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Crespo » Estacion Plus
Fecha: 10/03/2025 09:07
En un experimento, 25 jóvenes redujeron al mínimo indispensable el uso del smartphone durante 72 horas. Los resultados confirmaron el daño de una adicción cada vez más frecuente. ¿Es el détox tecnológico la solución? Tres días sin celular, en los tiempos que corren, representa poco menos que un suplicio. Podemos engañarnos: decir que perfectamente viviríamos sin él, pero la realidad es que la ausencia del teléfono, solo quedarnos sin batería durante unas horas, se siente como un vacío difícil de llenar, como una necesidad propia de esta época. Cual autómata, las manos buscan el dispositivo, aparece la ansiedad, el tiempo parece avanzar más lento. Ahora, ¿qué pasa en el cerebro cuando alguien intenta desprenderse de su smartphone? Para sorpresa -o no-, pasan muchas cosas y buenas. Un equipo de investigadores de Alemania se propuso responder la inquietud con un experimento que reveló cambios notorios a nivel cerebral. El estudio, publicado hace unos días en la revista Computers in Human Behavior, reunió a 25 jóvenes de entre 18 y 30 años con un uso regular de smartphones y sin trastornos de salud mental. Antes de comenzar el experimento, los participantes completaron cuestionarios sobre sus hábitos vinculados al teléfono, su nivel de ansiedad en torno al dispositivo y su estado de ánimo. Luego, fueron sometidos a una resonancia magnética funcional (fMRI) para medir su actividad cerebral. La consigna era clara: reducir el uso del smartphone al mínimo durante 72 horas. Llevar su uso a lo mínimo imprescindible, solo para el trabajo, la comunicación básica con la familia, amigos o colegas. Nada de redes sociales, nada de scrollear videos de TikTok o reels de Instagram. Durante ese período, los participantes informaban a través de un breve cuestionario en su dispositivo cuánto lo habían usado y cómo se sentían. Al finalizar las 72 horas, se repitieron las pruebas iniciales: cuestionarios de ansiedad y estado de ánimo, y una nueva resonancia magnética funcional. El objetivo era evaluar cómo respondía el cerebro al ver imágenes de celulares antes y después de la abstinencia. En ambos escaneos, los participantes observaron imágenes neutras, como flores y barcos, junto con imágenes de smartphones con la pantalla encendida y apagada. Al comparar los datos, los investigadores detectaron cambios notables en el cerebro. Los resultados mostraron que, tras tres días de restricción, la actividad en la corteza cingulada anterior y el núcleo accumbens aumentó al ver imágenes de celulares. Esas áreas están directamente vinculadas al sistema de recompensa del cerebro y suelen activarse en situaciones de anhelo o deseo, lo que sugiere que los participantes experimentaron una especie de “subidón” al ver nuevamente el objeto de su abstinencia. Sin embargo, también se registró un fenómeno inverso: las áreas relacionadas con la atención y el procesamiento visual, como el giro frontal medio y el lóbulo parietal superior, reflejaron una reducción en su actividad cuando los participantes miraban imágenes de celulares con la pantalla encendida. El hallazgo, de acuerdo a los investigadores, sugiere que la estimulación que normalmente generan los teléfonos podría haber disminuido tras la pausa de tres días. Un aspecto clave del estudio es que los cambios cerebrales observados estuvieron vinculados a los sistemas de dopamina y serotonina, neurotransmisores que van de la mano con la recompensa y la adicción. No obstante, los cuestionarios revelaron que los participantes no reportaron modificaciones significativas en su estado de ánimo ni en su nivel de ansiedad por el smartphone antes y después del período de abstinencia. Los distintos tipos de imágenes que les mostraron a los participantes del estudio “Nuestro estudio sugiere que incluso breves períodos alejados del smartphone pueden generar cambios en la actividad cerebral, en particular en áreas relacionadas con la recompensa y el autocontrol”, explicó el líder del estudio Robert Wolf, investigador del Hospital Universitario de Heidelberg. “Los hallazgos indican que el