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  • Retroceder en derechos y enfrentar a los argentinos lleva a un camino equivocado y peligroso

    Concepcion del Uruguay » La Pirámide

    Fecha: 01/02/2025 13:07

    Por el senador Martín Oliva A esas expresiones impropias para un mandatario, se suman anuncios que considero muy graves, como el retroceso en materia de igualdad de género, conquista trabajosa, de muchas décadas de lucha, por parte de las mujeres argentinas. Como país, esas conquistas legales nos habían puesto en un lugar destacado entre las democracias occidentales. Ese lugar hoy corre riesgo cuando la Argentina vota en las Naciones Unidas en contra de la agenda de igualdad de las mujeres, en una decisión insólita de aislamiento mundial. Sumado al maltrato a los jubilados —maltrato justificado por el Jefe de nuestro Estado con la insólita explicación de que es el segmento donde menor es el índice de pobreza, como si quisiera “corregir” ese dato aumentando el padecimiento de nuestros mayores— se configura un panorama que solo puede producir dolor en la sociedad argentina y, de no lograr que vuelva a imperar la razonabilidad democrática, un grave riesgo de ruptura social y clima envenenado, cuyas consecuencias son, siempre, impredecibles. A ello se agrega el rechazo a la agenda ambiental en la ONU, prioridad para la supervivencia de la especie a corto plazo, según unánime dictamen de la ciencia. Ha sido ésta, a la que tanto apela en ocasiones el Presidente, la que nos ha advertido, desde hace décadas y con desesperación, sobre el dramático cambio climático que amenaza no al planeta en sí, que seguirá girando alrededor del sol, sino a nuestra vida en él. La ciencia es una actividad humana imperfecta, pero indudablemente es la mejor forma (sino la única) que ha desarrollado nuestra especie para construir conocimiento confiable respecto de nuestro entorno y de nosotros mismos. Descreer de las advertencias sobre la crisis global del ambiente es una posición ideológica, no científica. No encontrará el Presidente ni un solo hombre o mujer de ciencia que acredite el negacionismo climático. Por lo tanto insistir en ese camino es suicida, es irresponsable y es, además, dogmático. En ese sentido, pero además en estrecha conexión con los otros puntos, quiero hacer notar la relevancia que tiene recuperar la idea de progresividad, concepto ligado fuertemente con la noción de derechos humanos. Esta noción es la más poderosa, completa y profunda construcción conceptual de las democracias liberales de Occidente y de las principales corrientes de pensamiento del mundo ligadas a la defensa del humanismo, en cualquier coordenada del planeta que es nuestra Casa Común, como le llama el Papa Francisco en su encíclica Laudato Si’, dedicada a la ingente, ineludible y delicada cuestión del impacto de la actividad antrópica sobre el planeta. La progresividad es la idea de que, en materia de derechos humanos —que es, además, la más valiosa contribución del auténtico pensamiento liberal a la cultura humana global— el entramado institucional no puede dar marcha atrás: la progresividad es un principio que establece que los derechos humanos deben aumentar gradualmente hasta alcanzar su efectividad, aunque ese progreso gradual lleve mucho tiempo. Esto implica que los Estados deben tomar medidas a corto, mediano y largo plazo para garantizar el cumplimiento de los derechos. Y este principio también implica que los derechos no pueden disminuir, por lo que se deben adoptar medidas para que aumenten: está asociado así con el principio de no regresión, que establece que los derechos humanos no pueden retroceder. Estos principios (progresividad y no regresión) de los derechos están garantizados en numerosos documentos internacionales, que nuestro país ha firmado y consagrado constitucionalmente y que son o deberían ser motivo de orgullo y de compromiso para cualquier persona que se autopercibe “liberal”. Son, como dije, el principal producto de las democracias liberales de Occidente, surgidos tras derrotar en un trágico y cruento conflicto hace ya ocho décadas, al tenebroso nazismo, el peor de los autoritarismos que amenazaron y atenazaron a las democracias liberales occidentales durante el siglo XX. La Constitución nacional, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, la Convención Americana sobre Derechos Humanos, el Protocolo Adicional a la Convención Americana sobre Derechos Humanos, y varios otros documentos surgidos de la más conspicua tradición liberal, garantizan estos derechos. Es paradójico y penoso que un mandatario que se ufana de ser liberal desconozca esto y ataque de manera desembozada y burda estas conquistas. En el caso de las leyes que han establecido la protección especial de las mujeres, lo que hace falta es el cumplimiento estricto de las mismas, no la supresión. Falta mucho para que una mujer sola pueda transitar libremente y segura por las calles de nuestras ciudades, y esto no es porque sobren leyes que las protejan, sino porque todavía falta que se implementen aspectos centrales de esas normas en la vida cotidiana. Algo similar ocurre con nuestros jubilados y jubiladas, que no tienen tiempo de esperar las cinco décadas que el Presidente dice que transcurrirán para que aparezcan los resultados luminosos de sus políticas en marcha. No es con amenazas y con insultos, no es considerando enemigos despreciables a quienes piensan distinto, algo además impropio de quien se considere liberal, como progresa una sociedad. No basta homenajear a Alberdi, quizá el liberal más destacado y coherente de nuestra historia. Además es necesario leerlo y poner en acto sus pensamientos. Alberdi cuestionaba a quienes, llamándose liberales, no tenían “como hábito respetar el disentimiento de los otros”, a quienes pensaban que “el disidente es enemigo; la disidencia de opinión es guerra, hostilidad, que autoriza la represión y la muerte”. Para Alberdi, “no es liberal el que no sabe respetar a su contradictor, su refutador, su disidente. La libertad, en su sentido más práctico, es la contradicción, la refutación, el disentimiento, el veto de cada ciudadano, opuesto a los actos del poder”. Por ende, invito al Presidente de la República Argentina, a reflexionar sobre estos aspectos, a abandonar el lenguaje flamígero y brutal de considerar enemigo y amenazar con “los iremos a buscar” a quien pueda tener otra mirada, y a apoyarse de aquí en más, en esos pilares liberales, auténticamente liberales, que remontan sus raíces en la Argentina en Alberdi y Moreno, en Artigas y en Urquiza, para defender las libertades de todos, no solo de los que ya las tienen, y a trabajar por el respeto a la individualidad y la armonía colectiva, tales las aspiraciones más serias y profundas de los verdaderos maestros liberales desde Adam Smith hasta la actualidad. El diálogo, la prudencia, los consensos, la convivencia democrática, la templanza y la armonía son los valores que deben guiarnos para construir una Argentina mejor, no la imposición ni la falta de respeto. Crear un clima de enfrentamiento y odio es un camino sin salida, que ya hemos recorrido y que nunca más debemos retomar. Y en eso, siempre, como en la familia, la responsabilidad es de quien mayor responsabilidad tiene. Reflexione Señor Presidente: humildemente, desde Entre Ríos, le pedimos en nombre de nuestros comprovincianos que no juegue a la ruleta rusa con el futuro de nuestros compatriotas.

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