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» Diario Cordoba
Fecha: 17/01/2025 02:35
El presidente venezolano, Nicolás Maduro, durante una coferencia en el palacio de Miraflores (Caracas). / 'activos' Cuando un presidente por decreto adelanta la Navidad al 1 de octubre o cuando el político más poderoso del mundo presume de que su palabra favorita del diccionario es arancel, es que la egopolítica ha llegado para quedarse. Nicolás Maduro y Donald Trump, salvando las distancias entre el dictador venezolano y un electo por las urnas, responden a ese término que el CIDOB (Barcelona Centre for International Affairs) ha popularizado o lo que es lo mismo, cuando el narcisismo toma los mandos del poder. El triunfo del ego no es nuevo, de hecho, en el cóctel de cualquier liderazgo siempre ha habido altas dosis de autoestima, la novedad ahora es que no se compensan ni balancean con voluntad de sacrificio o generosidad, sino que el ego ha secuestrado el carisma del líder. Los ejemplos se van a extender en 2025 por todas las geografías; no afectan a una orientación política concreta y tampoco es una cuestión de dictadores, porque son muchos los políticos gamberros que ganan elecciones mirándose el ombligo. Un presidente que enseña una motosierra en sus apariciones públicas y otro que exige que su pueblo se corte el pelo como él. Javier Milei en una Argentina democrática y el tirano Kim Jong-un en Corea del Norte alardean de un ego desbocado sin pudor alguno. Nada diferente al déspota Vladímir Putin, que se graba vídeos montando a caballo con el torso desnudo mientras sus tropas mueren en combate, y de Nayib Bukele, el presidente de El Salvador, que decreta muy ufano ser el primer país bitcóin cuando gran parte de su población no tiene acceso a internet. Otros artículos de Iñaki Ortega Ninguna similitud En 2025 veremos mucha egopolítica, que, aunque tiene las mismas letras que geopolítica, no se parece en nada. La geopolítica que estos años ha marcado la agenda internacional no era otra cosa que cómo los estados usaban la economía como arma de influencia fuera de sus fronteras. El famoso soft power, acuñado por el profesor Joseph Nye, también explica lo anterior, ya que según ese término los países pueden influir en otros sin necesidad de guerras, sino valiéndose de la cultura o de la ideología. Pero eso parece ya cosa del pasado, ahora lo que cuenta es el histrionismo. Viktor Orban, en plena presidencia húngara de la Unión visitando a una Rusia que amenaza a sus propios socios europeos, y el líder de la ultraizquierda francesa, Jean-Luc Melenchon, ganador de las últimas elecciones de su país, apoyando el uso del manto islámico mientras abraza el antisemitismo. Georgia Meloni, primera ministra italiana que cita personajes de La historia interminable en sus mítines a la vez que es capaz de poner mala cara al mismísimo Emmanuel Macron y presentarse de improviso en la residencia vacacional de Trump. Y qué decir de un presidente chino como Xi Jinping, que tuvo en paradero desconocido al jefe de su diplomacia, pero se pasea por Rusia, Irán y Cuba dando lecciones de pacifismo. La mexicana Claudia Shenenbaun no se queda corta exigiendo disculpas a España por su legado a la vez que quiere que los jueces se elijan por el pueblo. Dejo para el criterio del lector si el lapso de cinco días en la presidencia de Pedro Sánchez por cuestiones domésticas se incluye en esta ristra de ejemplos donde prima el ego frente a otras consideraciones. La egopolítica es consustancial al auge de las redes sociales como herramienta de conformación de la opinión pública. Mensajes impactantes, exabruptos, imágenes sorprendentes o sobreactuaciones triunfan en internet, pero también en las más altas magistraturas de todo el mundo. Parece como si la inmediatez de los vídeos cortos o el poder del clickbait (contenidos de internet que captan la atención de los usuarios mediante títulos sensacionalistas) hayan desembocado en la política. Alguien dirá que siempre hubo tabloides o prensa amarilla, que las noticias engañosas no son nuevas y hasta que partidos gamberros se han dado en la historia, sin ir más lejos en España con Jesús Gil y José María Ruiz-Mateos... la diferencia es que hoy todo es amarillo, todo es exabrupto; de la excepción hemos pasado a la norma. El fenómeno de Se Acabó La Fiesta de Luis Alvise, con 800.000 papeletas , y Bildu de Arnaldo Otegui, con casi 350.000 electores, explican también esta egopolítica donde personajes como Otegui y Alvise son votados por ciudadanos de clase media y muy cualificados. Ya no son extremistas sus seguidores, sino personas formadas y con criterio que usan su voto sin tener en cuenta lo anterior. También puede ayudar a entender el fenómeno que un emprendedor como Elon Musk, admirado por sus logros empresariales, irrumpa en la política, pensando que éxitos pasados en los negocios garantizan éxitos futuros en la cosa pública; su ausencia de filtro alguno tendrá consecuencias imprevisibles como se ha visto estos días en el Reino Unido y Alemania. La letra de la canción Malos tiempos para la lírica es la constatación del contraste entre la belleza de la naturaleza y la cruda y fea realidad. Si en los años 80 el grupo gallego Golpes Bajos convirtió esta canción en un himno de su generación al mismo tiempo que lograba poner de moda esa lírica que parecía desfasada, ahora tendremos que cantar con ellos que son malos tiempos para la buena política, precisamente porque a base de repetirlo quizás conseguiremos que el sentido común, el acuerdo y el pragmatismo regresen a los asuntos públicos.
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