segmento de la geoeconomía. Es decir, el comercio internacional pierde rápidamente fuerza como sucedáneo de un orden internacional. Si la confrontación comercial se agudiza, entonces podría afirmarse el rumbo de los países hacia la búsqueda de la autarquía económica, situación que conllevaría al aumento del protagonismo de un “sospechoso de siempre”: el nacionalismo. Como advierten los especialistas Henry Farrell y Abraham Newman, estamos viviendo tiempos de “interdependencia armada” (weaponized interdependence), es decir, una era en la que “los Estados controlan nodos clave de las redes (en particular los Estados Unidos, dado el papel del dólar como moneda de reserva mundial) y pueden aplicar sanciones económicas graves. En otros términos, las sanciones son más una herramienta de guerra económica y menos una de coerción”. Como consecuencia del acercamiento de los Estados Unidos a Rusia con el propósito de “normalizar” relaciones e intentar poner fin a la guerra, sobrevoló el recuerdo de la Conferencia de Múnich de septiembre de 1938, “el año de las grandes decisiones”, cuando Italia, Gran Bretaña y Francia acordaron ceder a Alemania (anfitriona y participante) la región checoslovaca de los Sudetes. La confrontación económica, que se aceleró desde la llegada de Trump al poder, nos remite una vez más a esa década infame de la política internacional, los años treinta, pues entonces la proliferación de sanciones económicas y embargos deterioró sensiblemente dicha política. Por ello, el experto Paul Poast se pregunta hoy si la historia se repetirá o si solamente rimará. En breve, la fractura geopolítica y (ahora) la fractura geoeconómica, implican un desorden internacional recargado que nos acerca a escenarios de disrupción mayor.

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