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  • Las formas son el fondo (y viceversa)

    Buenos Aires » Infobae

    Fecha: 24/11/2024 04:38

    El presidente Javier Milei El Gobierno se encamina a cerrar su primer año de gestión en un clima de marcado optimismo que, en las huestes libertarias, no solo se percibe con inocultables dosis de euforia sino que se decodifica como una suerte de barniz legitimador y certificado habilitante para pisar el acelerador en la peligrosa recta de la radicalización. Tras terminar con las variopintas actividades de su última ventana de exposición internacional que se inició con la visita a Trump y terminó con la bilateral con Xi Jinping -con las visitas de Macron y Meloni, el G-20 en Brasil y la reunión con el FMI en el medio-, y cerrar una de las mejores semanas en términos económico-financieros desde su fulgurante ascenso al poder, Milei parece decidido a volver a poner toda su presión sobre un sistema político que no logra revertir la fragmentación, abandonar el estado de profunda conmoción aletargante, ni superar el temor o el desconcierto ante el rápido avance libertario. Lo cierto es que asistimos a una nueva ofensiva que no distingue ya entre opositores duros, negociadores, dialoguistas, colaboracionistas, aliados con vocación de integración, ni supuestos activos propios, como quedó en evidencia tanto en la dureza con sus aliados y socios en el marco de la negociación por el Presupuesto 2025, como con la intempestiva y destemplada diatriba presidencial contra la vicepresidenta Villarruel. Una movida con un timing que, en términos de estrictas consideraciones de calendario, da cuentas además de lo empoderado que se percibe el Presidente: apenas queda una tensa semana tanto para el cierre del periodo de sesiones ordinarias en el Congreso de la Nación, como para comenzar a transitar un tórrido mes -diciembre- que siempre ha generado temores o -como mínimo- respeto entre quienes conducen la administración pública nacional, provincial o municipal. Ante la aparente consolidación de un escenario macroeconómico caracterizado por la performance virtuosa de varios indicadores como la inflación, el riesgo país, el dólar, los títulos públicos y acciones, las reservas internacionales del Banco Central, la recaudación o el crédito privado -por citar algunos-, Milei se siente más que confiado para avanzar hacia una etapa de mayor radicalización de cara a las elecciones del próximo año. Con el peso fortalecido frente a un dólar planchado, con la inflación contenida y continuando su tendencia a la baja, con el desplome del riesgo país que da cuentas del cambio de humor de los mercados e inversores respecto a las perspectivas del país, y con la expectativa de que el 2025 será económicamente más auspicioso (no solo por la reactivación económica que esperan sino por la confianza en un acuerdo con el FMI que incluya una inyección de dinero fresco), Milei apura entonces una nueva escalada de tensión. Una escalada que parece dar cuenta de que el estilo y las formas de Milei se funden con el fondo. Hoy, más que nunca, las formas son el fondo. Y viceversa. No es que el “fin justifica los medios”, sino que las fronteras entre medios y fines se diluyen en un liderazgo cada vez más radicalizado que no conoce filtros inhibitorios ni límites institucionales. Donde algunos ven conflicto Milei ve gobernabilidad, donde ven tensiones ve decisión, donde ven violencia verbal ve firmeza, donde ven delirios ve profecías mesiánicas, donde ven brutalidad él ve transparencia y honestidad, donde ven intolerancia él ve justicia. No importa si en frente se paran opositores, aliados, funcionarios de su propio gobierno, otros representantes elegidos por la voluntad popular (gobernadores o legisladores), jefes de Estado extranjeros (como Sánchez o Lula), organismos internacionales como la ONU, o periodistas. No hay límites para estas desatadas e indómitas “fuerzas del cielo”. Un estilo que, ya fusionado con el fondo, es el combustible con que se alimenta una maquinaria cuyas estribaciones más profundas aún desconocemos, ya que es una construcción en curso, una historia viva que se escribe en tiempo real y que pese a ciertos “parecidos de familia” no tiene precedentes en nuestro país. Modos que ya no solo son festejados por los fanáticos libertarios, justificados por funcionarios (como Francos al hablar del ataque al periodismo), y azuzados por estrategas (Santiago Caputo), sino que parecen ser -como mínimo- tolerados por importantes sectores de la opinión pública. Aquí reside, en gran medida, la complejidad del momento actual: apuntalado por el escenario económico-financiero, envalentonado por un nuevo crecimiento en términos de imagen y aprobación de gestión, desbocado ante un sistema político que se revela como un yermo sin opositores de peso ni contrapesos relevantes a la vista, Milei acelera sin reparos, desoyendo advertencias y desconociendo todo límite institucional o fáctico, ocupando y hegemonizando nuevos espacios, insultando y descalificando a los críticos, abriendo las puertas de una violencia que corre el riesgo de desbordar los límites de lo discursivo, abriendo nuevos frentes de conflicto y profundizando grietas existentes, entre otras modulaciones propias de este proceso de radicalización. Y, todo ello, tensionando cada vez más ya no solo principios sino los propios mecanismos centrales del sistema democrático y del régimen republicano de gobierno.

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