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» Diario Cordoba
Fecha: 22/01/2025 04:59
Como estatuas derruidas de una civilización que ha olvidado su gloria, los quioscos de prensa languidecen en nuestras calles, testigos mudos de una decadencia que arrastra consigo más que hojas de papel: arrastra la esencia de una época que buscaba en la palabra impresa su salvación frente al caos. Hoy, donde antaño resonaban conversaciones y se agitaban las páginas cargadas de noticias, la indiferencia reina con su manto de cenizas. Apenas queda una docena de quioscos, reliquias tristes de lo que un día fueron ágoras del saber. El Ayuntamiento, escudado en el aparente rigor de informes jurídicos que proclaman el peligro de un «fraude de ley», ha cerrado la puerta a la prórroga automática de las licencias, como si este acto supusiera una afrenta al orden legal. Este argumento, frío y tecnocrático, evoca las reflexiones de Ortega y Gasset sobre la deshumanización de la sociedad: el espíritu de la comunidad se desvanece bajo la máscara de una burocracia ciega que todo lo mide en términos de utilidad inmediata, olvidando que los quioscos no son meros puntos de venta, sino bastiones culturales. Otros artículos de Francisco Dancausa PASO A PASO Silencio verde Paso a paso Monoparentalidades trágicas Paso a paso Feria profanada En su agonía, los vendedores de prensa han alzado la voz, reclamando no solo justicia, sino memoria. Como ecos de la advertencia de Chesterton, que veía en el progreso desmedido una máquina que no construye, sino destruye lo esencial, denuncian que cada quiosco cerrado no es solo un negocio menos, sino una grieta en el alma colectiva de la ciudad. ¿Qué será de nosotros cuando, al pasar por las esquinas, solo encontremos el vacío donde antes habitaban historias? Las propuestas del gobierno local no van más allá de medidas paliativas: relicitaciones con condiciones más favorables, tímidas iniciativas para declarar la actividad como de «interés cultural» o la diversificación de productos para intentar convertir los quioscos en híbridos comerciales. Pero estas ideas no alcanzan a comprender el drama que se está viviendo. Intentar salvar los quioscos vendiendo boletos de lotería o integrando servicios tecnológicos es como vestir a una catedral en ruinas con luces de neón: la esencia se pierde, aunque el edificio siga en pie. El declive de los quioscos nos recuerda que las civilizaciones no perecen por enemigos externos, sino por la indiferencia hacia aquello que las sostenía. En este caso, la desaparición de estos espacios refleja no solo el triunfo de la era digital, sino también el abandono de un ideal de ciudadanía que encontraba en la prensa escrita un refugio contra el ruido. ¿Qué nos queda, entonces? Quizá solo la melancolía de saber que, cuando el último quiosco cierre, habremos perdido más que un espacio físico: habremos perdido una conexión con nuestra memoria y una resistencia a la desintegración cultural. Porque como advirtió Bernanos, no es la muerte lo que asusta, sino el olvido. Y cada quiosco que desaparece nos acerca un paso más a la nada. *Mediador y escritor
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