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» El litoral Corrientes
Fecha: 03/02/2025 02:21
El mundo siempre ha observado a este territorio de un modo singular. Las crisis que aquí se han vivido son insólitas y algunas veces hasta ridículas, con condimentos realmente inconcebibles poco replicados en otras latitudes y dignos de ser estudiados con más profundidad. Quizás convenga recordar algunas “perlitas” que corroboran esta perspectiva. Pocas naciones pueden contar experiencias relacionadas a dos procesos hiperinflacionarios, casi consecutivos, cinco confiscaciones a los ahorros de la gente perpetrados a cara descubierta por los gobiernos de turno y con la connivencia de quienes custodian jurídicamente los derechos ciudadanos, son solo parte de una andanada de extravagantes situaciones sin antecedentes en otros lugares. Una veintena de cotizaciones simultáneas para las divisas, cinco presidentes constitucionales en un par de semanas, la mitad de la población en condiciones de pobreza en un país que produce alimentos para diez veces su número de habitantes, son cuestiones difíciles de explicar a quienes con algo de sentido común no podrían comprender esta nómina de anomalías inadmisibles. En ese contexto los locales suelen estar orgullosos de su fenomenal ingenio para tomar nota de lo que pasa y acoplarse activamente ante la nueva coyuntura. Esa actitud genera admiración en comunidades que observando desde afuera el cuadro aplauden esa virtud de conseguir rápidamente una deslumbrante mutación que no solo permite sobrevivir, sino que inclusive posibilita sacarle provecho a ese desconocido panorama. Es por esa razón que una sociedad familiarizada con ese esquema pocas veces teme atravesar esas inciertas vivencias cuándo se asoman en forma incipiente. Están todos culturalmente preparados y, de hecho, le restan importancia al miedo, ya que tienen los reflejos de épocas anteriores a las que describen temerariamente como mucho peores. Afirman que, si antes pudieron superar escollos superlativos este flamante reto a enfrentar no puede ser un gran problema. Esta vez las transformaciones emergieron. Algunos vieron venir el minuto a minuto, otros se sorprenden a diario, pero asumiendo que hay gimnasia en esto de aclimatarse velozmente este hecho no debería constituirse en un gran contratiempo, al menos no uno que deje mal parado a quienes tienen gran pericia en esto de esquivar sofisticadas medidas de corto plazo. Para ser justos en el análisis habrá que decir que la mayoría de los individuos en general están acostumbrándose a las nuevas reglas, pero no viene ocurriendo lo mismo, o al menos no en la misma proporción, con los líderes de organizaciones públicas y privadas. Allí hay mayor resistencia al cambio, ya no por un capricho infantil sino más bien por otros factores más engorrosos de identificar y con haciendo gala de una mixtura que a veces conspira con la posibilidad de entender a fondo y por lo tanto de destrabar esa inercia cultural. Varios segmentos conviven dentro de esa descripción genérica. Por un lado, están los que no logran descifrar la atmósfera. Allí militan los desconfiados históricos que dicen que lo que está ocurriendo es transitorio y que pronto todo volverá a la retorcida “normalidad” anterior. Son escépticos sobre el presente y el futuro, sostienen que esto no es sustentable y que así nada funcionará, aunque mientras tanto todo continúa a pesar de sus fallidos vaticinios recientes. Otro grupo es el de los tozudos, esos que admiten que efectivamente esto vino para quedarse, que quedan múltiples capítulos por visualizar, pero que esperan que algo más acontezca previamente a su adecuación. Son procrastinadores seriales que justifican su postura con una mirada sesgada del pasado aduciendo que todo finalmente se acomodará por arte de magia. Un tercer sector en una suerte de rara combinación de los anteriores se ampara en argumentos muy racionales, pero en realidad esconde algo más insondable que lo limita e impide avanzar. Ellos no saben lidiar con este nuevo modelo, no están listos ni tienen el conocimiento imprescindible. Jamás lo hicieron y por eso se resisten con uñas y dientes. Adicionalmente no están prestos a profesionalizarse, no solo no saben cómo hacerlo, tampoco quieren aprender. Sienten que no vale la pena arrancar desde el principio y por eso continúan con sus viejas prácticas, ya no solo por una dosis de necedad o pesimismo, sino porque no están dispuestos a recorrer ese sendero que se presenta como muy refinado para sus elementales métodos esos que tantos éxitos le aportaron en su historia personal y profesional, pero que tal vez ahora no sean suficientes para garantizar un porvenir. Esto viene ocurriendo en organizaciones de todo tipo. Los que lideran están desorientados, su desconcierto está latente y su reacción es lenta o inexistente. Son ellos los que deben despertarse. Tienen una enorme responsabilidad ante lo que se avecina. No está en juego solamente su propia perdurabilidad sino también la de los que están bajo su órbita y el futuro de sus propias instituciones. Es tiempo de reflexionar al respecto. No hay mucho margen para dilatar estas determinaciones ya que todo viene sucediendo de un modo vertiginoso, sin demasiadas pausas. No sólo lo doméstico está acelerando su ritmo, también el planeta tiene hoy una impronta irrefrenable que no espera y que avanza sin disimulo planteando en forma cotidiana desafíos impensados que demandan una visión clara y una acción equivalente.
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