Contacto

×
  • +54 343 4178845

  • bcuadra@examedia.com.ar

  • Entre Ríos, Argentina

  • Cafetines de Buenos Aires: un pequeño lugar escondido en el Centro en el que ni siquiera hay espacio para instalar una bacha

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 23/02/2025 04:08

    Sobre la calle Uruguay en una zona que solían frecuentas abogados antes de la pandemia, aparece el pequeño lugar que huele a café A finales del año pasado me regalaron el libro “Antes de que se enfríe el café”. Su autor es Toshikazu Kawaguchi, productor, director y dramaturgo japonés. Con esa obra hizo su debut como novelista. Es la primera de una saga que lo convirtió en un fenómeno de ventas internacional. La historia transcurre en un pequeño café de Tokio que ocupa el sótano de una propiedad. El local pasa inadvertido desde la calle. Sin embargo, una leyenda lo hace trascender. En una de sus escasas sillas se puede regresar al pasado, pero con la salvedad de que ese viaje en el tiempo durará el tiempo en que el café se mantenga caliente y no podrá modificar el presente. Lo traigo a cuento porque su lectura me recordó a otro minúsculo café de Buenos Aires. Quizás, el más diminuto de toda la ciudad. Perdón, nada de quizás, con certeza no existe otro más diminuto. Como ignorado por la mayoría de los porteños. El dato me lo pasó Julieta Ulanovsky, una auténtica cafetería-hunter que siempre comparte información precisa y valiosa. Por eso me llamó la atención cuando pasé a conocerlo y no lo encontré. La localización dada por Julieta lo ubicaba sobre Uruguay a pasos de Rivadavia. El día elegido para mi visita lucía hermoso. Soleado. Ideal para una caminata. Yo andaba de cafés por el Centro y antes de emprender el regreso a mi casa, decidí corroborar la existencia del tesorito escondido. Pero no lo vi. La cuadra presta a confusión porque Rivadavia le cambia el nombre a las calles que atraviesa —Uruguay, por ejemplo, pasa a llamarse San José del lado sur—, pero, antes de ser convertirse en avenida, Rivadavia es un imperceptible límite entre San Nicolás y Montserrat que no distingue barriadas y cabe la posibilidad de errar por una calle equivocada. Por lo que inferí que mi informante debió haberse desorientado y dejé la visita para otra oportunidad, una vez que chequeara con ella la exactitud del domicilio. Dispuesto a seguir disfrutando del día, crucé la frontera, atravesé una galería comercial, salí a la Avenida de Mayo y seguí rumbo a La Boca. La barra del diminuto cafetín tiene apenas dos banquetas Unos días más tarde, visité el Café Vittorio donde se reúne el colectivo de artistas Estrella del Oriente. Recuerdo haber mencionado que el día estaba fatal, que no paraba de llover y que en una tregua de la tormenta, salí del Vittorio —Hipólito Yrigoyen y Luis Sáenz Peña— rumbo al Pasaje Rivarola que estaba por cumplir 100 años de existencia. Cuando llegué a la esquina de Rivadavia y Uruguay un nuevo aguacero me obligó a refugiarme debajo de los balcones de una vieja edificación. En ese instante se produjo la aparición. Porque en la vereda de enfrente, la correspondiente a la numeración par de Uruguay, detrás de una cortina de agua, visualicé el café más pequeño de Buenos Aires: Uruguay 14. El nombre es simplemente la dirección del local. Confirmo el dato: es la cafetería más chica de Buenos Aires. Su superficie²² es de tan solo 30 metros cuadrados. Un café de barra con capacidad para sólo dos banquetas. Algunos puristas de cafetines de Buenos Aires podrán discutir mi apreciación y sostener que Uruguay 14 no califica como tal. Pues, para mí, si en el lugar se vende café para tomar, entonces integra la nómina. En otras palabras, Uruguay 14 huele a café, sus paredes están revestidas con bolsas de café y en su mínimo territorio muelen café. Por otra parte, el café es exquisito. No es un café de especialidad. Se especializa en café. Y, sin guarismo que lo certifiquen, puedo decir que es el más barato, como mínimo, del todo el Centro. Hoy un café vale $1.000. Como Uruguay 14 no tiene lugar para una bacha, el café se sirve en un vaso descartable Entré al cafecito empapado y ocupé una de las dos banquetas. O sea, la mitad de la capacidad disponible en el salón. Pese a la inclemencia meteorológica la gente no paraba de entrar y salir del local. La situación reafirmó una de mis frases de cabecera: no uso paraguas, para eso están los cafés. Son oasis urbanos donde esperar que la situación escampe. Mientras tomaba mi café recordé al pequeño lugar de ficción narrado por Toshikazu Kawaguchi. No porque las personas presentes pertenecieran al pasado, aunque se parecían bastante. Si no porque, quizás, a ese minúsculo café, se lo dejaba ver solo en días de los peores diluvios. Y que, de ahí, en mi anterior recorrido por la