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» Elterritorio
Fecha: 24/11/2024 11:24
domingo 24 de noviembre de 2024 | 6:00hs. La Policía Federal brasileña apresó esta semana a tres militares y a un policía de ese país acusados de ser parte de un plan para asesinar, en diciembre de 2022, al entonces electo presidente Luis Inácio Lula Da Silva, su vice Geraldo Alckmin y al ministro del Superior Tribunal de Justicia Alexandre de Moraes. El plan criminal era parte de un golpe de estado y tenía como fin que el entonces presidente Jair Bolsonaro continuara en el poder por vía de las armas. La confabulación estaba tan avanzada que se había establecido la rutina diaria del juez De Moraes y se había infiltrado la custodia de Lula Da Silva. El oficial de la policía federal, el cuarto detenido, cumplía ese rol. El triple asesinato lo concretaría un grupo de élite del ejército. El plan tenía como nombre “puñal verde y amarillo” (los colores de la bandera) y fracasó porque, según la investigación, el generalato de las fuerzas armadas brasileñas por mayoría, decidió no acompañar el golpe de estado. Y la historia fue de otra manera. Eran los tiempos en que los militantes del bolsonarismo, que no reconocieron el triunfo de Lula Da Silva, intentaron tomar la sede del Gobierno Federal en Brasilia fagocitados por el discurso violento de su líder y por fake news que hablaban de fraude desde las redes sociales. Por ese hecho puntual -noticias falsas- y otras ideas comunicativas del bolsonarismo, un publicista y marketinero argentino aparece mencionado de manera reiterada en la mayoría de las investigaciones. Nunca la democracia brasileña estuvo tan expuesta y frágil como entonces. Varios analistas coinciden en que era evidente que el paso del bolsonarismo por la vida de los brasileños, marcado por la violencia discursiva de odio, tendría ese derrotero agónico espejado en las calles en protestas y, aparentemente, un plan criminal. El insulto fácil, la agresión gratuita se convirtieron en algo habitual, lamentablemente, en la política latinoamericana. Las redes sociales, el anonimato que ellas suponen, conllevan cierta impunidad para acribillar rivales políticos a través de descalificaciones e insultos que difícilmente esas mismas personas los sostengan en la calle o frente a sus ofendidos. Pero todo se vuelve mucho más grave, y con un final impredecible, cuando son los propios líderes los que usando su situación de poder encabezan estas agresiones a diestra y a siniestra desvirtuando por completo el intercambio de ideas, el debate que caracteriza a un sistema republicano. Argentina está viviendo momentos parecidos. A diario se viven episodios de violencia verbal contra presidentes de otros países, políticos y, lo último, contra periodistas. Esta semana un grupo de tuiteros, la mayoría funcionarios del gobierno de Javier Milei, presentó la agrupación Las Fuerzas del Cielo, que se autopercibe el “brazo armado”, “la guardia pretoriana” del presidente. Es un estilo de época, dirán los complacientes. Pero la realidad es que este tipo de retórica tiene un efecto ya probado, el de dividir y generar un “nosotros contra ellos”, deslegitimando al adversario político en lugar de confrontar ideas. Los efectos en la ciudadanía son dispares. Pero en general provocan una escalada emocional en la población, alimentando el odio y el rechazo hacia determinados grupos, etnias, géneros o ideologías. “No, pero ellos empezaron primero”, replican los complacientes. Un joven, movilizado por el odio gatilló una pistola, no hace mucho, contra la cabeza de la entonces vicepresidenta de la Nación. En general los hechos de violencia, aunque sean solo en el plano discursivo, se sabe dónde empiezan, pero nunca donde terminan. En el caso de Brasil, ahora la Justicia Federal analiza la imputación al expresidente Bolsonaro, sus ministros y a varios de sus funcionarios, como parte del plan golpista que incluía los asesinatos de Lula, Alckmin y De Moraes. Entre los investigados por la justicia aparece el publicista y marketinero argentino, que ahora es referente del espacio libertario y asesora al gobierno nacional.
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