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    » Diario Cordoba

    Fecha: 06/11/2024 11:22

    Acabamos de vivir una de las mayores catástrofes naturales que se recuerdan. Las imágenes que hemos visto son de tanta crudeza, muestran un escenario tan apocalíptico, que cuesta entender lo que esa pobre gente pudo sufrir mientras duró el embate de las aguas, y lo mucho que vienen sufriendo desde entonces. Por eso, es tiempo de solidaridad y de apoyo absolutos. España entera está de duelo y los afectados merecen, necesitan la máxima ayuda que podamos prestarles, sin dilaciones, estrategias ni porfías. En esto, el pueblo de Valencia, la gente de a pie, han dado ejemplo cabal al mundo. Por más tópico que pueda resultar, una tragedia de este calibre pone siempre al descubierto lo mejor y lo peor del ser humano; sublima el valor de tanto héroe anónimo mientras campan libres los malhechores; nos planta sin maquillaje de frente a un espejo y, como la crisis de dimensiones gigantescas que en último término es, suscita al tiempo muchas reflexiones y nos ofrece la oportunidad única de aprender de ella. Supongo que es inútil negar el cambio climático; pero, más allá de las banderas y las militancias, lo que de verdad urge concretar es qué lo provoca, qué tiene que ver con ello la acción humana y qué podríamos hacer para evitarlo o, por lo menos, minimizarlo. Por desgracia, tragedias como la vivida estos días se producen de forma cíclica. No son, pues, un fenómeno nuevo (si acaso, su especial virulencia), por lo que es preciso contar con que vendrán otras y estar preparados para cuando lleguen. La especulación urbanística ha invadido cauces de ríos, ramblas y barrancos que la naturaleza se reservaba para sí, lo que implica que o tomamos medidas al respecto o el agua y el lodo volverán alguna vez por sus fueros y se llevarán por delante cuanto encuentren a su paso. Por otro lado, en un ecologismo mal entendido no dejamos que se limpien los montes, se drenen los ríos ni se regulen sus cauces, y antes o después pagamos las consecuencias. ¿Cómo no destacar el papel desempeñado en la contención de la riada por la presa romana de Almonacid, que a lo largo de los siglos ha dado ejemplo cabal de resistencia? También en Córdoba seguimos sin entender que el río no es un jardín botánico ni un parque ornitológico, por más que una cosa lleve aparejada la otra. Cuando el pasado 29 de octubre oscureció a las tres de la tarde y se mantuvo así hasta la caída de la noche vivimos sólo un amago de lo que pudo haber sido. ¿Imaginan si los 400 litros llegan a caer aquí, y los árboles y el lodo que entorpecen el cauce del río hubieran cegado los puentes? Es una posibilidad remota, pero mejor evitar que ocurra. Finalmente, clama al cielo la falta de respuesta por parte de las autoridades, su descoordinación y su incompetencia. En esto, como siempre, la gente ha estado muy por encima. Contamos con la peor generación de políticos de la historia reciente de España, que en lugar de sentarse a trabajar y tomar medidas de futuro se limitan al «tú más» y utilizan los desastres en propio beneficio. Lo ocurrido en el Congreso el día 30, cuando 175 de nuestros representantes prefirieron aprovechar la confusión y el dolor provocado por las noticias pavorosas que iban llegando (pálido avance de lo que vendría después) para perpetrar otro asalto a las instituciones con el argumento de que ellos ‘no están para achicar agua’, dio buena cuenta de su catadura moral. Pero olviden la violencia, que quita la razón a quien la ejerce y da argumentos a los miserables. Y recuerden: siempre quedan las urnas. España necesita con urgencia recuperar su dignidad. *Catedrático de Arqueología de la UCO Suscríbete para seguir leyendo

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