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» Diario Cordoba
Fecha: 05/01/2025 12:50
Hubo un tiempo en Melilla en el que cada mañana, a eso de las seis, el pescado traído por los pequeños barcos marroquís del puertecillo vecino de Beni Ensar entraba en la ciudad recien capturado. Hoy el atún, el mero, los salmonetes, las cañaíllas, langostinos y cigalas que se toman de tapa o plato en bares y casas hace un viaje más largo, de África a la península y de la península a África de nuevo, a causa del candado comercial que cierra la frontera. Eso... o pasa clandestino, envuelto en plástico de embalar maletas, porteado por peones a cambio de una propina. Es una de las surrealistas historias a que da lugar el cierre de la aduana comercial con que Marruecos asfixia a la ciudad desde que, unilateralmente, dio cerrojazo en agosto de 2018. Ya van seis años. Los melillenses se han acostumbrado hasta el punto de que las últimas filtraciones sobre una reapertura del paso de mercancías les ha atrapado entre la irritación del gobierno local, presidido por el popular Juan José Imbroda, y una extendida ausencia de entusiasmo ante lo que la delegada del Gobierno, Sabrina Moh, ha ido diciendo en petit comité a empresarios de la ciudad. En principio, serían solo uno o unos pocos camiones los que entrarían desde Marruecos hacia territorio español, y solo productos de limpieza y mercancías producidas en la ciudad -o sea, practicamente ninguna- las que el país vecino admitiría en el sentido contrario. Para el Gobierno de la ciudad autónoma de Melilla el asunto de las restricciones que impone Marruecos para abrir la aduana trasciende el plano del comercio local para convertirse en una auténtica cuestión de soberanía española sobre esa localidad africana. "Aquí no hay alegría, solo curiosidad", comenta el anuncio José Luis G, que fue tendero de los en otro tiempo boyantes almacenes de mercancías de todo tipo que salían de la carretera del Dique Sur hacia Marruecos, y que hoy es un funcionario que decidió buscarse una nueva vida en una oposición. José Luis es uno de esos melillenses que en un día de diario -nunca en festivo, porque las colas de coches pueden ser insoportables- puede pasar a Beni Ensar o Nador a darse una vuelta por los mercados, aprovechar los precios bajos y comer en los restaurantes del puerto, que exhiben ampulosos estantes llenos a rebosar de pescado fresquísimo y crustáceos todavía moviéndose. Se come, por cierto, sin vino o, como mucho, camuflándolo en botellas de agua mineral que tengan el cristal coloreado. Este funcionario milita también en la pequeña legión de parroquianos que, en los bares de la ciudad española, consume raciones de marisco de contrabando. Como si fuera droga Dicen quienes conocen el negocio que en Beni Ensar y Nador los asentadores de pescado lo hacen más como favor que como negocio. Bares y domicilios del lado español encargan mercancía a sus amigos marroquís. El pescado llega a la lonja cuando aún no ha amanecido. Rápidamente se aparta el encargo para clientes españoles, se congela, se envuelve en plástico recio, del mismo tipo que en los aeropuertos se usan para proteger maletas, y se guarda en rincones escondidos de coches o valijas, "como si fuera droga, solo que no lo es: solo es marisco", relata el funcionario. Los peones del puerto de Beni Ensar se ganan un pequeño sobresueldo con este ocasional porte en sus propios coches. No es rentable jugársela por mandar salmonetes u otro pescado más barato, pero por llevar cigalas. almejas o cangrejo azul llegan a cobrarle a vendedor y hostelero 10 euros el kilo. La Guardia Civil controla en la frontera la introducción no permitida de mercancía que pudiera representar algún problema sanitario. Examina las bolsas de quienes pasan a pie o en vehículos particulares, porque está proscrita la introducción particular de carne o pescado en la ciudad. "Si entras con unas patatas o un poco de cebolla y pimientos del mercado de Beni Ensar, te dejan... pero si te encuentran langostinos o cigalas o cangrejo... Entonces