zona, bajo un cielo diáfano, me había pasado inadvertido. Y me dije más, por ejemplo: ¿Y si Uruguay 14 no sólo se deja ver en días lluviosos sino que se corporiza, como un milagro, en cualquier otro rinconcito del barrio de San Nicolás cuando uno lo necesita? ¿Acaso no fue San Nicolás, obispo que vivió en Turquía en el siglo IV, quien por medio de oraciones hizo el milagro de calmar una tempestad para evitar el naufragio de la nave que lo traía, junto a otras muchos pasajeros, de regreso de una peregrinación a Tierra Santa? Pues el fenómeno volvió a ocurrir porque a poco de estar en Uruguay 14, la tormenta cesó. Pero antes estuve un rato hablando con su dueño. Uruguay 14 abrió a mediados de los años sesenta del siglo pasado. Solo vendía té y se llamaba “La Gran Muralla China”. Hacia 1969 lo compraron unos asturianos que incorporaron la venta de café y denominaron “La casa del té y del café”. En 2001 se hizo cargo del negocio Juan Carlos Rodríguez, un sobrino de los dueños, estudiante, por entonces, de ingeniería, y volvió a rebautizarlo como Uruguay 14. Y sí, precisión y números. Como le ocurre a otros tantos cafés de barra, o al paso, Uruguay 14 sufre el advenimiento del home office que secó la plaza de trabajadores. El negocio ocupa la planta baja de un edificio concebido para oficinas, equidistante de Tribunales y el Congreso Nacional. Ideal para estudios de abogados. La carpintería a la calle del café es la original, de madera. Al lado, por largos años, funcionó una casa de cuchillos que cerró para siempre. También tuvo como vecino de enfrente una sede de la Fundación de Altos Estudios hasta que también partió. Los constantes cortes de calle producto de sucesivas marchas de protesta desalentaron a muchos negocios y actividades que terminaron mudándose de zona. Uruguay 14 resiste. En Uruguay 14 muelen café y venden para llevar. Alguna vez se llamó La Gran Muralla China, un nombre que era contradictorio con la dimensión del lugar En Buenos Aires existió un reducto tanguero que dejó una huella imborrable: Caño 14. Lo crearon Vicente Fiasché, el futbolista Rinaldo Martino y el pianista Osvaldo Stampone. Abrió en 1962 y pronto se convirtió en La Catedral del Tango. La anécdota sobre su denominación dice que cuando el trío fundador fue a verlo al Gordo Troilo para contarle el plan, el bandoneonista prometió apoyar el proyecto y sentenció “Lo más probable es que terminemos todos fundidos y tengamos que irnos a vivir a los caños”. Lo del 14 vino a cuento por el significado de la numerología quinielera: el borracho o gran tomador. Caño 14 tuvo tres mudanzas. El primero de los locales fue un sucuchito muy pequeño. ¿A qué no saben en qué calle estaba ubicado? Uruguay. Nada. Como el tango. La música también atraviesa la historia de Uruguay 14. Stella Maris Sbaco, esposa de Juan Carlos, es profesora de música de nivel primario. Hija de otra profesora de música, pero para ciegos. Además Nicolás y Fernado, hijos de la pareja, son estudiantes de violín en el Conservatorio de Música del GCBA. Me cuenta Juan Carlos que al café asisten muchos contrabajistas que estudian por la zona. A ver si fui claro, en el café más mínimo de la ciudad se reúnen contrabajistas. Me los imagino a todos moviéndose como un tetris con sus enormes estuches porta instrumentos. Por momentos Buenos Aires resulta inexplicable. En el diminuto local se reúnen contrabajistas que se aprietan en las pequeñas instalaciones de Uruguay 14 El café en Uruguay 14 se sirve en vaso de telgopor. Ustedes dirán “claro, por mil pesos no te lo van a ofrecer en porcelana Tsuji”. Sin embargo no es ese el punto. El tema es que el local no tiene una bacha para lavar la vajilla, entonces se vende en un recipiente descartable. Uruguay 14 puede presumir de no tener en su vidriera un cartel que diga: “Se necesita bachero”. Por un momento somos cuatro los clientes más Juan Carlos, el dueño. El café está colmado. Dejo la banqueta, pago los mil pesos y me asomo a la vereda. En la puerta del café, incrustada en la pared, veo la señalética que indica la parada del colectivo 102. Y no pude no recurrir, una vez más, a la numerología. Aunque, en esta oportunidad, no me ayudó la quiniela que llega hasta el 99, fue la numerología angelical. Se dice que a través del número 102 los ángeles de la guarda envían mensajes de aliento para focalizar con el propósito que cada uno tiene en su vida. Y que a partir de esos pensamientos positivos las cosas comienzan a fluir en esa dirección bajo la protección y acompañamiento angelical. De pronto, comienza a aclarar, sale el sol y para de llover. Entonces me largo a caminar con un claro propósito. Mi próximo café. Instagram:@cafecontado

    Ver noticia original

    También te puede interesar

  • Examedia © 2024

    Desarrollado por