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  • El físico alemán que odiaba a los nazis y robó el mayor secreto militar de Estados Unidos: la vida de Klaus Fuchs, el espía atómico

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 03/02/2025 02:31

    Comunista devoto, mente brillante, físico admirable, trabajador incansable, querido y respetado por sus compañeros en un mundo en el que las vanidades latían al ritmo de la fisión nuclear, Fuchs fue también un tipo discretísimo, callado y sigiloso (AP Photo) Todo se redujo a un par de almuerzos en el elegante restaurante del Queen´s Hotel en Abingdon, Oxfordshire, que brillaba con timidez en aquellos primeros meses de 1950 en una Inglaterra que empezaba a recuperarse de sus heridas de guerra. Fue un pacto entre caballeros, los dos lo eran, faltaría más. El británico era William Skardon, un alto oficial del MI5, el servicio de contrainteligencia de su Majestad, el rey Jorge VI. Su compañero de mesa era Klaus Fuchs, un brillante físico de treinta y ocho flamantes años, alemán de nacimiento, británico por adopción, durante años cerebro de la ingeniería nuclear, estrella en el laboratorio estadounidense de Los Álamos, bajo la dirección de Robert Oppenheimer, testigo de la primera prueba exitosa de una bomba atómica, padre si se quiere de ella y del resto de las armas nucleares desarrolladas durante la Segunda Guerra, y en la tambaleante posguerra en la que iba a nacer, o había nacido ya, una categoría hasta ese momento impensada en el mundo bélico: la Guerra Fría. No era la primera vez, ni el primer almuerzo, que Skardon compartía con Fuchs. En los anteriores, todos espaciados por un lapso de un par de semanas, o un par de meses, habían participado algunos funcionarios del ministerio de Defensa británico. Fuchs tuvo entonces que responder a varias preguntas que ponían en duda su lealtad hacia el reino, e incluso hacia los Estados Unidos. Sospechaban de él. Creían que era un espía ruso y que había pasado varios secretos atómicos al régimen de José Stalin. Fuchs negó, con cierta impavidez, los primeros cargos que le hicieron en forma velada, educada y cortés, siempre al cobijo de un brandy. La cara ayudaba a su aire de candidez. Era un hombre con cara de chico, con unos anteojos que acentuaban su aire inocente, unos ojos limpios de universitario eterno y un brillo inteligente que respaldaba su genio como físico. Por fin, en aquella última sobremesa en el Queen’s, cuando las pruebas documentales y las evidencias en su contra le impidieron eludir los zarpazos del gato, Fuchs le dijo a Skardon la verdad: reveló que, además de físico, había desarrollado otra profesión, silenciosa, oculta y exitosa hasta ese día al menos. Había sido un espía en favor de la Unión Soviética desde 1942, en plena Segunda Guerra, y cuando ya Estados Unidos se había metido de lleno en la elaboración de una bomba atómica, hasta al menos febrero de 1949, un año antes de su caída en desgracia. Había engañado a las autoridades británicas y también a las de Estados Unidos, porque había sido un hombre de confianza en el Proyecto Manhattan, en Los Álamos, Nuevo México, el reducto de Robert Oppenheimer en el que habían nacido las dos bombas atómicas que cayeron sobre Hiroshima y Nagasaki, y que encaraba el desarrollo en cadena de nuevas armas nucleares. Klaus Fuchs nació el 29 de diciembre de 1911 en un pueblo chico al sur de Frankfurt. A los diecinueve años se unió al partido comunista y luchó contra el nazismo en la Segunda Guerra Mundial. Murió en Berlín, en enero de 1988, a los 76 años Fuchs le dijo a Skardon que había enviado a la Unión Soviética toda la información que pudo sobre la bomba atómica que, con certeza, era toda la que había. Cálculos posteriores afirmaron que el resultado del espionaje