uso excesivo del smartphone puede afectar el funcionamiento del cerebro de manera similar a otras conductas gratificantes o trastornos adictivos”. El estudio logró poner en perspectiva los cambios evidentes que se pueden lograr con apenas 72 horas de “desintoxicación móvil”. Pese a ello, los investigadores advierten que los efectos observados se reducen a lo neurológico y que, para generar transformaciones psicológicas profundas, se necesitarían restricciones más prolongadas en el tiempo. Eso sí, la intención del estudio -lo dicen sus propios impulsores- no es demonizar la tecnología. “Nuestro estudio no busca pintar a los smartphones de manera negativa, sino comprender su impacto en el cerebro. La tecnología tiene muchos beneficios, pero es importante reconocer cómo nuestros hábitos moldean la actividad neuronal y el bienestar. Un uso equilibrado y consciente de los dispositivos digitales puede ser clave para mantener una relación saludable con la tecnología”, aclaró Wolf. Los resultados abren interrogantes sobre el rol del smartphone en la vida cotidiana y el impacto de su uso en el cerebro. ¿Podría ser beneficioso tomarse pausas digitales de manera regular? ¿Es posible revertir algunos efectos del uso excesivo con estrategias de desconexión? Es que, al fin y al cabo, ¿se trata de una adicción más? ¿Una adicción más? No es solo una cuestión de pasar demasiado tiempo frente a la pantalla o de responder mensajes mientras caminamos por la calle o de revisar las redes sociales de vez en cuando. Para muchos, el uso del celular traspasó la barrera del entretenimiento o la necesidad de estar comunicados para convertirse en una adicción, con claros efectos psicológicos. Lo que algunos intuían, se confirma con datos: el uso excesivo de smartphones se vincula con el aumento de ansiedad y depresión y son los jóvenes los más afectados. El psicólogo social Jonathan Haidt describe este fenómeno como la “gran reconfiguración” del cerebro adolescente. A partir de 2010, cuando los smartphones y las redes sociales se volvieron omnipresentes, comenzó a crecer un patrón preocupante de niños y adolescentes con sistemas neuronales hiperestimulados, más propensos a trastornos mentales. “En toda la población, prevemos que entre 1 de cada 3 y 1 de cada 5 personas sufrirá un uso que sería compatible con una adicción conductual”, aseguró Ben Carter, profesor del Instituto de Psiquiatría, Psicología y Neurociencia del King’s College de Londres, en diálogo con Infobae. “El uso excesivo no es necesariamente adictivo. El problema de los smartphones se produce cuando las conductas de una persona en relación con el uso de su dispositivo cambian. Se obsesionan con el teléfono y descuidan otras actividades normales de la vida”, agregó. Entonces, recién ahí, el sistema de recompensas se desconfigura. Si bien pueden necesitar un mayor uso para recibir una mayor recompensa, también les costará dejar de usarlo. No solo eso: seguirán utilizando el dispositivo a pesar de saber el daño que les está causando. Por caso, relegarán dormir algunas horas por la satisfacción que les genera usar hasta la madrugada el celular. El problema no es solo el tiempo que se pasa frente a la pantalla, sino lo que se pierde en el proceso. El smartphone, en ocasiones, funciona como “un bloqueador de experiencias”. “Las notificaciones constantes y la sobrecarga de información contribuyen al estrés crónico al mantener el cerebro en un estado persistente de alerta, lo que conduce a la fatiga mental y al agotamiento emocional”, señaló Rinanda Shaleha, investigadora en la Facultad de Salud y Desarrollo Humano de la Universidad de Pensilvania, ante la consulta de Infobae. Según la especialista, la distinción clave entre el consumo intensivo y la adicción es el control. La adicción se caracteriza por el uso compulsivo, los síntomas de abstinencia y la interferencia con la vida diaria, mientras que los consumidores intensivos pueden desentenderse, evitar el celular cuando lo desean. Muchas especialistas califican el uso compulsivo del celular como una adicción más “Al igual que el juego, el uso de smartphones, especialmente las redes sociales, funciona