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  • Robó en una estación de servicio y once años después lo contrataron como playero: la segunda oportunidad de Matías “el Colo” Neusch

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 25/03/2025 05:14

    Después de pasar siete años privado de la libertad, Matías "El Colo" Neusch consiguió un puesto de trabajo en la misma estación de servicio donde delinquió La primera vez que robó Matías “el Colo” Neusch (38) tenía 12 años. Iba caminando, solo, por la calle, cuando vio venir a un chico pedaleando. Dudó unos segundos, pero luego lo frenó y le dijo: “Dame la bicicleta”. Si se resistía, él pensaba zafar con un “era una joda”, pero no hizo falta. Le entregó el rodado y salió corriendo. Ese episodio marcó el inicio de un historial que lo llevaría, con el tiempo, a asaltar desde estaciones de servicio hasta cadenas de supermercados. En 2010, después de concretar una decena de robos, lo condenaron a siete años de prisión. Pero durante el encierro, el azar torció su destino. El punto de quiebre fue en la Unidad Penitenciaria N° 48 de San Martín, donde llegó en 2012, luego de pasar por otros once penales. Allí conoció a Los Espartanos, el equipo de rugby creado dentro de la cárcel en 2009 por el abogado Eduardo “Coco” Oderigo, y su historia dio un giro radical. Terminó la escuela primaria, aprendió a rezar el rosario, a saludar con un “buen día” y a dar las gracias. “Antes yo era un maleducado. Todo lo que soy, hoy, es gracias a ellos”, reconoce. Después de recuperar la libertad, en enero de 2017, Matías consiguió un puesto como administrativo en el Ministerio de Trabajo bonaerense, otro en una hamburguesería y —paradoja de la vida— como playero en una estación de servicio YPF, ubicada en la intersección de la Ruta Nacional 8 y la 202, en San Miguel, donde había robado en el año 2009. “Yo no podía creerlo. Por suerte, los empleados que trabajaban ahí ya no eran los mismos”, cuenta. Hoy, “el Colo” vive en Tortuguitas con tres de sus seis hijos, se desempeña como encargado de mantenimiento de un paseo de compras y dice que está en paz con su vida. “Me tatué la frase que nos dijo el Papa Francisco cuando conoció a Los Espartanos: ‘En el arte de descender, lo importante no es caer, sino no permanecer caídos’. Eso resume mi día a día”, dice. “Un poco más abajo le agregué un ‘Gracias Coco’ porque sin él nada de esto hubiese sido posible”, asegura. "El Colo" junto a Eduardo “Coco” Oderigo, fundador de Los Espartanos (Foto/Gentileza del Entrevistado) Un camino sin opciones Matías Neusch nació el 9 de enero de 1987 en la localidad de San Miguel, al noroeste del conurbano bonaerense. Creció sin su madre y con un padre que, según cuenta, lo echó de la casa cuando todavía era un niño. “Me crié en la calle”, asegura. Durante un tiempo vivió con una tía, pero la convivencia también era inestable. “Cuando me portaba mal, me echaba. Volvía a la calle, después otra vez a su casa, y así fue hasta que terminé preso”, cuenta. Su primer asalto lo cometió a los 12 años y, desde entonces, no se detuvo. En la adolescencia, ya vinculado a bandas delictivas, empezó a participar en robos cada vez más organizados. “Robábamos supermercados grandes. Esperábamos a ser los últimos en salir, reducíamos al personal de seguridad y a los empleados que estaban adentro, les poníamos precintos y los dejábamos en el medio del salón. Después nos llevábamos toda la recaudación. Lo mismo hacíamos en las estaciones de servicio”, cuenta Matías. En algunos casos, asegura, ni siquiera llevaba un arma. “Iba como un cliente más y les decía: ‘Cárgame la nafta y dame toda la plata’. Y lo hacían. La adrenalina que me generaba todo eso era inexplicable. Cuando me corría la policía sentía una especie de fuego subiéndome por el