te abren expediente", explica J. C., jubilado de las navieras que cubren el tráfico entre Europa y África. Cartel en las cercanías de la frontera entre Marruecos y la ciudad española de Melilla / El Periódico La respuesta administrativa de España al cierre que decidió Rabat hace seis veranos se emitió en mayo de 2022 en una circular del Ministerio de Sanidad sobre control de mercancía de origen animal, y se ve en postes y paredes de las cercanías de la frontera. Es un cartel con dibujos que recuerda al paseante: puede pasar a comprar en los mercados marroquís, pero no podrá traerse a la ciudad más de diez kilos de frutas, hortalizas y aceite. Diez kilos en total de mercancía y por persona. De pescado y carne... nada. Cruzando el Estrecho El pescado que hace decenios pescaba la flota española y que ahora recoge una floreciente industria marroquí viaja con controles sanitarios desde Beni Ensar, a un escaso kilómetro y medio de Melilla, hasta almacenes -de capital marroquí o español- en Málaga y Almería, a 250 kilómetros mar al norte, y después, ya legalizado, hace el viaje de suministro a Melilla. Marruecos tiene abierta sus fronteras con España al paso de personas -estuvieron cerradas a cal y canto con la pandemia y la tensión entre Rabat y Madrid- pero no de bienes. Por eso se da la misma situación en Ceuta: pescado que va de Tánger, Castillejos o La Restinga, los puertos más próximos en Marruecos, hasta Algeciras, se embala, se almacena y se vuelve a enviar a la ciudad hispanoafricana. "Traértelo directamente de Marruecos está prohibido", recuerda a este diario un veterano de la guardia civil en Ceuta. En esta otra ciudad española del norte de África no está tan extendida la costumbre del paso al otro lado para darse un banquete de lenguado a 14 euros el kilo, o gamgas a 16. Se aprovecha el excelente producto de los bares del mercado y el puerto. A por los transfronterizos En Ceuta es mayor motivo de preocupación el trágico goteo de migrantes nadadores que, vivos o muertos, llegan a la ciudad sorteando el espigón del Tarajal que los rumores sobre aduanas. El gobierno de Ceuta, presidido por el también histórico del PP Juan Jesús Vivas, no ha expresado las dolidas críticas del de Melilla, entre otras razones porque para Ceuta contar con una aduana comercial será una novedad, no algo que se recupera. Pero las restricciones, un solo camión al día, que impone Marruecos tampoco alegran al pequeño comercio, ni entusiasman a los políticos, incluso hacen bramar a Vox. "Si alguien no nos da una solución más grande, no sé cómo saldremos de esta", opina Abdel Salem, comerciante ceuti de nuemáticos y otros repuestos, que vio tiempos más boyantes y ahora cada día pasa su jornada en un fantasmal polígono del Tarajal. La delegada del Gobierno en Ceuta, Cristina Pérez, ha pedido paciencia. Dice a quienes quieren oírla que lograr una aduana comercial con Marruecos para la ciudad es mucho, el resultado de un delicado trabajo diplomático con Marruecos. Al otro lado de la frontera, cualquier gesto de reconocimieno de la soberania española sobre las dos ciudades se convierte, también, en espina en la garganta. Más que la futura aduana, el último asunto de frontera que inquieta a la ciudad es la presión que Rabat, por vía burocrática, impone a los trabajadores transfronterizos, el millar de marroquís de las localidades vecinas de Castillejos, Benzú y Farjana que a diario pasan la frontera para sus trabajos, en su mayoría tareas del hogar, hostelería o auxilio de albañilería y comercio. El asunto ha ocupado la portada de El Faro, principal diario de la ciudad, que ha recordado que una interrupción de este flujo humano entre los dos países atraparía a muchos sin haber completado el tiempo suficiente para hacerse acreedores de una pensión española cuando se jubilen. Como en los tiempos del covid, la solución para ese segmento de la clase obrera marroquí volverá a ser quedarse a dormir en la ciudad, con suerte si el casero no quiere estrujar al inquilino.
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