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» Diario Cordoba
Fecha: 10/11/2024 06:43
María Victoria (nombre ficticio de la joven que relata su testimonio, como los del resto de mujeres que aparecen) entró en prisión a los 23 años de edad, embarazada de siete meses. Su primera reacción fue el miedo. «La funcionaria me quiso meter en una habitacion que no tenía colchón, me negué». La trasladaron a la cárcel de mujeres de Alcalá de Guadaíra en Sevilla, que tenía módulo para madres con hijos. Siendo primeriza, estaba lejos de su familia. «Era un momento bonito, porque estaba embarazada, pero se volvió una pesadilla», recuerda. El parto de adelantó y su hija nació a las dos semanas de estar allí. Rompió aguas y lo comunicó a través de un timbre, pero no acudió nadie. Pasada una hora, llegó una ambulancia. «Una compañera más mayor me relajaba y ayudaba», señala. Olvidaron avisar a su familia, pero otra interna lo hizo y llegaron al hospital sevillano al día siguiente. «Cuando abrí los ojos después de la cesaréa vi a la Policía. Les dije, ¿podéis salir? ¿Pensáis que me puedo ir en este momento? Te hacen sentir que no vales nada, que tienen el poder sobre ti». En esta situación, lo pasó «horriblemente mal». Veía al padre de su hija «de vez en cuando» en la UCI pediátrica, porque necesitó un ingreso hospitalario. En un primer momento, pensó no darle el pecho, pero unas enfermeras le recomendaron que lo hiciera porque, si no, regresaría a la prisión sin ella. Finalmente, volvieron juntas, aunque su hija fue ingresada de nuevo y en esa ocasión no le permitieron ir a verla, acudió el padre. «Estuvo ingresada sola. Esos días fueron los peores de mi vida», asegura. María Victoria afirma que el módulo de madres de Alcalá de Guadaíra «es horrible, debería cerrar. Era infrahumano, con duchas compartidas y los niños como presos». Precisamente, en abril pasado se anunció la clausura de esta cárcel para su reconversión en psiquiátrico, en el marco del cierre de centros obsoletos. Cacheos a su bebé Estuvo allí un mes y cuando su hija salió del hospital fue trasladada a la unidad de madres (también en Sevilla) en el centro de inserción social. En esas instalaciones, las madres, con sus bebés, disponen de habitaciones independientes. «Con cinco años de condena, pasé de la prisión a un CIS en un mes y medio porque mi perfil no es el habitual. Me decían que no pintaba nada ahí». En su recuerdo, no obstante, quedan momentos desagradables como los cacheos a su bebé tras los encuentros, en vis a vis, con la familia. «Le quitaban hasta el pañal», lamenta. A partir de los seis meses, los bebés salían a guarderías exteriores. «Viene un autocar a recogerlos, pero hay madres que no quieren y no respetan esa decisión. A nadie le gusta que recojan a su hijo y se lo lleven sin saber dónde va, hablábamos con los maestros a través de una libreta. Yo les decía cómo era mi niña, las cosas que le gustaban, cómo le iba en clase y conmigo, pero porque yo pregunto mucho», comenta. Ella y su hija comenzaron a salir al exterior a los dos meses. «Lo mío fue muy rápido, pero no es lo habitual. Poco a poco, fui ganando con mi comportamiento», afirma. Trabajaba en la cocina, servía las bandejas a sus compañeras, se encargaba del control alimentario y de los pedidos mensuales. Para ello, dejaba a su hija al cuidado de una compañera «que me ayudó mucho». Una de las madres que ha ofrecido su testimonio anónimo para el reportaje posa en la calle. / Víctor Castro Con el tiempo, su bebé comenzó a no querer regresar al centro tras los permisos. Es por ello que María Victoria, cuando tuvo dos años de edad (la ley permite que las madres en prisión estén con sus hijos hasta los tres) decidió que se marchase con su familia. Anunció en el centro su voluntad de ser trasladada a Córdoba, pero, según detalla, en un primer momento encontró impedimentos, hasta que sufrió «un ataque de ansiedad brutal» y recibió más comprensión. La pandemia