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  • Los abusos y el poder

    » Diario Cordoba

    Fecha: 28/10/2024 04:30

    La dimisión forzada de Íñigo Errejón de todos sus cargos políticos y orgánicos por las acusaciones de violencia machista ha golpeado a Más Madrid, Sumar y, por extensión, ha supuesto un duro revés al Gobierno. La secretaria de Comunicación de Sumar, Elizabeth Duval, se apresuró a señalar al hasta ahora portavoz de Sumar en el Congreso por no cumplir los «estándares de ejemplaridad feminista que se le debe exigir a cualquier cargo político». Y particularmente, a dirigente de un partido que ha querido distinguirse por la lucha contra la violencia machista. Son muchos los aspectos que quedan por dilucidar del caso. Por supuesto, cabe esperar el recorrido de las denuncias, pero también apelar a la responsabilidad de aquellos que sabían y callaron. Ese silencio cómplice que, en tantas ocasiones, en tantos ámbitos profesionales, aún trata de poner a las organizaciones por encima de las víctimas. Errejón ha sido, indudablemente, uno de los rostros más destacados de lo que se denominó la nueva política. Fue uno de los fundadores de Podemos -justo hace unos días se cumplía el décimo aniversario de su asamblea fundacional-, pero las divisiones internas y los fuertes personalismos fueron mermando el proyecto. Errejón echó un pulso a Pablo Iglesias y perdió, pasando a acompañar a Manuela Carmena en Más Madrid. Después vino Más País y, finalmente, Sumar. A menudo se le ha señalado como la cara más amable de aquella hornada de jóvenes políticos surgidos de los claustros universitarios. Se le atribuía un carisma que, a tenor de las acusaciones, derivó en abuso de poder. Un guion antiguo y repetido. Tanto Más Madrid como Sumar han afirmado que Errejón reconoció las acusaciones. Bajo ese contexto, la carta de dimisión del político resulta de difícil digestión. Ni una de sus líneas contiene palabras dirigidas a las víctimas, mientras que, a través de otros términos - «subjetividad tóxica», «patriarcado» o «neoliberalismo»--, practica algo parecido al escapismo de responsabilidades. Puede apelarse a la conmoción del momento, pero eso solo cobra sentido si Errejón se sentía tan impune que no tenía conciencia de la repercusión de sus actos. La violencia machista permea a toda la sociedad y cala en todos los espectros políticos, pero esa generalidad no sirve como exculpatorio ni evita que la mirada pública no mida por el mismo rasero. Que la acusación recaiga sobre un político de una formación que ha hecho del feminismo una de sus banderas resulta demoledor. Porque la supuesta autoridad moral declina en cinismo, cuando no en traición. El #MeToo nos ha enseñado que personajes públicos de toda tipo -artistas, políticos, deportistas, empresarios…- creen que ser poderosos les da carta blanca para imponer su voluntad. No deja de ser relevante que la denuncia contra Errejón haya aparecido de forma anónima en la cuenta de una periodista, espacio que la víctima consideró seguro para elevar su voz. A su comentario se sumaron más mujeres que vertían acusaciones contra el mismo político. Ya elevado el caso a los medios, una denunciante reveló su identidad y acudió a la policía. El procedimiento es relevante porque indica que, a pesar de todos los avances en igualdad, las mujeres aún buscan mecanismos alternativos de apoyo mutuo frente a los abusos del poder. Lejos de resultar descorazonador, delata la importancia de un feminismo fuerte y organizado. Solo falta estar a su altura. Suscríbete para seguir leyendo

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