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  • Tiene 100 años y reclama una herencia de 30 millones de dólares: la pelea final de Leonor

    » Clarin

    Fecha: 28/06/2024 06:09

    El viaje a Pergamino, en el noroeste de la provincia de Buenos Aires, a doscientos treinta kilómetros de Capital Federal, es un camino hacia la prosperidad: a ambos lados de la ruta brotan los campos de soja, trigo y maíz. Al llegar a la ciudad, lo primero que aparece es un arroyo que la cruza de lado a lado. A mediados de 1800, a la vera de esas aguas, los hijos de un pulpero encontraron unas escrituras con letra borrosa que revelaban las coordenadas de una herencia enterrada. Dos siglos después de ese hallazgo que le dio nombre a la ciudad, el lugar parece signado por un patrón maldito: una nueva escritura estremece a Pergamino. Un testamento que pone en jaque la herencia de una de sus familias más ricas. “Intriga centenaria: el enigma de la herencia que sacude a la ciudad”, publicó el diario Primera Plana de Pergamino el 28 de abril pasado. “La hacendada temía morir envenenada y en la familia todos desconfiaban”, informó La Opinión de Pergamino dos días después. “Tiene 100 años y acusa a su nuera y sus nietos de truchar una firma para sacarle una herencia multimillonaria”, tituló TN. Que una abuela acuse a su nuera y a sus nietos de robarle la herencia era una noticia atractiva, pero los medios de comunicación se detenían en un rasgo especialmente notable del caso: la denunciante era una mujer de cien años de edad. —A mi edad jamás pensé que me iba a pasar algo así -dice. Tiene el pelo blanco con rulos, las cejas dibujadas con delineador, la boca pintada de rosa y las uñas esculpidas-. Me siento como en una telenovela, de esas retorcidas, brasileras. Son las once de la mañana y el sol cae con severidad sobre el asfalto. La casa en donde vive está al final de un pasaje angosto. La fachada es de ladrillo a la vista. Adentro, las persianas están bajas, la chimenea del living apagada y los cuartos en penumbras. De las paredes cuelgan obras de pintores europeos, almanaques con imágenes de María y Jesús, platos de lugares turísticos del mundo. Hay tiras de cinta scotch pegadas en los marcos de las puertas para evitar que el frío se filtre por las hendijas. En el baño, un balde lleno de agua espera en un rincón, porque de las canillas no sale ni una gota. Desde una pequeña habitación de esa casa detenida en un pasado que ya no existe, la mujer de cien años clama por una fortuna valuada en treinta millones de dólares. —Todas las noches le doy gracias a Dios de que me siga manteniendo viva. ¿Para qué? Para que saque esto en limpio, debe ser por eso, qué se yo —dice, y se acomoda una chalina anudada alrededor del cuello—. A mí me quieren robar todo. Leonor Estallo Sanchez en el escritorio de su casa, durante una tarde de mayo. Foto Emmanuel Fernández. La mujer está en la antesala de la cocina, sentada a una mesa sobre la que descansa una pila de papeles. Es la causa penal que tramita desde hace siete años en el Juzgado en lo Correccional N° 2 de Pergamino. La carátula dice “estafa”. En la primera página está su nombre: Leonor Estallo Sánchez. Más adelante, la pena que exige a la Justicia para su nuera y sus nietos: seis años de cárcel. Una fortuna entre vinos y campos La fortuna de la familia Estallo Sánchez se maceró, como los buenos vinos, con tiempo. Comenzó con el periplo de don Arturo, un inmigrante español que había estudiado enología en Francia y Bélgica y llegó a la Argentina a inicios del siglo veinte, persiguiendo, como tantos, un futuro de prosperidad. Se estableció en Pergamino y se casó con una mujer de una familia adinerada, dueños de una famosa fábrica de jabones de la ciudad. En un lapso de seis años, la flamante pareja tuvo tres hijas: Zulma, Nilda y Leonor. Las hijas crecieron yendo al colegio católico más tradicional de la ciudad y también a actividades extracurriculares como escultura, dibujo y piano. Gracias a la ayuda económica de los suegros, el inmigrante español pudo comprar un viñedo en San Rafael para aplicar sus conocimientos en la fabricación de aguardientes, anisados, licores y jarabes. Fundó Estallo Sánchez e Hijos SRL, una empresa que a medida que