de Fuchs había adelantado al menos en dos años el desarrollo de una bomba nuclear en la URSS. La confesión de Fuchs demostró que el muchacho brillante de aire inocente no era sólo uno de los mejores físicos del mundo: era también uno de los mejores espías del mundo. Fuchs se supo perdido en el primero de sus almuerzos en Oxfordshire con la contrainteligencia británica. Antes de los postres y el brandy, supo que lo habían cazado como a un conejo. Su empecinada negativa, siempre imperturbable, fue un intento exitoso de que varios de los espías soviéticos que operaban en el Reino Unido pudieran desertar, huir al Este y salvar el cuello de la horca. Estaban más comprometidos que Fuchs, porque pasaban información a la URSS ahora, en estos días y cuando Stalin era un enemigo de Gran Bretaña y de Estados Unidos. Fuchs había pasado secretos atómicos a la URSS cuando las tres naciones estaban unidas contra Hitler. Fue acusado de revelar secretos oficiales a otra nación, no a una nación enemiga, y el 1 de marzo fue condenado a catorce años de cárcel, la pena más alta establecida por la ley. Como en toda confesión que hace un espía, siempre es más importante lo que calla que lo que admite. Aun así, Fuchs reveló los nombres de varios agentes soviéticos que actuaban en Estados Unidos; entre ellos, implicó a Harry Gold, un químico suizo de la misma edad que Fuchs y también agente soviético, que le había facilitado parte de los secretos atómicos que se manejaban en Los Álamos. Fue condenado a quince años de cárcel en Estados Unidos. Los testimonios de Fuchs y de Gold llevaron a David Greenglass, un maquinista, agente de la URSS, que había trabajado en las instalaciones americanas de enriquecimiento de uranio y luego en el laboratorio de Oppenheimer en Nuevo México. Greenglass era el hermano de Ethel Rosenberg, la mujer de Julius Rosenberg, un ingeniero electrónico neoyorquino. La pareja, afiliados ambos a las juventudes del Partido Comunista de Estados Unidos, fue acusada de pasar secretos atómicos a la URSS. Greenglass confesó en el juicio a los Rosenberg haber pasado secretos a los soviéticos y acusó a su hermana y a su cuñado. Lo mismo hizo Gold. En un espinoso proceso judicial, los Rosenberg fueron condenados muerte y ejecutados en la silla eléctrica en junio de 1953. Greenglass y Gold fueron condenados a quince y nueve años de cárcel. En 2001, Greenglass dijo que había acusado falsamente a su hermana. El FBI y la CIA creen que Julius Rosenberg era un espía soviético, pero no su mujer. Julius y Ethel Rosenberg eran comunistas y fueron entregados por el hermano de ella, quien luego se desdijo sobre la acusación que le hizo a su propia hermana. Fueron los primeros civiles de Estados Unidos en ser ejecutados, acusados de traición a la patria, de espionaje y de haber beneficiado a la Unión Soviética en su carrera atómica (AP Photo, File) Ese maremoto en el mundo del espionaje fue el que lanzó la confesión de Klaus Fuchs en la sobremesa de un helado mediodía de enero en Oxfordshire. ¿Cómo había empezado todo? ¿Cómo se habían lanzado los servicios de inteligencia británicos a la caza del conejo Fuchs? La búsqueda empezó el 10 de septiembre de 1949, en medio de la noche. La Embajada de Estados Unidos en Londres pidió una reunión de urgencia con funcionarios británicos relacionados con la investigación atómica. Era un llamado inusual, vecino a la medianoche, y desusado también por su urgencia. Quien se presentó en la embajada fue Michel Perrin, subdirector del programa de energía atómica del Reino Unido. Como lo reconstruyó la historiadora Nancy Thorndike Greenspan en su libro Atomic Spy, The Dark lives of Klaus Fuchs (Espía atómico: las vidas oscuras de Klaus Fuchs), los americanos le dijeron a Perrin que habían detectado en la atmósfera