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Buenos Aires » Infobae
Fecha: 09/02/2025 03:49
Algunas de las sillas que están en la vereda del bar de Recoleta se asemejan a las de la rambla marplatense La palabra “rambla” procede del árabe hispánico rámla que significa: arenal o lecho por donde corren las aguas pluviales. Es lo que ocurría en la famosa calle de Barcelona por la que, durante años, circuló el agua procedente de las lluvias. Aquí le decimos rambla a la avenida que bordea la costa del mar. La marplatense es la más famosa. También la llaman del mismo modo a la costanera de Montevideo. En Buenos Aires, obtusos como somos en darle la espalda al río, La Rambla es un café. El Bar La Rambla abrió en 1963 en la esquina de Posadas y Ayacucho. Sus fundadores fueron don Manuel Suárez y doña Carmen Castiñeiras. Dos inmigrantes llegados desde La Coruña. Desconozco por qué eligieron ponerle ese nombre a su negocio. Nunca estuve en La Coruña. Es probable que haya sido un homenaje a su pueblo. Por lo pronto, la calle Posadas, que fue creada por ordenanza municipal en el año 1893, vino a cortar en dos los jardines traseros de las residencias que tenían su frente hacia la Avenida Alvear y bajaban sin interrupción hasta el río. Por lo que, de pronto, el nombre La Rambla no resultó inapropiado. En revestimiento del interior del bar predomina el bronce. El lugar tiene aspecto señorial A la calle Posadas, por mucho tiempo, se le dijo la Alvear segunda. Sin el mismo ancho que ofrece la perspectiva urbanística y la majestuosidad de sus paralelas Alvear y Quintana, Posadas mantiene la cercanía y la intimidad de una vecindad. En el último tramo de sus ocho cuadras de largo —el que corresponde a las 200 metros que van desde Callao hasta el Palais de Glace— vivió Eva Duarte. Una placa lo recuerda. Allí, en 1945, fue detenido Juan Domingo Perón para ser enviado a la Isla Martín García. Decisión de la cúpula militar gobernante que derivó en el 17 de Octubre y toda la historia posterior que ya conocemos. Enfrente, en el edificio de Posadas 1540, décadas más tarde, vivieron Carlos Menem y Zulema Yoma. Se sabe que Carlitos Jr. pasó a saludar a su madre para luego juntarse con amigos en La Rambla antes de subirse al helicóptero del vuelo que terminaría en su muerte. También en la esquina de Posadas y Ayacucho, dentro del Hotel Alvear, en las instalaciones de su Teatro Íntimo, funcionó en sus comienzos el primitivo Canal 7. Fueron muchos los ricos y famosos que pasaron por La Rambla. Dentro de los más distinguidos se destaca el matrimonio de Adolfo Bioy Casares y Silvina Ocampo. Al listado se suman Graciela Alfano, Susana Giménez, Jorge Asís, Tato Bores, Alberto Olmedo, Carlos Monzón y, entre las figuras del exterior, Robert Duvall, Luis Miguel y Anya Taylor-Joy. Francis Mallmann calificó al sánguche de lomito de La Rambla como “el mejor de Buenos Aires”. Otro visitante ilustre fue el artista Federico Manuel Peralta Ramos. Su amigo, Pedro Roth, me contó una gran anécdota de ambos. Resulta que Federico invitaba todo el tiempo a tomar café “del Alvear”. Tanto insistió que Pedro aceptó el convite, pero la cita fue en una de las mesas de La Rambla. Federico se hacía cruzar por mozos amigos del Hotel los scons y masitas secas que quedaban sin comer en los platos de los huéspedes alojados. Lo que está claro es que este pequeño territorio dentro de Recoleta viene a representar, quizás como ningún otro, el “barrio cerrado” de una clase privilegiada. Y que el Bar La Rambla es su Club House. El Bar La Rambla comenzó a funcionar en 1963 En la semana volví a La Rambla para encontrarme con una vieja amiga, también parroquiana frecuente. Se llama Paige Nichols, es estadounidense. La conozco desde hace más de diez años. Nació en Washington. En 2007 vino a Buenos Aires dentro de un intercambio entre la Universidad de Boston y la Universidad Católica Argentina. Estuvo seis meses entre nosotros hasta que volvió a su país para recibirse de Licenciada en Humanidades. Cuando en 2008 explotó la burbuja inmobiliaria en Estados Unidos, Paige constató que sus posibilidades de conseguir empleo se habían esfumado. Entonces armó sus valijas y decidió apostar otra vez por ese extraño micromundo de un país que había conocido al sur de todo. Se radicó en Buenos Aires y ya no se fue nunca más. Pero