cuerpo”, agrega. Ahora, con la distancia del tiempo, asume el daño que provocó: “Si bien nunca lastimé físicamente a nadie, sí causé daño psicológico, y eso es triste. Hace poco le robaron la bicicleta a mi hijo y me sentí muy mal. Me hizo pensar en todo el miedo que deben haber sentido esas personas cuando yo las asaltaba”. Matías dice que jamás pensó que podía tener otro estilo de vida. “Nunca tuve a nadie que me hablara o me marcara otro camino. La gente grande que me rodeaba no me cuidaba, al contrario: me hicieron probar cocaína, marihuana... Yo conseguía plata fácil y eso les convenía. Era un pibe y me usaban”, lamenta. Con Nicolás Sánchez en una visita que el exjugador de los Pumas hizo a la cárcel (Foto/Gentileza Espartanos) La cárcel y un giro inesperado En 2010, Matías quedó detenido tras una seguidilla de robos. Tenía 23 años y un prontuario que incluía ocho asaltos calificados y dos en grado de tentativa. “Cuando caí, pregunté si podía arreglar con plata, como ya lo había hecho antes, y me lo negaron. ‘Con vos no se puede arreglar nada. Estás más buscado, colorado…’, me dijeron”. Lo condenaron a siete años de prisión. Durante los dos primeros pasó por once unidades penitenciarias: la N° 46 de San Martín, la N° 9 de La Plata, la N° 39 de Ituzaingó, la N° 41 de Campana, la N° 38 de Sierra Chica, la N° 30 de General Alvear, la N° 42 de Florencio Varela, la N° 36 y la N° 28 de Magdalena, la N° 18 de Gorina y la N° 1 de Lisandro Olmos. “La primera noche en la cárcel no me la voy a olvidar nunca. Me llevaron a un pabellón de tránsito que estaba completamente oscuro. Apenas entré, intentaron afanarme. Querían mis zapatillas y todo lo que tenía. Ahí me cayó la ficha de dónde estaba. Me acuerdo de que un viejo se me acercó y me dijo: ‘Acá tenés que cuidarte porque sos vos y nadie más. Hacé de cuenta que estás en la calle’. Y así fue. Siempre traté de defenderme”, dice “el Colo” y muestra las cicatrices que aún tiene en las manos: “Me daban terribles puntazos y yo hacía lo que podía”. Durante esos dos primeros años, Matías solo pensaba en salir y seguir delinquiendo. “Estaba resentido con la vida. No me importaba nada”, admite. Hasta que en 2012 lo trasladaron a la Unidad N° 48 de San Martín y todo cambió. “Me crucé con un amigo que de otro penal, que estaba con Los Espartanos. ‘¿Qué hacés, Colo? ¿Querés jugar al rugby?’, me dijo y me invitó a su pabellón”, recapitula. Cuando entró, cuenta, le llamó la atención que no había peleas, sino todo lo contrario: le dieron un par de botines, unas medias, unas camisetas y un pantalón. “Yo estaba acostumbrado a que cuando ingresaba a un pabellón, siempre tenía que defenderme y pelear”, cuenta. Ese gesto fue el inicio de una transformación que, asegura, le cambió su forma de entender la realidad. De la mano de Los Espartanos, “el Colo” no solo aprendió a jugar al rugby, sino a rezar el rosario, a saludar con un “buen día” y a dar las gracias. “Ahí entendí lo que era el respeto”, asegura. En el pabellón, el clima era otro: no se hablaba de delitos ni de venganza. Se hablaba de técnicas, jugadas y entrenamiento. “Los Espartanos me enseñaron a mirar la vida de otra manera. Si no hubiera pasado por ahí, capaz me mataban adentro de la cárcel o cuando saliera”, reflexiona. Matías jugó en la primera división del equipo de Espartanos (Foto/Gentileza Espartanos) Dar vuelta la página Tras su liberación, el 11 de enero de 2017, la Fundación Espartanos lo ayudó a reinsertarse y comenzó a trabajar en una hamburguesería. En paralelo, él mismo fue a golpear las puertas del Ministerio de Trabajo bonaerense y consiguió un puesto como administrativo. Un año después, Matías recibió una oferta que lo dejó sin palabras. Fue en la Feria del Libro 2018, después de la presentación de No permanecer caído (Editorial Logos), el ejemplar