un volumen tal de radiación, que sólo era atribuible a una explosión atómica. Una semana después, Perrin informó al Comité Conjunto de Inteligencia del ministerio de Defensa que la radiación detectada por los americanos se debía, con mucha probabilidad, a una prueba atómica rusa en el área del lago Baikal, en la zona montañosa de Siberia. Dijo incluso que aviones de la Real Fuerza Aérea, protegidos con filtros especiales, habían identificado partículas de plutonio en el aire, aunque faltaba confirmación. Apenas habían pasado cuatro años desde el lanzamiento sobre Japón de las dos bombas atómicas estadounidenses y desde que ese país se convirtiera en la única potencia atómica del mundo. Ahora se agregaba la URSS. ¿Cómo había sido posible? ¿Cómo había podido Stalin obtener los secretos de la fisión del átomo, construir una bomba atómica y probarla en un lapso tan escaso? En Los Alamos fundaron una ciudad en miniatura para los 6 mil científicos y técnicos que trabajaban en el proyecto Manhattan. La lejanía del lugar impedía filtraciones de la información y si existía algún accidente nuclear nadie más se vería afectado (Department of Energy/Handout via REUTERS) Gran Bretaña empezó a buscar posibles espías. Intervino Arthur Martin, el jefe de la inteligencia militar, que empezó a analizar una infinidad de mensajes decodificados entre el consulado soviético en Nueva York y Moscú en 1944, parte de lo que se conoció como Proyecto Venona. Martin encontró los rastros de varios traidores, entre ellos uno que tenía un nombre en código: “Rest” y que podría haber cambiado a “Charles”. Los datos reunidos por Martin decían que “Rest” era varón, podía ser británico, había visitado Estados Unidos entre marzo y julio de 1944 por un proyecto científico: no había más datos sobre ese proyecto. Una hermana de “Rest” había estado entre marzo y julio de 1944 en Estados Unidos, o tal vez ya vivía allí, y había sido visitado por un agente soviético de identidad desconocida. Narra Greenspan en su libro: “Martin se reunió con sus pares del MI6, la división militar de la inteligencia en el extranjero, para determinar el mejor punto de entrada al laberinto de la identidad de ‘Rest’. El 1 de septiembre, la embajada en Washington le envió un cable para informarle que El FBI había identificado dos posibilidades”. Una de esas dos posibilidades seguía la pista de un informe científico escrito por el equipo británico que había colaborado en el Proyecto Manhattan. Uno de los miembros de aquel equipo tenía algunos puntos de coincidencia con “Rest”. Se llamaba, informaron, Karl Fuchs, y era un alemán nacionalizado británico. El MI5 dijo a Martin que ellos no tenían nada sobre un Karl Fuchs. Le mandaban lo que tenía sobre otro Fuchs, Klaus Fuchs, que era alemán, nacionalizado británico y había integrado el equipo inglés sobre energía atómica que había trabajado en Los Álamos con Oppenheimer. Poco tiempo después, el espionaje británico invitó a Fuchs a almorzar en el Queen´s Hotel en Abingdon, Oxfordshire. Klaus Fuchs nació el 29 de diciembre de 1911 en un pueblo chico al sur de Frankfurt, en el que su padre era teólogo luterano que se convirtió a cuáquero cuando el luteranismo apoyó a Adolf Hitler en los años veinte. Fuchs estudió matemáticas en Leipzig y en 1930, a sus diecinueve años, se unió al partido comunista alemán para pelear contra los nazis. Su padre y su hermana fueron encarcelados por expresarse contra el régimen y por haber ayudado a escapar a algunos judíos perseguidos. Su madre se suicidó en esos años y no se supo nunca si fue a causa de las penurias familiares. Pero el sentimiento antinazi de Fuchs se hizo mucho más fuerte. Era un sentimiento mutuo: los nazis odiaban a Fuchs. Las tropas de asalto de Hitler, los camisas pardas de las SA, lo