con un sistema de recompensa variable, que desencadena la liberación de dopamina y refuerza las conductas compulsivas. Con el tiempo, esto puede conducir a una desensibilización, lo que requiere un uso más frecuente del teléfono para sentir el mismo nivel de recompensa. Los mismos patrones que observamos en otras adicciones conductuales”, explicó Shaleha. Los estudios, en su mayoría, muestran una relación consistente: el uso excesivo del teléfono puede aumentar el estrés, la ansiedad y la depresión. Lo que sucede es que esos trastornos, en lugar de evadir, pueden impulsar el uso compulsivo como “mecanismo de afrontamiento”. El corolario también es una atención cada vez más dispersa, cada vez más fragmentada. El simple hecho de recibir notificaciones constantes afecta la capacidad de concentrarse en una sola tarea por tiempo prolongado. El cerebro se acostumbra a la gratificación instantánea y lo que sobreviene, cuando esa gratificación se demora, es la ansiedad. El impacto no es igual en todos los usuarios. Los estudios muestran que mientras las chicas parecen más vulnerables a los efectos negativos de las redes sociales, los varones tienden a refugiarse en videojuegos. Pero el resultado final es el mismo: menos interacciones reales, más aislamiento y deterioro en la salud emocional. Si bien el panorama parece adverso, hay alternativas. El estudio de las 72 horas sin celular en Alemania sugiere que hay soluciones posibles, que el détox digital puede generar un alivio en el cerebro. De la prohibición al autocontrol Los primeros días pueden ser duros. La ausencia de notificaciones genera ansiedad, la sensación de “estar perdiéndose algo”, el famoso FOMO, el impulso de revisar el teléfono se vuelve casi incontrolable. Pero, pasado el umbral inicial, ocurre algo interesante: la mente se calma, el sueño mejora y la ansiedad se apaga. Reducir el tiempo frente a la pantalla tiene efectos positivos en la salud mental. Sin la distracción constante del celular, la concentración mejora y la mente recupera su capacidad para enfocarse en una tarea por períodos más largos. Además, al disminuir la exposición a redes sociales, las emociones se regulan. Según Carter, el uso problemático del celular puede llevar a que las personas descuiden otras actividades importantes de la vida diaria y en el alejamiento puede haber una solución. “Si bien se estudió poco la desintoxicación digital, se descubrió que la reducción del uso está asociada con la baja de la ansiedad y la depresión en un período de tan solo cuatro semanas”, advirtió. Un beneficio clave del détox digital es la mejora en las relaciones interpersonales. Sin la interferencia del celular, remarcan los expertos, las interacciones cara a cara se vuelven más significativas y profundas. Pasar más tiempo fuera de la pantalla fortalece vínculos y reduce la sensación de aislamiento. A nivel educativo, cada vez son más los gobiernos que avanzan en la prohibición del celular en las aulas. Los estudios, hasta el momento, respaldan la hipótesis de que la ausencia del dispositivo genera un impacto positivo en la atención y en la reducción del estrés. Países como Francia, China, Italia, Países Bajos, Nueva Zelanda y Brasil ya quitaron de raíz el teléfono en horario escolar. En Argentina, la Ciudad de Buenos Aires avanzó en una medida en la misma sintonía en jardín y primaria. Shaleha está de acuerdo. Considera que “un descanso estructurado de los teléfonos puede reducir el estrés, mejorar el sueño y aumentar la concentración”. Según la especialista, “incluso los descansos breves, de unas pocas horas al día sin notificaciones, pueden ser beneficiosos”. El objetivo, dice, no es la desconexión total, sino “el uso intencional y consciente para recuperar el control”. Más que eliminar la tecnología, el desafío radicar en lograr autocontrol sobre su uso. Establecer horarios sin pantallas, evitar el celular antes de dormir, priorizar actividades offline para lograr un equilibrio. La evidencia es clara y el estudio realizado en Alemania lo ratifica: la mente agradece cuando pasamos menos tiempo frente al celular.
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