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    » Diario Cordoba

    Fecha: 24/11/2024 13:38

    A ninguno de nosotros nos faltarían calificativos a la hora de retratar la relación existente entre política y verdad. No es preciso dedicarse a la Filosofía política para poder aportar un buen número de adjetivos descriptivos. Tampoco parece preciso que especifique mucho más qué acontecimiento y gestiones subyacen y motivan este espacio de opinión. Lo que duele demasiado no es nombrable, al menos no para mí. El silencio es tributo y signo máximo de respeto. Silencio que va de la mano de la humildad y el recogimiento. Un silencio que casa mal con el corifeo de representantes y servidores poco servibles y nada servidores ni competentes que, para desgracia de todos, ocupan puestos de poder y decisión en nuestro país. Hoy tengo por obligación tratar de hablar de la verdad, la mentira y la inteligencia en política. O tal vez debería corregir y decir en la no política que padecemos. Me explicaré. Tal vez influida o alentada por lecturas que en ocasiones soy incapaz de identificar -pues las fuentes originales, como si se tratase de hilos, han confeccionado un tejido propio- defiendo que el sentido de la política no es otro que el de hacer del mundo un lugar más habitable. Si no, ¿para qué la queremos? Me vale cualquier escala y dimensión general, parcial, especial o sectorial de la política. Por tanto, y en consecuencia, la tarea encomendada a los políticos es la de trabajar en pro de que así sea. Que la parte del mundo que recaiga en sus manos sea después de su acción y debido a ella mejor de lo que lo fuera antes de su intervención. En caso contrario, ni está justificada su permanencia ni su sueldo. Me gustaría poder constatar que así funcionan las cosas, pero desgraciadamente no puedo hacerlo. Debo limitarme a decir que así me gustaría que funcionaran. He estado dándole vueltas al concepto de inteligencia y para exigir un poco a la mía me he prohibido acudir a la RAE a que me resolviese el problema. Huyo de mi tendencia a la abstracción y me concentro en la persona. ¿A quién se le puede calificar de inteligente? Lo primero que me viene a la cabeza es la distinción entre inteligente y listo. A mi parecer, no todos los inteligentes son listos, ni todos los listos inteligentes. Puede haber coincidencia o no. Quizás podría decirse que inteligente es la persona que identifica, previene y/o resuelve problemas o dificultades y listo aquel que sabe aprovecharse de ambos y de todo tipo de circunstancias en beneficio propio. El inteligente parte de lo que Hannah Arendt denominó «verdad factual» que, como la expresión indica, se refiere a la coincidencia y exactitud de los hechos acaecidos reflejados en el discurso o juicio. Pero como Arendt dejó dicho ya en 1964 «las posibilidades de que la verdad factual sobreviva al ataque del poder son de hecho muy reducidas; dicha verdad corre continuamente el riesgo de la arrojen del mundo no ya por un tiempo, sino potencialmente para siempre». Es un error bastante común pensar que los acontecimientos son fuertes e indestructibles, y que acaban por abrirse paso entre las mentiras, las omisiones y en la actualidad habría de añadirse las posverdades. No, nunca lo han sido y hoy aún menos. Más que muchas son las herramientas que posibilitan su destrucción, manipulación y tervigersación hasta convertir los hechos en una maraña laberíntica sin pies ni cabeza que ahoga nuestra ambición de reconstrucción y conocimiento. ¿Por qué? Pues porque «la verdad factual, si se opone al provecho o al placer de un determinado grupo, es recibida hoy con una hostilidad mayor que nunca», dice también la pensadora alemana. Ya ven, hay cosas que no cambian o apenas. Pues bien, el listo es el que, amparándose torticeramente en el derecho a la libertad de expresión transforma el hecho en opinión, confundiendo la línea que separa uno de otro y, de paso, intenta confundirnos a todos, que es, claro está, el objetivo. Sin embargo, esa libertad de expresión y todas las demás son pura «farsa si no se garantiza la información objetiva y no se aceptan los hechos mismos». Evidentemente, lo que se juega aquí no es algo menor sino la credibilidad misma en la política, y la imposible confianza en los políticos que prescinden de los hechos y aspiran a que todos lo hagamos siguiendo la estela de sus opiniones. Supongo que a estas alturas puede afirmarse que Hannah Arendt era inteligente y buena parte de nuestros gobernantes, listos (o aspirantes a serlo). Suscríbete para seguir leyendo

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