24/02/2025 04:59
24/02/2025 04:59
24/02/2025 04:59
24/02/2025 04:58
24/02/2025 04:58
24/02/2025 04:57
24/02/2025 04:57
24/02/2025 04:55
24/02/2025 04:55
24/02/2025 04:55
Buenos Aires » Infobae
Fecha: 24/02/2025 02:34
Su infancia no había sido para nada idílica. Hija del administrador de campos César Esteban Vichich y de Sara Mauricia Blanco, había quedado huérfana de padre con apenas un año “Me desnudo porque tengo un cuerpo hermoso. No sé qué significa objeto sexual. Soy como un museo en donde se va a mirar lo lindo. A lo sumo le hago un bien a las parejas, conmigo se recrean y siguen sus vidas”, decía con desparpajo. Había nacido el 24 de febrero de 1936 en la provincia de Río Negro. Eran tiempos difíciles para las mujeres que no encajaban dentro de los parámetros impuestos por la sociedad. Pero a ella no le importaba. Su nombre real era Libertad María de los Ángeles Vichich. Pero todos la conocieron como Libertad Leblanc. Y se convirtió en uno de los mayores íconos eróticos de la Argentina. Su infancia no había sido para nada idílica. Hija del administrador de campos César Esteban Vichich y de Sara Mauricia Blanco, había quedado huérfana de padre con apenas un año, cuando el hombre fue asesinado en un confuso episodio. Luego su madre volvió a casarse y ella pasó casi toda su adolescencia en un colegio de monjas, el María Auxiliadora, de la ciudad de Trelew. Pero siempre fue rebelde. Así que la expulsaron en cuatro oportunidades por mal comportamiento. De todas formas, ya instalada en Buenos Aires, se recibió de maestra y comenzó a estudiar psicología. Pero su futuro estaba en el cine. No tenía grandes dotes para la actuación, aunque sí una belleza única. Y estaba dispuesta a llevarse el mundo por delante. Ella era, según la catalogó la prensa de entonces, la “diosa blanca”. Y logró imponerse como la “enemiga” de la legendaria Isabel Sarli. Lo hizo adrede. Es que, para cuando Libertad desembarcó en el medio artístico allá por la década del ‘60, la Coca ya tenía un lugar bien ganado. Así que le resultó fácil “colgarse” de esa fama. Pero no solo las diferenciaba el color del cabello. También eran muy distintas en cuanto a su personalidad. Y es que, mientras la morocha tomaba whisky para animarse a vender en sus films una imagen que no era la real, la rubia se jactaba de sus dotes amatorios y disfrutaba de sus aventuras en secreto. “En esa época, eras madre o eras puta. Y si encima como yo creías que el sexo era también una cuestión de placer, directamente eras una pecaminosa”, explicaba. Libertad junto a Mirtha Legrand y Olga Zubarry Su primer desnudo total fue en La flor de Irupé, film de Alberto Dubois que protagonizó junto a Luis Alarcón y Héctor Pellegrini. Había conseguido el papel durante un festival de cine que tuvo lugar en Venezuela, cuando aprovechó que la ya consagrada Graciela Borges estaba dando una entrevista junto a la piscina para aparecer frente a los periodistas montada en una bikini a lunares que los dejó a todos con la boca abierta. Esto la llevó a la portada de todos los diarios del día siguiente. Y la propuesta cinematográfica que tanto esperaba no tardó en llegar. Para entonces, ya se había separado del empresario teatral y representante de estrellas Leonardo Barujel, con quien se casó a los 17 años y tuvo a su única hija: Leonor. Su matrimonio había sido el último intento de tratar de encajar en lo que se esperaba de una dama en esa época. Después, optó por disfrutar de los hombres sin rendirle cuentas a nadie. “Amores no tuve tantos... Yo estuve apasionada por un cantante muy importante que no voy a nombrar. Sigue siendo muy renombrado en el mundo entero”, confesó en una oportunidad. Y se supo que se trataba, ni más ni menos, que de Plácido Domingo. Pero, fuera de eso, nunca más volvió a formalizar una pareja. Fueron muchos los que la cortejaron. Pero, después de que su exesposo despechado intentara cerrarle las puertas del medio, ella decidió no depender nunca más de un hombre. Nunca tuvo mánager, por lo que se ocupó ella misma de negociar sus contratos, en los que establecía que ninguna otra mujer de pelo rubio podía estar en sus películas y que ella era la única que podía elegir a su galán. Y se dio el lujo de rechazar hasta al por entonces presidente de Brasil, Joao Goulart, dejando en claro que ella era la que decidía con quien estar y que no le interesaba ni el poder ni el dinero si la otra persona no le resultaba atractiva. De hecho, durante el Festival de Cine de Colombia, recibió joyas por parte de Pablo Escobar Gaviria, quien la invitó a desayunar para tratar de seducirla. Pero ella negó que su encuentro con el líder del Cartel de Medellín haya pasado a mayores. Leblanc en una de sus escenas más jugadas “Hay gente que nunca ha aceptado que si bien soy una mujer con un par de tetas impresionantes, también pienso y opino”, decía sin tapujo la Leblanc, quien nunca dejó que la cosificaran. En su adolescencia, las monjas la obligaban a fajarse los senos, lo que le había hecho pensar que su cuerpo era impuro. Pero de grande entendió que ella, y solo ella, podía disponer de él. Y, como buena adelantada que era, a cualquiera que le preguntara sobre su pensamiento le aseguraba: “Feminismo es igualdad social. Misma remuneración, mismo derecho al goce, pensarse como un ser humano íntegro”. Filmó más de 40 películas que se difundieron en todo el mundo, como Fuego en la sangre y La venus maldita, compitiendo con las de la italiana Sophia Loren. Y logró un muy buen pasar económico, que le permitió comprar propiedades en España y Suiza, donde pasaba gran parte del año. De hecho, después de su retiro, alternaba su estadía entre estos tres países, en especial este último en el que se había instalado su hija y donde tenía a su único nieto. Hasta que, en su última visita al viejo continente donde viajó para vender un departamento en 2017, sufrió una afección cardíaca y allí comenzaron sus problemas de salud. Entonces no tuvo más remedio que refugiarse en su casa de Buenos Aires. Pero su estado, al que se le sumó un cuadro de Alzehimer, comenzó a empeorar lentamente. Hasta que en el mes de marzo de 2021 debió ser internada en el Hospital Rivadavia por una neumonía. Y aunque luego fue dada de alta y pudo regresar a su hogar, donde su hija se encargó de montarle un equipo de asistencia con dos enfermeras que la cuidaban las 24 horas, nunca se recuperó. “Espero no morirme por lo menos hasta los 100 años. Estoy en contra de la muerte, es una injusticia venir al mundo sabiendo que una va a morir”, había dicho en una oportunidad. Pero el 29 de abril de ese año, a los 85, falleció. Aunque con el aliciente de haber vivido siempre como ella había querido.
Ver noticia original