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» Diario Cordoba
Fecha: 23/03/2025 08:00
La tiranía no es un invento nuevo. Ya en el primer poema escrito de la Humanidad hace cuatro milenios y del que se tiene noticias, el Gilgamesh, se habla de un tirano mesopotámico. O en Grecia, donde los atenienses tuvieron a bien inventarse la democracia participativa para evitar las tiranías y una ley contra ellas. Julio César no fue el primer tirano en la historia, pero se puede trazar una línea de conexión entre el más paradigmático, estableciendo el prototipo en el mundo occidental, y el sátrapa ruso, pasando por infinidad de ellos, antiguos y actuales, en una evidente recesión democrática. Según la organización Freedom Hoause la libertad retrocede en el mundo desde hace dos decenios, frente al autoritarismo y -añadimos- el propiciado Nuevo Orden Mundial trumpista. Estadísticamente, si hace veinte años más de la mitad de la población mundial tenía un sistema democrático, ahora es menos de esa mitad. En nuestro entrono democrático la desigualdad es un humus propicio en contra de la democracia. Pero ese retroceso no es obligatoriamente hacia dictaduras o tiranías, sino que la calidad democrática se resiente y se convierte en lo ahora llamada democracia «iliberal». Lo trágico es que el retroceso democrático no es más exitoso en la disminución de la desigualdad, más bien al revés, o en el éxito económico. A los tiranos les unen unas características esenciales: el modo de alcanzar la tiranía, el poder máximo, a través del populismo y la violencia –sublimada con la guerra-, y el miedo para sustentar ese poder. Tres características que si impregnan las democracias acaban con ellas. Según Lyotard el totalitarismo es la subordinación de las instituciones legitimadas por la idea de libertad a la legitimación por el mito. Un mito de identidad, de idea preconcebida o de relato de emancipación universal a través de los derechos impuestos, la economía o incluso la religión. Ejemplos sobran. Para Hanna Arendt, «allí donde el totalitarismo posee un control absoluto, sustituye la propaganda con el adoctrinamiento y utiliza la violencia, no tanto para asustar al pueblo (esto se hace solo en las fases iniciales, cuando todavía existe una oposición política) como para realizar constantemente sus doctrinas ideológicas y sus mentiras prácticas». La siniestra imagen orwelliana de Musk en un mitin del partido ultraderechista alemán AfD, a través de una gigantesca pantalla, recuerda al Gran Hermano, un Gran Hermano ya real a través de sus redes sociales. Una propaganda que se basa en hechos ficticios, «en su capacidad de aislar a las masas de un mundo real», como está ocurriendo en la Rusia de Putin o en los Estados Unidos de Trump. Las mentiras y bulos como sistema y como ya inventara el nazi Goebbels (calumnia que algo queda; en esto hay expertos en comunicación en nuestra política, aunque después se desdigan), se han expandido por regímenes no sólo totalitarios, invade e impregna la política de las democracias, siendo un peligro cierto para ellas, como se ha demostrado en la Norteamérica de Donald Trump, que alcanzó así el poder y volvió a conseguirlo aunque apoyara un golpe de Estado. El populismo necesita triunfos, líderes implacables y atentos a ese poder absoluto que corrompe absolutamente. En la película de Chaplin El Gran Dictador, la escena de Hitler bailando con un globo terráqueo es similar a lo que Putin y Trump quieren en este mundo. Y aunque me parezca extemporáneo y exagerado, cambiamos el bigote de Hitler por el flequillo de Trump o los ojos de Putin y ahí están. *Médico y poeta
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