las hijas crecían se posicionaba como una de las bodegas más pujantes de Argentina: hacia 1950 no solo vendía vinos a los comercios del país sino que los exportaba a Europa. El inmigrante español era previsor y tuvo astucia para acrecentar sus ganancias: adquirió una docena de propiedades —estancias, casas y departamentos en Mar del Plata, Mendoza y Buenos Aires—, compró campos —seiscientas hectáreas en Pergamino, dos mil hectáreas en La Pampa—. Todo lo puso en partes iguales a nombre de sus tres hijas. De ellas, Leonor fue la única que se casó —también con un enólogo— y tuvo tres hijos: Guillermo, Lili y Silvia. El inmigrante español también pagaba viajes por España y Francia para la familia, con todo incluido —pasajes, hoteles, excursiones—. De esos viajes, Leonor recuerda una cosa: la vez que le robaron la billetera. —Me acuerdo que llegamos a Madrid, paramos en el hotel Meliá y estábamos yendo al centro, a las galerías Preciados. Ahí me robaron la billetera —dice—. Me sacaron los dólares. A su lado está sentada su hija menor, Silvia. Es una mujer verborrágica, de pelo corto y canoso, que no quiere revelar su edad pero ronda los setenta años. Dueña de la marmolería más importante en Pergamino, agarra unas fotos que están entre la pila de papeles y las extiende. —Mirá, estas eran ellas —dice. Leonor repasa las libretas donde durante años llevó un registro de su vida y la de sus hermanas. Foto Emmanuel Fernández. En las fotos de la época se ve a las hermanas Estallo en el viñedo, vestidas con ropa de fajina y capelinas para protegerse del sol. En una imagen están las tres mirando a cámara, rodeadas de caballos y de peones de campo. En otra, posando adelante de dos autos Torino. —Éramos tan unidas las tres… —murmura Leonor. Esa unión duró hasta que don Arturo falleció en 1959. Leonor se mudó con sus tres hijos a San Rafael y quedó, junto a su marido enólogo, al frente de la bodega. En Pergamino, las hermanas Zulma y Nilda pasaron a administrar los campos de la familia. —Yo todo lo que sé de administración lo aprendí de la bodega de mi abuelo —dice Silvia—. Soy perito contable. En cambio, mi hermano Guillermo... el estudio no le gustaba, el trabajo no le gustaba, como te diría… se dedicó a… Silvia rasguea los dedos en el aire, como si estuviera tocando una guitarra imaginaria, y se levanta de su silla. Va hasta la cocina y vuelve con un táper transparente con sándwiches de miga de jamón y queso y una gaseosa abierta, a la que ya no le queda gas. Los apoya en la mesa y sirve la bebida en vasos. —Ahora, en el juicio, hablan de que mi mamá lo abandonó a Guillermo cuando tenía nueve años. ¡Mentira! A mi hermano no le gustaba estudiar, iba a repetir. Entonces, como acá en Pergamino había una maestra, a los nueve años le propusieron que se volviera de San Rafael y que esta señorita le enseñara. Mi tía Zulma era la madrina, entre las dos lo ayudarían a salir adelante. Pero en el juicio dijeron que mi mamá lo tiró acá. Es toda la telenovela mandada a decir por esta señora, que es la mujer con la que se casó mi hermano Guillermo, con la que tuvo tres hijos, que arruinó a toda mi familia. Se llama Noemí Sánchez. —¿Me dejás hablar, Silvia? —interrumpe Leonor y agarra un sándwich de miga—. Noemí hizo todo el secundario en un nocturno, porque era de una familia muy humilde de acá de Pergamino. Y lo engancharon a Guillermo. La madre de ella los enganchó, porque les interesaba la platita, la platita, la platita. Imagen religiosa en la casa de Leonor Estallo Sánchez. Foto Emmanuel Fernández. Otra versión del mismo asunto está literalmente a la vuelta de la esquina, en la casa de Noemí Sánchez: una mujer rubia, que vive en la misma manzana que Leonor, y es la dueña de uno de los jardines de infantes más conocidos de Pergamino. —Te agradezco el interés. Sos la única periodista que se comunicó con nosotros —dice Noemí por mensaje de WhatsApp—. No estoy bien en este momento para hablar, pero si querés, comunícate con mi abogado. El abogado de Noemí Sánchez, un hombre de voz grave llamado Daniel Assaf, accede a hablar por teléfono. —La situación social que viven Noemí y sus hijos no es cómoda —dice —. En Pergamino los conoce todo el mundo, el tema del juicio está en boca de todos. Se