de coronavirus afectó de manera especial a la población reclusa, que vio limitadas sus comunicaciones con el exterior. No obstante, los efectos no quedaron ahí. «Cogí el coronavirus en una salida y estuve un mes encerrada en una celda de dos pasos con mi hija, desesperante. Bajábamos a un patio solitario una hora al día. Eso no se hace con los niños», manifiesta. A su llegada a Córdoba, la niña fue a vivir con su familia. En las primeras semanas, estuvo en observación en el CIS y «lloraba mucho, por lo que la directora permitió que mi hija viniese a verme una hora al día». Así, apunta que, aunque hubo excepciones, «siempre se han portado bien conmigo» y en Córdoba «me sentí mucho mejor». La labor de las entidades sociales «Tenía un apego muy grande con ella y ella conmigo, porque estuve dos años criándola sola». Recuerda que a la pequeña «le costó mucho adaptarse a la calle, aunque salíamos. Cuando veía un avión, un pájaro o los coches se ponía nerviosa o se asustaba. Se sorprendía con cualquier cosa, porque ellos allí solo ven paredes por todas partes». Así, las visitas de los voluntarios de Prolibertas «eran una fiesta», porque pintaban las caras a los niños y les llevaban juguetes. María Victoria anima a las entidades sociales a acudir a los centros penitenciarios con niños y a los centros de menores «porque dan fuerza. La culpa es de las madres no de ellos», destaca. A la separación inicial de sus hijos se suman otras dificultades, cuando intentan salir adelante, como la conciliación o una mayor condena social En cuanto a su situación personal, afirma que «estuve pagando una cosa que hice, pero cuando vi la realidad de la prisión, pensé que no quiero ser como ellos. Eso y la maternidad fueron un empujón muy grande». Su condena se debió a la comisión de un atraco, del que fue cabecilla con una amiga. Ella tenía problemas de salud mental, era madre y la iban a desahuciar. María Victoria procede de una familia desestructurada, con problemas de adicciones, y se ocupaba de sus dos hermanos «desde muy pequeña». «Sin dinero, sin padres, quieres salvar tu vida y la de tus hermanos. Te ofrecen ganar muchísimo dinero y cometes el delito. Imagine lo desesperada que estaba». A sus 28 años, acaba de conseguir la libertad absoluta. Su vida se centra en su trabajo y su hija. Se alegra de poder viajar, al fin, fuera de España y de «sentir que no le debes nada a nadie». «Cuando llegué a prisión, no tenía futuro ni había trabajado en la vida, era muy loquilla», admite. Ahora, en cambio, ha logrado el título de Secundaria, tiene el trabajo que deseaba y espera estudiar el grado superior de Integración social para dedicarse profesionalmente a los menores en centros de reforma o de protección. Penas alternativas Junto a situaciones como la de María Victoria, otras mujeres cumplen condena con medidas alternativas a la prisión, en las que pertenecer a este colectivo y ser madre también pueden acarrear dificultades para la conciliación y un mayor rechazo social, pese a la labor de la Administración y de las entidades sociales para facilitar el camino. En declaraciones a este periódico, Rebeca recuerda que «se me fue la olla y lo he perdido todo: la casa, el trabajo...». También tuvo que separarse de su hija, pero su testimonio revela que es ella quien la mueve. «La sociedad ve peor que nosotras cometamos un delito, a mí me echaron de mi trabajo», explica. Ahora, sin embargo, «estoy al pie del cañón. Me estoy sacando la Secundaria, necesito moverme y que mi hija vea que su madre se está levantando». Ha asistido a un curso para la prevención del delito que cometió y destaca que «me ha gustado mucho. Cometí errores por problemas personales, pero me arrepiento mucho». En estos cursos, en ocasiones, se observa a madres con sus hijos. Es el caso de Lucía, quien dejaba a cuatro niños de entre tres y nueve años de edad en casa para asistir al taller con una sobrina de un año. «Ella llegaba, se sentaba y se quedaba escuchando a la seño. Se bebía su bibi y se dormía, es muy buena», recuerda. Lucía opina que, en efecto, el delito «se ve más feo» en las mujeres. También se está formando y entiende que «lo tenemos todo más difícil con los niños, porque no puedes dejarlos atrás y el rato que están en el colegio es el que tienes libre». 