aquí vengo a contarles su curiosa rutina. Porque Paige no podría haber elegido una ciudad más adecuada para vivir. Ni sus cafés. Todas las mañanas llega a La Rambla con Pocho, su perro, y se sienta en una de las mesas de la ochava. Los mozos le acercan un café con leche y el diario La Nación. Como corresponde, la lectura la realiza de atrás para adelante. El hecho distintivo, en este caso, es que Paige se detiene a poco de empezar y no avanza más. Su única lectura son los avisos fúnebres. “Amo este país” me dice mientras me muestra algo distintivo de nuestra cultura y que no encontró ninguna similitud en sus múltiples viajes alrededor del mundo. El tesoro que tiene guardado son fotografías que captó con su teléfono celular de saludos y condolencias de familiares, amigos, entidades empresariales y clubes sociales para con sus deudos. Todos publicados en La Nación. Las capturas las tiene subidas a su cuenta de Instagram en una carpeta de destacados llamada, como es debido, Fúnebres. Algunos, doy fe —y puede corroborarse porque el perfil es público— son piezas de literatura. Paige lleva años de lectura de necrológicas. Lo que le permite haber tejido en su cabeza una red entre familiares, amistades y relaciones de una clase social que, en buena parte, reside en el barrio. El célebre cocinero Francis Mallmann asegura que en La Rambla se puede conseguir el mejor sánguche de lomito de Buenos Aires En verdad, no hace otra cosa que lo que hoy se conoce como stalkear —seguir a alguien por una red social para obtener información y conocer sus movimientos—, lo extraño, en este caso, es que lo hace con gente que acaba de fallecer o se la recuerda por su aniversario. Es tanta la información que Paige tiene archivada en su disco rígido que cuando se produce la muerte de algún famoso, puede anticipar a quiénes —se llame Muky, Poupee, Rolo, Isidro, etc.— leerá al día siguiente en su último adiós al difunto. Puede decirse que Paige reescribió el famoso proverbio que dice: Siéntate en la puerta de tu casa y verás pasar el cadáver de tu enemigo. En este caso, sin la carga de venganza, podría reinterpretarse así: Siéntate en la puerta de La Rambla y leerás en La Nación el obituario de un conocido. Hubo un momento en que Paige se sintió muy cerca de aparecer publicada en los avisos fúnebres. El oscuro presentimiento ocurrió en julio de 2020, cuando La Rambla cerró sus puertas por la pandemia. La sensación de angustia y ahogo fue tal que lo vivió como si, de pronto, la mano de la parca hubiera desconectado la máquina que la mantenía vinculada a este mundo. Unos meses más tarde, en febrero de 2021, La Rambla abrió en manos de un grupo empresario con varios negocios gastronómicos en la ciudad y toda la vecindad recuperó su sede social. Y mi amiga su rutina cotidiana. Paige Nichols lee fúnebres y los destaca en su cuenta de Instagram: @lapanza El bar sigue manteniendo el cartel corpóreo de la entrada. Las mesas y sillas son las mismas de siempre. En el interior, el revestimiento de roble, los bronces, las arañas, los espejos y la escalera que conduce a un pequeño salón que balconea sobre la barra, le da un aspecto de bar de club inglés. Afuera, en la vereda, algunas de las sillas imitan —con más glamour, por cierto— el famoso modelo playero utilizado en la rambla de Mar del Plata. En síntesis, es la misma Rambla de siempre. Recomiendo mucho una visita al lugar para adentrarse en un particular sector de ese aleph borgeano llamado Buenos Aires. Para concluir, un último comentario. En el caso de que sea Paige a quien quieren conocer, ya saben, la encontrarán por las mañanas en su mesa de siempre, junto a Pocho, un perro callejero que lleva un pañuelo atado a su cuello. Este dato de la mascota es fundamental. Caso contrario, seguro que no la reconocerían. Es muy probable que se la imaginen entrada en años, oscura y con un halo de bruja. Todo lo contrario. Paige es muy joven, afable e irradia luz. Cuando la saluden, con seguridad les devolverá la atención con una sonrisa arrolladora. Caso contrario, si notan que ella sigue atenta a la lectura de los avisos fúnebres y como toda reacción esgrime una mueca piadosa sin levantar la visita del papel, preocúpense, lo digo por ustedes, esa chica tiene un sexto sentido. Instagram:@cafecontado
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