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  • Renacer de las cenizas: la vida después de un incendio

    » Diario Cordoba

    Fecha: 03/02/2025 12:46

    El 20 de enero de 2015, el aire frío de la noche elevaba una densa niebla negra en la calle Músico Cristóbal Morales entre intermitentes resplandores. Un incendio voraz devoró un bazar chino en los bajos de un edificio residencial y amenazó con llevarse consigo las vidas y los recuerdos de 109 familias. Todos los afectados coinciden en lo mismo: si el fuego se hubiese declarado horas más tarde, el final hubiera sido otro. En el momento del siniestro, algunos acababan de cenar y otros se disponían a hacerlo. Las únicas personas que dormían eran los niños. Eran poco más de las 22.30 horas cuando se desencadenó todo. En cuestión de minutos, 300 personas se vieron obligadas a salir a la carrera, con lo puesto, sin saber que su regreso estaría marcado por la incertidumbre, la burocracia y una lucha titánica contra las aseguradoras. «El humo era irrespirable, no veíamos nada», recuerda Pilar, una de las afectadas. Cuando la humareda se disipó, los vecinos, en plena calle y solo con lo puesto, sosteniendo en brazos a sus hijos pequeños, esperaban algún tipo de amparo por parte de las autoridades. Pero no hubo respuesta más allá de la actuación de los bomberos. «Salimos en pijama, con un frío tremendo, y nadie nos ofreció ni una manta», relata Pilar. La falta de un plan de emergencia hizo que cada familia tuviera que buscar refugio por su cuenta desde esa misma noche. Comenzaba un periplo igual de desolador que el incendio que destrozó su edificio. Para muchos, la única opción fue depender de la generosidad de familiares y amigos. «Yo solo pensaba en la rutina de mis hijos», confiesa Paco, otro de los afectados. «Mi obsesión era que volvieran a la guardería, a su entorno, aunque estuviera fuera de su casa». Otro matrimonio afectado, en este caso sin hijos, relata también su periplo en busca de un techo bajo el cual alojarse. Tras un tiempo hospedados en un hotel lograron, no sin sacrificio, que alguien les ofreciera un alquiler adaptado a su situación. Olga y su marido vivieron en carne propia el rechazo de las inmobiliarias. «Nadie nos quería alquilar un piso porque cuando decíamos que nos interesaba por dos o tres meses, que era lo que iba a tardar en arreglarse nuestro edificio, nos daban la espalda». Al final fue medio año lo que todas las familias estuvieron en este particular «exilio». La lucha Si la noche del incendio fue un golpe devastador, la lucha con las aseguradoras se convirtió en una herida abierta. «Nos costó meses que nos reconocieran lo que nos correspondía», cuenta Paco. Olga aún sigue en litigios. «Han pasado diez años y seguimos peleando. Nos deben miles de euros», afirma. Algunas familias, agotadas, aceptaron acuerdos insuficientes solo para cerrar ese capítulo. Pero otros, como Olga, se negaron a rendirse. «Nosotros decidimos pleitear y seguimos luchando», aclara. Vicky, presidenta de la comunidad de vecinos en aquel momento, estuvo al frente del proceso de recuperación desde el primer día. «Me veía en muchas situaciones de juicio, en muchas reuniones que incluso afectaban a mi vida personal y laboral», confiesa. Se convirtió en la voz de los vecinos frente a las aseguradoras, los peritos y la administración. A día de hoy, todavía recibe citaciones de casos que siguen sin resolverse. «Mucha gente se queda con el suceso, con el ‘menos mal que no ha pasado nada’, pero la historia no acaba ahí. La historia tiene un calvario todavía mucho más doloroso», expresa con un perceptible tono de tristeza en la voz. Tareas de arreglo de los desperfectos en 2015. / A.J. GONZÁLEZ La lucha contra las aseguradoras fue ardua, y muchas personas descubrieron entonces que no sabían bien qué cubrían sus pólizas. «Muchas veces no somos conscientes de lo que estamos pagando en un seguro y escatimamos, pensando que nunca nos va a pasar nada», advierte Vicky. En este caso, cada propietario tuvo que gestionar su parte con su propio seguro, mientras que el seguro de la comunidad, junto con el Consorcio de Compensación de Seguros, cubrió los daños estructurales del edificio. Aunque la reconstrucción de las zonas comunes se resolvió sin pleitos, algunos vecinos siguen reclamando indemnizaciones. «La mayoría de la gente no sabe lo que contrata en el seguro, no tiene idea de lo que es el contenido o el continente», señala. Vicky tiene claro su consejo: «Siempre en la comunidad tiene que haber un administrador y un abogado, porque los vecinos pueden tener buena voluntad, pero se necesitan profesionales». El bálsamo de la solidaridad En medio de la desesperanza, surgió una red de apoyo inesperada. «Nos ayudamos mucho entre nosotros», dice Pilar. «Creamos una plataforma para reclamar en Urbanismo que se nos atendiera». Vecinos ofrecieron sus casas, donaron dinero y organizaron eventos solidarios. La Diputación acogió una gala benéfica donde se recaudaron fondos para las familias más afectadas. «Me regalaron ropa, juguetes, hasta una alfombra para que mi hijo pudiera tumbarse… La gente fue increíble», recuerda emocionada. La solidaridad fue la única red de seguridad. En ausencia de apoyo oficial, la comunidad tomó las riendas de su propia recuperación. Lecciones A pesar del sufrimiento, la experiencia dejó lecciones. «El incendio te hace ver la vida de otra manera. Ya intentaba ser positivo antes, pero esto me ha enseñado a valorar lo que realmente importa», señala Paco. Pilar aprendió a desprenderse de lo superfluo. «Te das cuenta de que tienes muchas más cosas de las que realmente necesitas. Yo estuve un mes con dos pares de pantalones», recuerda. Cuando la esposa de Paco regresó por fin a su casa puso en su perfil de WhatsApp: «Hogar, dulce hogar». Han pasado los años y ese mensaje sigue ahí, perenne. Un recordatorio de que, a pesar de todo, la vida sigue adelante. 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