53 mujeres presas Las mujeres son minoría en la población reclusa a nivel nacional y también en Córdoba. Este periódico ha consultado las cifras a Instituciones Penitenciarias, pero no ha obtenido respuesta por el momento. No obstante, otras fuentes indican que la prisión de Alcolea tiene 53 mujeres y 1.119 hombres internos, por lo que ellas representan el 4,5% del total de las personas privadas de libertad, que son 1.172. El Informe sobre la situación de las mujeres presas, difundido por la Asociación Pro Derechos Humanos de Andalucía (Apdha) en 2020, precisa que el 80% de las mujeres presas son madres y el 56% tiene entre 21 y 40 años de edad, por lo que se encuentran en período reproductivo. Acerca de su situación en la cárcel, la abogada del colectivo, Myriam Jurado, entiende que «cuando una mujer entra en prisión, sufre una triple condena social, personal y penitenciaria». En este sentido, detalla que, habitualmente, existe un único módulo destinado a mujeres en el que no se separa a las internas atendiendo a criterios de clasificación, por perfiles criminales, edad, adicciones, salud mental o características penitenciarias, como ocurre con los varones, «lo que obliga a personas que han cometido un delito leve a convivir con mujeres presas que presentan un perfil de peligrosidad o conflictividad grave». Te ofrecen ganar muchísimo y cometes el delito. Imagine lo desesperada que estaba Asimismo, subraya que en Córdoba las mujeres «no pueden tener al cuidado a sus hijos. Tienen que optar por dejarlos al cuidado de un familiar, que sin duda es lo más frecuente, o solicitar traslado a una prisión de mujeres que cuente con módulo de madres». CIC Batá es una de las entidades que colabora con Instituciones penitenciarias en programas para la mejora de la inserción sociolaboral de los penados, entre los que se incluyen las medidas alternativas. Valora que «estas medidas constituyen un medio muy importante para luchar contra la sobrepoblación y dar a algunas personas la respuesta judicial más adecuada y eficaz para su reinserción social». Los datos del Ministerio del Interior relativos al pasado mes de septiembre revelan que Andalucía tiene 799 mujeres reclusas, por lo que representan el 6% del total del colectivo, que son 13.099 personas. En España hay 4.094 mujeres privadas de libertad, lo que supone un 7% de los 58.921 reclusos que hay en el país. «Son más luchadoras» Pilar García, educadora de la Fundación Don Bosco, trabaja con penados en tercer grado en el marco del programa Epyco (Entrenamiento Personal Y Competencial), que es coordinado por Carlos García. Observa que, en el caso de las mujeres, en más de la mitad de los casos «los delitos que cometen se deben a su situación. Son víctimas de malos tratos, con hijos a cargo, sin red de apoyo familiar... La mayoría cometen robos, hurtos, cultivo de drogas, o son condenadas por delitos que se cometen en el ámbito familiar». También detalla que, en muchos casos, proceden de familias desestructuradas, han estado en centros de acogida, tienen problemas con la Justicia juvenil y completan el círculo». Sin embargo, defiende que ellas «son mucho más luchadoras y suelen tener un nivel muchísimo más bajo de drogodependencias». En su opinión, «lo tienen 40 veces más complicado que los hombres para trabajar, porque las cargas familiares son para ellas». No obstante, en esta entidad trabajan con los reclusos, entre otras muchas cuestiones, la formación y las prácticas en empresas, en el marco del programa Reincorpora (de La Caixa). Suscríbete para seguir leyendo
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