buscaron para matarlo cuando estudiaba en la Universidad de Kiel. Casi lo logran: le rompieron varios dientes y lo arrojaron al helado río Eider. Pero Fuchs sobrevivió y huyó a Francia. Allí, con la ayuda de comunistas franceses, llegó a Gran Bretaña para doctorarse en la Universidad de Bristol. Klaus Barbie estuvo en el equipo liderado por Robert Oppenheimer que construyó la primera bomba atómica de la historia en el marco del Proyecto Manhattan (Department of Energy/Handout via REUTERS) En 1939 pidió la ciudadanía británica. Tuvo poca suerte. La invasión de Hitler a Polonia y el estallido de la Segunda Guerra, en septiembre de ese año, lo convirtieron en “refugiado alemán” y en “extranjero enemigo”. Lo sacaron del país y lo enviaron a Quebec, en Canadá. Allí contó con el apoyo de dos físicos británicos notables: Rudolf Peierls, de Birmingham, y Max Born, de Edimburgo. Ambos dijeron a las autoridades británicas que los conocimientos de un físico brillante como Fuchs, serían de gran utilidad para luchar contra Hitler. En mayo de 1941 Fuchs trabajaba con Born y con Peierls, que lo invitó a sumarse al proyecto atómico de los británicos, conocido como “Tube Alloys”, una idea que sumaría esfuerzos y experiencias al Proyecto Manhattan que lideraba Oppenheimer en Estados Unidos. Ese año Fuchs se convirtió en ciudadano británico y aceptó, dada su calidad de científico que investigaba para el gobierno, la Ley de Secretos Oficiales que lo obligaba a no difundir a otros gobiernos la información relacionada con la seguridad y la defensa británicas. Era tarde. Fuchs ya era un “notorio comunista”, según informe de la Gestapo al que los británicos dieron crédito: investigaron a Fuchs siete veces a lo largo de esos años, pero no encontraron nada. La invasión alemana a la URSS, en junio de 1941 terminó por decidir el destino del físico alemán. Se vinculó, gracias a sus contactos comunistas, con Simon Kremer, agente de inteligencia de los soviéticos en Londres, y empezó a enviar a Moscú sus conocimientos y experiencias y también los de los británicos. A fines de 1943, como parte del equipo atómico, fue transferido junto con su mentor, Peierls, a la Universidad de Columbia, en New York, para trabajar en el proyecto Manhattan. Desde agosto de 1944 trabajó en la División de Física Teórica del Laboratorio Nacional de Los Álamos, Nuevo México, dedicado a la implosión del núcleo fisionable de la bomba de plutonio. Nunca dejó de pasar secretos atómicos a la URSS, con total discreción y una red de contactos que incluían a Harry Gold y a David Greenglass. El 16 de julio de 1945, cuando en Los Álamos se probó la primera bomba atómica de la historia, uno de los científicos testigos de aquella escena era Fuchs. El de la izquierda es Harry Gold, químico de Filadelfia nacido en Suiza, mientras abandona el Tribunal de Distrito de EE.UU. en Filadelfia el 7 de diciembre de 1950. Gold admitió haber ayudado a Klaus Fuchs, científico británico condenado a prisión por pasar secretos atómicos a la URSS (AP Photo/Sam Myers ) En la posguerra, Fuchs recurrió a un oficial de enlace soviético de amplia experiencia: Aleksandr Feklísov, que entre 1941 y 1946 había sido “operador de radio” en el consulado soviético en New York. En esos años se había encontrado seis veces, probablemente incluso los haya reclutado, con el matrimonio de Julius y Ethel Rosenberg. Años después, en 1962, Feklísov, bajo otro nombre, Aleksandr Fomin, tendría una decisiva participación en la Crisis de los Misiles en Cuba, que estuvo a punto de desatar una guerra nuclear. Entre 1947 y 1949, Fuchs pasó a Feklísov datos clave sobre cómo crear una bomba de hidrógeno y los bosquejos iniciales para su desarrollo, tomados todos de los proyectos que llevaban adelante Estados Unidos y Gran Bretaña. También