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  • David Uclés, escritor: "Si durante 40 años Franco se inventa la Historia, es lógico que luego queramos contar lo que le pasó a la República"

    » Diario Cordoba

    Fecha: 15/03/2025 02:55

    Es el escritor del momento, autor de La Península de las casas vacías (Editorial Siruela), publicada hace un año, que va por la decimoquinta edición y se está traduciendo a varias lenguas. Tercera novela del autor, es una historia de la guerra civil española trufada de realismo mágico y centrada en su pueblo, Quesada, en Jaén -Jándula en la novela-. David Uclés, 35 años, traductor de profesión, pinta, canta, toca la guitarra y el piano y dice que las ganancias de este libro, que ha escrito durante tres lustros, le darán para la entrada de un piso. Se apuntó nuestra cita con un boli en la palma de la mano. Veo que usa agenda digital. Digital de dedo. [Ríe] Es que soy muy analógico. Ni WhatsApp, ni smartphone, ni Twitter ni nada. Mi agenda es de papel. Y la mano es la mejor agenda. Yo era una rara avis. He tenido un móvil de teclas hasta hace un año, que mi jefa de Prensa me dijo: Se acabó. Cógete un smartphone, hazte Twitter, hazte WhatsApp. Y soy esclavo de las tecnologías. La primera impresión que da es que se lo ha pasado en grande escribiendo esta novela. Menos mal que alguien lo resalta. Así es. Me lo he pasado muy bien. No tenía un horizonte editorial, todos me decían que no. Entonces, qué menos que jugar y divertirme. Aunque sea un tema delicado, me lo he pasado muy bien. Las editoriales le decían que no. Decían que el realismo mágico no vende, porque se ha escrito mucho sobre la Guerra Civil, porque soy joven para escribir una novela de toda la Guerra Civil. Me pedían que hiciera una autoficción. Y yo que no, que no concibo así la literatura. Se olvidaban de García Márquez. Sí. Aunque ahora está otra vez de moda por el aniversario y por la serie de televisión. No solo se olvidaban de él. También de Gunter Grass, entre otros. Decían: autoficción. Pues tras su éxito… Ahora están publicando todos realismo mágico [ríe]. Hace una dedicatoria que es casi como las de los Premios Goya. Sólo le falta el apuntador. Jajaja, y la he aumentado. Para la edición catorce puse seis dedicatorias más, son veintipico. A los miembros de mi familia. Muy exagerado. Se habrán quedado todos contentísimos. Los que están vivos, que son cinco, sí. ¿Y los otros? También. A mi abuelo Luis [Odisto, el protagonista] le llevé un ejemplar a la tumba en cuanto se publicó el libro, y creo que está allí todavía. Ahora que voy a Quesada voy a ver si sigue allí. Es un nicho cerrado, no creo que hayan entrado. Lo mismo lo robo yo, porque es una primera edición, y no la tengo. Es curioso: la gente que no ha vivido la posguerra huye del tema. Y usted le dedica 15 de sus 35 años. De los 19 a los 34. Yo quise encontrar un libro que me contara toda la Guerra en un tomo. Un libro que no fuera ensayo, sino ficción. Y aquí no lo encontré. Los había en Alemania, en Polonia, en la India, con las heridas recientes del país. No se había escrito una novela que contara aquí toda la Guerra y desde el realismo mágico. Siempre era desde un realismo muy republicano. Y es lógico. Si durante cuarenta años Franco se inventa la historia es lógico que luego queramos contar lo que le pasó a la República. ¿Siempre pensó que escribir esta historia le llevaría tanto tiempo? Qué va. Si me dicen que voy a estar quince años con el libro, no lo hago. Mi horizonte era siempre: vas a publicar ya. Lo enviaba a Planeta, a Random House, a Anagrama. Y me decían que no o no me contestaban. Tuve paciencia y constancia. En todos esos años no coticé, porque no me daba tiempo a escribir y a viajar y a dar clases de alemán y francés en un colegio. Tocaba en la calle, porque soy músico también, y con eso sobrevivía. Pero todo muy inestable. ¿Quería entender cómo se llegó al enfrentamiento o contarlo? Ambas cosas van de la mano. Yo quería contar todo lo que pasó en todos los lados: la zona donde triunfó el bando nacional y la parte republicana. Quería hacer una fotografía de un instante sin juicios de valor. Que el lector, que es inteligente, haga los juicios pertinentes. Resulta curioso cómo se logra echar poesía a la guerra civil. Quizá solo puede hacerlo alguien que no la ha vivido. Lo facilita. Yo creo que el alejarte de un hecho histórico que no has vivido te facilita el contarlo. Se ha centrado, como hilo conductor, en la ruina y destrozo de la familia de su protagonista, Odisto Ardolento, y de la destrucción de su entorno físico. Contar lo universal desde lo particular y que los héroes sean anónimos me parecía interesante. Podía ser reflejo de cualquier familia, y de hecho ahora viene gente y me lo dice: ahora puedo saber por qué mi abuelo pensaba así y yo le llevaba la contra, y ahora me da pena; o he podido imaginar lo que mi abuela sufrió en el exilio gracias a tu libro. A vueltas con el realismo mágico, se ha dicho que Jándula (o Quesada) es el Macondo andaluz. ¿Está bien visto? Es el Macondo íbero, o español. Yo hice 25.00 kilómetros por la Península gracias a una beca Leonardo, y fui cogiendo las costumbres o supersticiones más extrañas, y empapándome de las diferentes idiosincrasias: cómo piensa un