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CABA » Plazademayo
Fecha: 12/02/2025 09:54
Bajo el discurso de la transición energética y la seguridad global, América Latina enfrenta una renovada ola de extractivismo que profundiza su dependencia y expone sus recursos a los intereses de las potencias mundiales. ¿Resistencia o sometimiento? La disputa está en curso. El reciente discurso de Laura Richardson en el Foro Económico Internacional América Latina y el Caribe 2025, organizado por CAF, refuerza la narrativa hegemónica que posiciona a la región como un eslabón clave en la seguridad y economía global, pero sin garantizar beneficios reales para sus pueblos. La exgenerala del Comando Sur de EE.UU. subrayó una vez más y con vehemencia la importancia estratégica de los recursos latinoamericanos en un contexto de competencia geopolítica, señalando a China, Rusia e Irán como amenazas latentes para la estabilidad regional. Richardson no se refiere a la historia de saqueo de los recursos latinoamericanos por parte de corporaciones occidentales, centrando su discurso en la «protección de intereses» sin cuestionar el modelo económico extractivista que ha dejado una estela de pobreza, despojo y crisis ambiental. El arte de advertir lo que se planea hacer Sus advertencias sobre la inestabilidad regional, el crimen organizado transnacional y los ataques cibernéticos más que preocupaciones genuinas, parecen un guion adelantado de la próxima fase de intervención estadounidense en América Latina. Según Richardson, el crimen organizado representa una de las mayores amenazas para la región, pues “socava a los gobiernos legítimos” y justifica la militarización. Curiosamente, la injerencia estadounidense nunca ha servido para erradicar la violencia, sino para administrarla estratégicamente, asegurando que la inestabilidad siga siendo la excusa perfecta para la presencia militar y la tutela política. Otra joya discursiva es su alerta sobre la guerra cibernética. Según ella, los países latinoamericanos deben evitar la tecnología china, porque las empresas de ese país «no respetan los derechos de su propia gente». Sin embargo, omite que Estados Unidos es el campeón mundial en espionaje digital, como lo demostró Edward Snowden al revelar que la Casa Blanca espiaba incluso a sus propios aliados y el mismo caso del Sotware Pegasus. La sugerencia de confiar solo en proveedores “seguros” no es otra cosa que un llamado a depender tecnológicamente de las empresas estadounidenses. Finalmente, Richardson reafirma que la seguridad y la economía están entrelazadas. No es difícil ver qué significa esto en la práctica: América Latina debe alinear sus políticas económicas con los intereses de Washington si quiere «fortalecer su posición global». No hacerlo, claro, la expone a ser parte de ese “eje de agresores” en el que convenientemente se agrupan Rusia, China, Irán… y cualquier otro país que no siga las órdenes del Norte. En su discurso, no advierte lo que teme, sino lo que probablemente se está diseñando. En su visión, la violencia será administrada a conveniencia, la inestabilidad se convertirá en la mejor excusa para la militarización, y la ciberseguridad servirá como pretexto para erradicar la soberanía tecnológica. Y mientras tanto, América Latina, “rica en recursos”, seguirá siendo saqueada en nombre de la estabilidad, el comercio y la democracia. Bajo esta retórica, Washington busca reafirmar su influencia en el continente, criminalizando cualquier vínculo con las potencias emergentes y promoviendo una mayor militarización y caos. Por otra parte, el presidente cubano Miguel Díaz-Canel, en la XII Cumbre del ALBA-TCP, denunció la persistente injerencia estadounidense en la región a través de sanciones, desinformación y el uso de discursos securitarios para justificar agresiones. Reiteró sobre la amenaza que se cierne sobre América Latina y el Caribe ante la ofensiva imperialista de Estados Unidos. Denunció que Washington impone opciones de sumisión o agresión a los países de la región, mostrando desprecio mediante manipulación, racismo y sanciones coercitivas. Destacó a su vez, la importancia del ALBA-TCP para enfrentar estos desafíos y agradeció el apoyo del bloque en la lucha por retirar a Cuba de la lista de países terroristas, algo que Washington finalmente reconoció como injustificado. Díaz-Canel advirtió sobre la ofensiva imperialista y oligárquica contra América Latina, llamando a una articulación regional que priorice la autodeterminación y la justicia social frente a las presiones externas. Esta disputa política se entrelaza con la llamada «transición energética», que en la práctica refuerza una dinámica neocolonial. Mientras el Norte Global promueve el abandono de los combustibles fósiles, la demanda de minerales estratégicos como litio, cobre y manganeso está impulsando una fiebre extractivista en el Sur Global. Un informe de Visual Capitalist estima que para 2030 será necesario explotar al menos 293 nuevas minas para abastecer la creciente demanda de estos materiales. Esta explotación, lejos de traducirse en un desarrollo sostenible para la región, reproduce la misma dependencia histórica que ha condenado a América Latina a ser un proveedor de materias primas sin soberanía sobre sus recursos. La Unión Europea, por su parte, busca reducir su dependencia de minerales críticos mediante la extracción interna y el control sobre yacimientos en países del Sur, sin cuestionar el impacto socioambiental de sus políticas. La «agenda verde» se convierte así en un pretexto para profundizar el extractivismo y perpetuar un modelo de despojo que pone en riesgo la biodiversidad y la supervivencia de comunidades indígenas y campesinas. La convergencia de estos discursos muestra que América Latina sigue atrapada en una disputa geopolítica donde su papel está predeterminado: ser la fuente de recursos para sostener el crecimiento de otras economías. Mientras Richardson promueve la alineación con Occidente en nombre de la seguridad y el desarrollo, los gobiernos del Norte Global refuerzan una dependencia estructural que impide el avance de un modelo soberano de industrialización y tecnología. Frente a este panorama, la región enfrenta un dilema histórico, consolidar un proyecto de integración que garantice su autodeterminación o continuar bajo la lógica de un desarrollo subordinado a los intereses de las grandes potencias. La resistencia al nuevo saqueo verde será crucial para definir el futuro de América Latina en el orden mundial. Fuente: Telesur | Por: Alfonso Insuasty Rodríguez
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