reveló que la producción mensual de Estados Unidos de Uranio 235 era de cien kilos, y veinte de plutonio. Sólo con esos datos, la URSS pudo calcular la cantidad de bombas atómicas que podía tener Estados Unidos en su arsenal. Los soviéticos también concluyeron que Estados Unidos no estaba preparado para una guerra nuclear, (mucho menos lo estaba la URSS) y que su tradicional enemigo no podría afrontar la crisis en la Alemania dividida y al triunfo comunista en la China de Mao Tsé Tung. Faltaban años para que el concepto de “aniquilación mutua” llevara a las primeras conferencias sobre desarme. De los catorce años de condena, Fuchs cumplió nueve años y tres meses. Su mente brillante no dejó de trabajar: siguió como asesor nuclear de los británicos que hicieron estallar su propio artefacto en 1952, en Australia: era un diseño de Fuchs. En 1953 el controlador del programa de Energía Atómica de Gran Bretaña escribió: “Fuchs sigue colaborando en otros asuntos”. Lo liberaron el 23 de junio de 1959. Emigró entonces a Alemania del Este, donde recobró la ciudadanía alemana, del lado comunista. Fue subdirector del Instituto Central de Investigación Nuclear y, a su retiro, veinte años más tarde, se convirtió en miembro de la Academia de Ciencias. Los soviéticos le concedieron la Orden de Mérito de la Patria y la Orden de Karl Marx. Murió en Berlín, en enero de 1988. Klaus Fuchs cumplió nueve años en una cárcel británica por espionaje atómico para los comunistas. Luego de salir de prisión, ejerció como subdirector del Instituto Central de Física Nuclear de Alemania Oriental en Dresde Comunista devoto, mente brillante, físico admirable, trabajador incansable, querido y respetado por sus compañeros en un mundo en el que las vanidades latían al ritmo de la fisión nuclear, Fuchs fue también un tipo discretísimo, callado y sigiloso. La historia ni guarda demasiados textuales de él, pero alguna vez explicó, o lo intentó, los motivos que lo llevaron a espiar para la URSS: “Tenía completa confianza en la política rusa y creía que los aliados occidentales dejaban en forma deliberada que Rusia y Alemania pelearan hasta aniquilarse. También la suerte le besó la frente. La inteligencia británica, que tenía una latente sospecha sobre Fuchs, incomprobable por otro lado, accedió a enviarlo a Los Álamos porque allí tendría “menos posibilidades de contactarse con espías rusos”. De aquellos años de espionaje ingenuo, romántico y también letal, queda una historia que pinta a Fuchs y a la época que le tocó vivir. La cuentan sus biógrafos. En Los Álamos, Fuchs había establecido un fuerte vínculo con Richard Feynman, un físico teórico neoyorquino experto en mecánica y electrodinámica cuántica. Era siete años menor que Fuchs y vivía una tragedia íntima: su mujer, tan joven como él, agonizaba en un sanatorio de Albuquerque, Nuevo México, víctima de la tuberculosis. Fuchs le cedió varias veces su auto para que Feynman viajara a visitarla. Por su parte, Feynman era un irreverente a quien le gustaba pasar por alto los rígidos protocolos de seguridad que regían en el laboratorio, lo que ponía muy nerviosos a los militares americanos. Una noche, los dos se colaron en el reino de Oppenheimer para hacer nada, tomar unos tragos y hablar de la vida. La charla giró hacia el eventual espionaje que podía infiltrar el círculo cerrado de los Álamos. Feynman era un muchacho brillante y sincero, recibiría el Nobel de Física en 1965, compartido con Julián Schwinger y Sin-Itiro Tomonaga. Manejaba mucha y muy buena información. Sentado frente a Fuchs, trago en mano, le confesó: de todos los colegas del laboratorio, él, Feynman, era el candidato número uno para ser considerado un espía. No sabía con quién hablaba.

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