de Federico Gallardo que recopila historias de integrantes de Los Espartanos. Tras escuchar su historia, un representante de YPF se interesó en él y le ofreció trabajo en el marco del Programa de Empleabilidad para la Inserción Socio-Laboral. Lo insólito fue que lo asignaron a la misma estación de servicio que él había asaltado una década atrás. “Yo no podía creerlo. Por suerte los empleados que trabajaban ahí ya no eran los mismos”, cuenta. “Al principio me pusieron un tutor que me enseñó todo: desde servir café hasta acomodar góndolas, cargar gas y nafta”, dice. Estuvo allí hasta 2022. Luego, mientras construía su propio departamento, se independizó y comenzó a trabajar como chofer en una aplicación. Desde la Fundación Espartanos trabajan para que las personas privadas de su libertad puedan cambiar su vida y no vuelvan al delito Presente continuo Desde hace un año, Matías trabaja como encargado de mantenimiento en un paseo de compras en Tortuguitas. Se ocupa de resolver todo tipo de arreglos: desde fallas eléctricas hasta problemas de plomería. Aunque evita hablar de su pasado, a veces se filtra. “No me gusta contar que estuve preso. Si algo desaparece, siento que me van a echar la culpa a mí. Es un prejuicio que todavía arrastro. Me pasaba lo mismo en YPF: no podía faltar ni un caramelo porque me sentía mal”, admite. Sin embargo, cuando la confianza con sus compañeros crece, Matías deja ver partes de su historia. “El otro día se lo blanqueé a una colega y me sentí aliviado, como si me sacara algo de adentro”, cuenta. Ya no juega al rugby por una lesión, pero sigue vinculado al equipo. Cada tanto asiste a algún encuentro o partido de Los Espartanos. Su hijo mayor, en cambio, sí juega: lo inscribió apenas salió de prisión. “Yo aprendí esos valores de grande. Él los aprendió desde chico. Hoy es un señorito. Hace deporte y va a la universidad”, dice con orgullo. "No permanecer caído" es la historia de Los Espartanos, el equipo de rugby creado por “Coco” Oderigo Fundación Espartanos La Fundación Espartanos nació en 2009 por iniciativa del abogado penalista Eduardo “Coco” Oderigo, quien tras una visita al penal de San Martín advirtió el nivel de desesperanza que atravesaban las personas privadas de su libertad. Poco después regresó con una pelota de rugby e inició una experiencia transformadora que hoy alcanza a más de 2.500 internos en 44 unidades penitenciarias de 21 provincias del país, además de seis cárceles en el exterior. La propuesta se basa en cuatro pilares: deporte, educación, espiritualidad y vinculación con el mundo del trabajo. El programa integral de la fundación busca reducir la reincidencia —que en contextos generales ronda el 65%— a menos del 5%. El camino de reinserción comienza dentro del penal, donde los internos acceden a entrenamientos de rugby, talleres educativos, formación espiritual y capacitaciones profesionales. En 2024, por ejemplo, se brindaron más de 700 horas de formación en habilidades socioemocionales, alfabetización, electricidad, inglés y consumos problemáticos. En paralelo, se acompañó a los espartanos próximos a recuperar la libertad con cursos específicos sobre empleabilidad y armado de CV, además de 71 entrevistas individuales. Una vez en libertad, el seguimiento continúa a través del programa “Entretiempo”, que ofrece prácticas laborales y becas económicas para gastos personales. En 2024, la fundación logró insertar a 37 personas en nuevos empleos, alcanzando un total de 126 espartanos trabajando en 33 empresas aliadas. Además, el Espartanos Rugby Club —el equipo en libertad— compitió en torneos de la URBA, realizó una gira a Uruguay y continúa siendo una comunidad de contención y crecimiento para quienes apuestan por una vida lejos del delito.

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