sienten mirados, como que estafaron a la abuelita. Porque Leonor está contando una versión a los medios que no es lo que pasó, pero suena muy atractiva para un set de televisión. El cuento de la abuelita estafada. Muerte y testamento Pergamino es el vértice del “triángulo de oro”: un territorio que se extiende desde esta ciudad y hasta un radio de cincuenta kilómetros a la redonda —donde aparecen las localidades de Salto y Rojas— y esconde bajo tierra un tesoro hecho de nutrientes. En esos suelos habita la alquimia perfecta de nitrógeno, fósforo, potasio, calcio y magnesio. Son las tierras más fértiles del país y de casi todo el mundo para la producción agropecuaria y ganadera. Allí, donde una hectárea cotiza diecisiete mil dólares, las hermanas Nilda y Zulma administraron los campos de la familia hasta que, en 1978, Nilda se contagió el mal del rastrojo y falleció súbitamente. Quien la reemplazó en la administración de los campos fue el hijo de Leonor, Guillermo, que para ese entonces ya rondaba los veinte años. Lo hizo hasta que enfermó de cáncer y falleció, en 2009. Ese mismo año, Zulma sufrió una caída y quedó internada. Sería el primero de muchos accidentes que sufriría e irían deteriorando su salud física y psíquica. Mientras tanto, lo que creció silenciosamente en esas hectáreas fue la codicia. —Cuando Zulma se cayó, yo cerré mi casa de San Rafael por veinte días y me vine a cuidarla, me instalé en esta casa, que era donde ella vivía, y no me fui más —dice Leonor—. Entonces empecé a ver cómo Noemí y mis sobrinos venían a manejarle la vida a mi hermana. Como si fuera un paquete. Noemí le daba pastillas que nunca supe qué eran. Y Zulma le tenía mucho miedo a Noemí. Me decía todo el tiempo: “Leonor, mirá que yo no firmé nada”. Esa firma, que sería el puntapié de la discordia, ocurrió el 28 de octubre de 2010. Para ese entonces, Zulma ya tenía 93 años. En una escribanía de Pergamino se rubricó un testamento a través del cual Zulma le otorgaba un Poder General de administración y herencia de sus bienes para cuando falleciera a favor de los tres hijos de Guillermo y Noemí. De esa manera Leonor —su heredera natural, porque Zulma no tenía hijos— quedaba excluida del reparto de sus bienes. Leonor Estallo Sanchez vive junto a su hija Silvia. Foto: Emmanuel Fernández. —Es lógico que Zulma, una tía que lo educó y lo crió, le quisiera dejar su herencia a los hijos de Guillermo —explica Daniel Assaf por teléfono—. Hay una parte de la historia que la tendría que explicar la abuelita estafada: por qué a los nueve años su hijo dejó la casa de Mendoza y se vino a Pergamino a vivir con su tía soltera. —¿A qué circunstancia atribuye que Leonor enviara a Guillermo a vivir a Pergamino? —No lo sé, Guillermo fue cuasi abandonado por Leonor, supongo que estaba ocupada en otros menesteres —dice Assaf—. Pero resulta que cuando Leonor se enteró de que había hecho testamento a favor de los hijos de Guillermo, que eran su verdadera y única familia, le inició a su hermana un juicio de insania para posteriormente pretender anular el testamento. Otro detalle religioso en la casa pergaminense. Foto Emmanuel Fernández. El 8 de abril de 2017, a los 99 años de edad, Zulma Estallo Sánchez falleció, después de siete años de agonía y de pasar los últimos tres años viviendo en la casa de Noemí Sánchez —según Leonor, secuestrada por ella; según la defensa de Noemí, bajo sus cuidados por la relación afectiva que las unía—. Veinte días después de su muerte, Leonor quiso iniciar la sucesión. Entonces se enteró de que había un testamento firmado por su hermana que la dejaba afuera de la herencia. Denunció a su nuera y sus nietos por estafa, falsificación y adulteración de documento público. Según consta en la elevación a juicio oral del fiscal de la causa, que lleva fecha de enero de 2019, cuando Zulma Estallo Sánchez firmó el testamento a favor de sus sobrinos padecía “involución mental producto de la propia ancianidad y por episodios de reiterados desmayos o desvanecimientos tanto en el hogar como en la vía pública que le habían ocasionado lesiones”. Según los informes médicos y psiquiátricos de los profesionales que la atendieron antes de fallecer, Zulma tenía “dificultades en la mayoría de los dominios