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  • Ética y esplendor de la antigua Misiones

    » Elterritorio

    Fecha: 23/01/2025 02:52

    miércoles 22 de enero de 2025 | 6:00hs. Los primeros días de septiembre comenzaron a repetirse cada vez más calientes dejando atrás el crudo invierno de aquel año. Los lapachos comenzando a florecer, preanunciaban el fin de las heladas y presagiaban que la primavera en ebullición estallaría en cualquier momento, magnificando el ambiente con sus variados y multicolores racimos de pétalos. Hacía horas que los habitantes de la Misión habían dado inicio al movimiento rutinario de las cosas por hacer, cuando el carromato que traía de inspección al Padre Provincial se detuvo frente a la Iglesia, en cuyo frontispicio cubierto de piedra laja mostraban exultantes las tallas en relieve de santos mártires y de Cristo Crucificado. Nunca nadie hubiera podido imaginar la magnificencia artística expresada por los habitantes de las Misiones en la grandiosidad de la selva. Hombres constructores de los treinta pueblos misioneros transformados en solidaria nación por tradición, cultura y pertenencia. Maravillosa armonía arquitectónica resultado de la simbiosis del indio guaraní con los curas jesuitas. Las Misiones, así extendidas en la vasta región, se mostraban en el cenit esplendoroso de su vivencia más gloriosa por obra y gracia de Dios Nuestro Señor, o de Ñande Yara, como llamaban con el pensamiento los originarios ortodoxos. Este escenario es lo que observaron con ojos admirados los funcionarios y sacerdotes que acompañaban al Padre Provincial, venido de Córdoba, en su visita de inspección que meses antes comenzara por las Misiones del oeste allende los grandes esteros. Inmensos remansos de agua cubiertos de camalotes, islotes flotantes y fauna por doquier; lugar que se disputaban reinos las inmensas kuriyú, los feroces yacaré, las Pora e infinidad de duendes misteriosos. Idílico sistema en que la naturaleza acumuló enormes extensiones de límpidas aguas humedeciendo todo a su alrededor y por donde la comitiva debió abrirse paso por desdibujados senderos de barro y pajonales agrestes. Por allí cruzaron y a la selva llegaron. De inmediato se manifestó la alegría de los pobladores ante la presencia de tan importante comitiva que, al punto, acudieron a saludarlos. El centenario Padre Juan en su silla de ruedas se acercó sonriente y besó la mano del superior en señal de respeto y humildad, gesto imitado por los cabildantes y caciques de mayor jerarquía. Recién al atardecer se realizó el recibimiento oficial. El pueblo volcado a la plaza manifestaba su satisfacción bailando y cantando al son de la banda de música y del coro de niñas y niños. Y hasta los sobrios visitantes contagiados de tanta alegría acompañaban la cadencia del ritmo batiendo palmas y ensayando uno que otro pasito de baile. La fiesta pueblerina duró hasta cerca de la medianoche en que todo terminó con la oración generalizada del Ave María y el Padre Nuestro. Después, en silencio se fueron a descansar porque al otro día era martes, día laborable. Una semana de intenso trajín llevó al Padre provincial y a sus asistentes, inspeccionar la Misión que seguía creciendo en inmuebles, cultivos y semovientes. Las barracas atestadas de yerba, cuero y tasajo pronto serían enviadas al gran economato de Candelaria, el centro de acopio y puerto del comercio exterior de la nación. Ante tanta riqueza expuesta el Padre provincial comentaba a sus acompañantes: -¿Qué mayor bendición para un pueblo austero que tener paz, además de pan, trabajo y prosperidad? ¿Se pueden pedir mayores beneficios de los ya obtenidos? ¿Se podrá extrapolar este sistema social tan genuino al mundo civilizado, donde el poder y la riqueza son metas deseadas por encima de los valores éticos y espirituales? ¿Podrán los hijos de la orgullosa Europa volver sus ojos al ejemplo de Cristo y hacer de sus vidas menos ambiciosas, un poco más justas sin que por eso tener que esclavizar a los más débiles? Por ello ruego constantemente a Dios nuestro Señor que los pueblos de las Misiones no sean contaminados por la inescrupulosa codicia del hombre blanco. Desde que llegara a esta reducción el Padre Provincial, había tomado la costumbre en los atardeceres y antes de la cena, dar las noticias del mundo civilizado relatando pequeños y grandes acontecimientos; es decir, todos aquellos sucesos acaecidos hasta en sus más ínfimos detalles. Los lugareños escuchaban atentamente y de vez en cuando hacían preguntas, pero sin demostrar asombro o particular interés, como si las cosas extra misioneras pertenecieran exclusivamente al hombre blanco y a ellos no les concerniera, pues no envidiaban su modo de vida ni se conmovían con los adelantos de la ciencia. Entonces, se debe colegir que los antiguos misioneros, habitantes de la República de las Misiones Jesuitas en ciento cincuenta años de su existencia desde el siglo XVII, tuvieron un sistema social y económico único en el mundo que no volverá a repetirse. Y en la ahora democrática Argentina del siglo XXI, reconquistada en 1983 de la dictadura más terrible que sufriera el país, donde los jubilados somos los palos del gallinero, es dable desear que los políticos actuales tengan la moral y la ética de aquellos misioneros, y los gobernantes que se sucedieron unos tras otros, tengan la grandeza de reconocer que dejaron al país sumido en la más espantosa miseria y de pobreza estructural.

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