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» Diario Cordoba
Fecha: 23/02/2025 11:08
Aprendimos del señor Miyagi que el karate se usa siempre como defensa, y de Vizzini -aquel genio del mal de La princesa prometida- que nunca hay que mezclarse en una guerra de conquista en Asia. Si bien, en primera instancia, podrían interpretarse como un par de sabias enseñanzas, no obstante, oportunamente pervertidas y sacadas de contexto corren el riesgo de emparentarse, de alguna manera, con esa moda de cierto sucedáneo de estoicismo reducido a eslóganes que abogan por que nos conformemos, sin protestar, con lo que tenemos y con cuanto nos ha tocado en suerte. En definitiva: pasividad, no meterse en líos y, si acaso, defender la, cada vez más pequeñita, parcela de cada cual. Algo así como una sublimación del «virgencita que me quede como estoy» aderezado con duchas diarias de agua muy fría a las cuatro de la mañana. Frente a esta actitud de constante resistencia propia de una víctima permanentemente acosada y que se ve obligada a defenderse frente a continuos e injustos ataques -postura que, en todo caso, tampoco conviene desdeñar absolutamente-, se alza el radical y provocador filósofo francés Alain Badiou, quien ha llegado a criticar una cierta concepción de la ética que se contentaría con circunscribirse, nada más, pero también nada menos, que a la mera proclamación de los derechos humanos y ello -argumenta el pensador y dramaturgo nacido en Rabat- dado que tal autolimitación moral terminaría siendo una respuesta exclusivamente conservadora de lo que hay, una opción vital y política que se limitaría a asumir la realidad como algo necesario, incuestionable o inalterable; si bien, se debe reseñar, cuando alude a la realidad, Badiou está pensando en el sistema capitalista, algo que es, pero que también podría no ser, ni haber sido, e incluso, por qué no, dejar de ser el día de mañana; o, al menos, dejar de ser en la manera tan despiadada en que lo conocemos. De quedar restringidos a una mera, aunque necesaria, defensa frente a los embates del capital, los derechos humanos -acaso una de las más grandes invenciones y conquistas de la imaginación moral del hombre y la mujer-, a ojos de Badiou y de acuerdo con esa visión reduccionista de los mismos, podrían terminar limitando nuestra innata capacidad de vislumbrar otros futuros posibles y de crear nuevos mundos donde la libertad, la igualdad y la justicia tengan mayor y mejor presencia. Lugares más acogedores donde no nos limitemos a resistir o defender un lo que hay cada vez más atacado y constreñido y en los que, además de la mera supervivencia, sea posible desarrollar una genuina vida humana, dotada de expectativas, proyección y ensueños. Si los derechos humanos -o «fundamentales», una vez quedan cristalizados en leyes, tratados y constituciones- resultan incuestionables en tanto que asientan las bases de eso que Hannah Arendt llamó «el derecho a tener derechos», lo que Badiou propugna es el ejercicio de una suerte de «derecho a conquistar nuevos derechos»; una posibilidad que, lamentablemente, no se consigue sólo a la defensiva -sobre todo cuando se produce un continuo bombardeo de medidas que se encaminan a menguar, limitar o dejar sin apenas contenido material o efectivo algunos de esos derechos que creíamos inmunes o definitivamente garantizados-, sino que precisaría de conjugarla con algo así como la mejor versión de los momentos Cobra Kai en los que toca atreverse, remangarse, tratar de ir más allá y, o bien mezclarse en batallas de conquista en ignotas tierras, por lejanas e inalcanzables que parezcan -lugares que, al igual que le ocurre a la utopía o al horizonte, se alejan a cada paso que damos, pero que, como dijo el poeta, nos sirven para seguir caminando-; o bien dar el primer y más convencido golpe sobre la mesa y rebelarse, negándose, como nos enseñó Camus, a asumir ciertos costes -que siempre pagan los mismos- como necesarios o inevitables. *Abogado y filósofo
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