cognitivos”. Por eso, y por los testimonios de las mujeres que la cuidaron en los últimos años de su vida, el fiscal entendió que Noemí Sánchez y sus hijos se aprovecharon del deterioro de salud de Zulma y la obligaron a firmar ese testamento a su favor. —Esta gente es mafiosa —dice Silvia, y golpea los nudillos contra la mesa—. En el juicio declararon las empleadas de Noemí, que vieron que le ponían una almohada abajo del brazo a Zulma y la hacían practicar la firma. Así como me ves, yo tengo una pastilla encima, porque a raíz de la paliza que me dieron sufro ataques de pánico. Me mandaron a matar dos veces. El fallo y el futuro En el juicio oral celebrado a fines de abril pasado, Leonor Estallo Sánchez, vestida con un traje en tonos verdes y anteojos de sol oscuros, se sentó en el estrado del Juzgado en lo Correccional N ° 2 de Pergamino y declaró ante el juez del caso durante cuatro horas. En ningún momento perdió el hilo de la conversación. La acompañaba, desde el público, su hija Silvia. —Es muy atractivo para los medios que una mujer de su edad diga que la estafaron los nietos, pero lo cierto es que Leonor está muy coacheada —asegura Daniel Assaf —. La que se esconde detrás de todo este conflicto y la está induciendo es su hija Silvia. Imaginate que a los cien años nadie tiene pensado disfrutar de una herencia. Eso que dice Silvia, de las amenazas que recibió, no lo sé, puede decir cualquier cosa. Porque en el juicio ellas dijeron cualquier cosa. La imagen de Leonor reflejada en un pequeño espejo sobre su escritorio. El caso conmociona a la ciudad.Foto Emmanuel Fernández. Según relató Silvia, el 30 de marzo del 2022 a las ocho de la noche, su marido estaba escuchando música y ella rezando en su habitación cuando dos hombres rompieron el ventanal del living e irrumpieron en su casa. Le pusieron un cuchillo en la garganta al marido, lo golpearon, lo tiraron al piso, le ataron las manos y se dirigieron a la habitación. Cuando la vieron a ella, la golpearon y le patearon la cara. Silvia no gritó, apenas susurró: “Jesús mío, ampárame y asistime”, y después cayó al piso. —Me desfiguraron la cara, me cambiaron el nombre, yo no era más Silvia, era “hija de puta”. “Tu familia me mandó a matarte”, me decían mientras me pegaban. Yo tuve el instinto de hacerme la muerta, si se me acercaban contenía la respiración, si me agarraban la mano la tiraba para abajo. Eso fue un sábado, y al miércoles siguiente volvieron a entrar a mi casa, me resolvieron todo, se llevaron dólares y las armas de mi marido, que practica tiro federal. Todo para asustarme. De todo esto se está enterando mi mamá ahora que lo está escuchando, yo nunca se lo conté. Pero ¿quién va a ser? La única que sabía dónde estaba la habitación en mi casa era Noemí Sánchez. —¿Me dejás hablar un poco Silvia? ¡Ah! Hay torta —dice Leonor. Después de tres horas de entrevista se levanta de su silla y camina sigilosa hasta la cocina. Vuelve con un plato con torta de manzana, lo apoya en la mesa y corta porciones —. Yo estoy muy bien. Espero que el lunes suceda lo que el Señor piense que es lo mejor. —¿Qué planea hacer con la herencia si llega a ganar el juicio? —Ser libre —dice, y agarra una porción de torta—. Lo hago para que a otra gente, que no pueda defenderse como yo, no les pase. Y por Zulma, por el infierno que pasó. Cuatro días después de la entrevista en la casa de Leonor, a las doce del mediodía del lunes 13 de mayo, en la sala del Juzgado en lo Correccional N° 2 el juez da su veredicto del juicio oral. A la derecha del magistrado, el lugar donde deberían estar los fiscales y abogados defensores está vacío. Leonor Estallo Sánchez tampoco se encuentra entre el público. A la derecha del estrado están los acusados: Noemí Sánchez y sus hijos. En los fundamentos de su sentencia, el juez dice que no tiene pruebas suficientes para acreditar que Zulma Estallo Sánchez no estaba en sus facultades para firmar un testamento y legar sus bienes a favor de los hijos de Noemí Sánchez después de su muerte. “Como sabemos, la duda juega a favor de los encartados”, dice durante la lectura del veredicto, y absuelve a los acusados. Noemí Sánchez y sus hijos festejan. Se abrazan.

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