vasco, qué come un cántabro, qué especias echa a la comida un pacense. Y esas cosas las puse luego en la misma familia, en Jándula. Entonces para mí Jándula es un trasunto del país, no solamente es andaluz. Ese era el objetivo. Por eso en un momento determinado me detengo en un párrafo bastante generoso y explico qué es un bar. Alguien me dijo: Ya sabemos todos lo que es un bar. Y le contesté: Te equivocas. Los extranjeros no saben lo que es un bar español. Y yo quiero que este libro, si tengo la suerte de que se traduzca a otros idiomas, como ya está ocurriendo -al portugués, al italiano, al danés-, sirva como un minicosmos que resuma la idiosincrasia del pueblo íbero. Pues para explicar a los daneses lo de su pueblo… Ya [ríe], va a ser complicado. Me he metido en un berenjenal. Y como me pregunten: ¿Por qué os odiáis entre vosotros? Eso sí que no lo puedo explicar. En Jándula, cuenta, las lágrimas son de colores: rojas de amor, azules de tristeza, negras de dolor, amarillas de alegría. Confiesa haber llorado escribiendo algunos pasajes del libro. ¿De qué color lloró? Pues de todos. Se me saltaban las lágrimas de emoción, por ejemplo en la carretera que va de Girona a Francia, y sentía la alegría de los que podían sobrevivir, exiliarse. En ese caso eran amarillas. Pero luego iba al puerto de Alicante, imaginaba todos los que se suicidaron allí, que algunos tenían las cabezas juntas y se pegaban un solo tiro, y eso son lágrimas negras. Las lágrimas han sido multicolores. El libro han sido quince años sintiéndolo mucho. Todo sucede en Iberia, a la que nunca llama España. ¿Es una licencia literaria, un rescate del pasado, una postura política? Las tres cosas: la poética, la política y un deje de lectura de Saramago, que fue mi mentor. No lo conocí, pero me leí todo de él. Y me empeñé en que en mis novelas solo hablaría de Iberia, ni de España ni de Portugal. Ha pasado en las dos anteriores, en esta y en las que vendrán. Uno de sus idiomas como traductor era el alemán. En Jándula no practicaría mucho. En la carrera quería hacer árabe. Pero al meterme en Córdoba en clase me di cuenta de que el profesor era homófobo y machista. Luego se presentó en las listas de Vox. Decíamos en broma que Traducción era la carrera de las tres m: musulmanes, mujeres y maricones, porque es verdad que todos éramos una de estas cosas. Y nos fuimos de esa clase todas las mujeres y los gays. Entonces, para que fuera un reto, me fui al alemán. Me coincidió con la época de la crisis, y sabía que un profesor de alemán tendría más trabajo. Y así fue. “El asma tiene la culpa de que yo sea homosexual”. Jajaja. Iba a decir maricón. Soy gay porque el asma me impidió jugar al fútbol, porque me ahogaba. Yo pienso que gay se hace, no se nace, aunque todos mis amigos piensan que se nace. Si yo no puedo jugar al fútbol y me voy con las niñas, y a las niñas la sociedad, sobre todo en mi época, las obliga a que, siendo mujer, les gusten los hombres, por las lecturas de los príncipes y las princesas, y los padres les pregunten si tienen algún novio en el cole… Y yo me rodeaba de chicas que decían lo guapo que era algún chico... Pues al final acabó por gustarme lo que a ellas socialmente les debía gustar. Yo creo que soy gay por eso. Con un Ventolín yo no me habría hecho gay, sería hetero, jajaja. ¿Cómo lo vivió? Yo era muy inquieto. Pintaba, tenía muchos tics en los ojos, los ponía bizcos, los guiñaba, y con cinco años lloraba a mi madre y le decía: Mamá, quiero ser normal, por los ojos. Aunque no se metían conmigo por eso. Se metían porque tenía pluma. Era muy inquieto, muy creativo. Y un niño muy feliz. Leía mucho. Leí Guerra y paz a los trece años, La náusea a los catorce, La peste, de Camus, a los doce. Y era muy feliz. Mira que me pegaban por ser gay, me daban con higos chumbos, me tiraban piedras. Pero era muy feliz. Pues sí que fue precoz con las lecturas. Yo fui a un colegio de monjas, las Salesas de la Caridad, hasta los dieciséis años, porque era el que estaba más cerca de mi casa, y mis padres son católicos. No era normal que un niño con once años se interesara por la lectura. A mí lo juvenil me aburría, y yo elegía los libros en la biblioteca. Ponía: La peste, una pequeña peste en París. Y yo decía: Esto me va a gustar. La parte existencialista no la entendía, pero me acuerdo de París, con las ratas, el médico… Y me entretenía. De mi colegio estoy superorgulloso, porque me inculcaron valores muy buenos. ¿Cuál es su principal miedo? Tengo muchos. Pero el principal podría ser que me dé un ictus y no pueda mover el cuerpo, solo los ojos. Tengo una arritmia. Que me quede en una silla de ruedas. La muerte en vida. ¿Le asusta la acogida que ha tenido su libro? No. Me han dicho alguna vez que si no me preocupa que me pase como a Carmen Laforet, que escriba una obra, como Nada, y luego el resto no sea lo mismo. ¿Y lo complicado que es que buena parte del país lea un mismo libro y viaje a un lugar, en este caso, Jándula? Yo he conseguido eso y estoy más que feliz. Para mí es el mayor orgullo. Si luego a continuación fracaso en la literatura, no pasa nada, me voy a cantar por ahí, a Praga con el acordeón, o a Dinamarca, a hacer pan. Hay que reinventarse y jugar con la vida.

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