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Fecha: 30/12/2025 11:22
En tiempos de brindis y celebraciones, el alcohol comienza a actuar en el organismo desde el primer sorbo. ¿Qué ocurre realmente cuando bebemos? ¿Qué efectos inmediatos se activan y cuáles se van acumulando con el paso del tiempo? Para comprender ese recorrido, del cerebro al hígado, pasando por el corazón, el sistema inmune y el sueño, una especialista del Hospital Universitario Austral aporta evidencia médica y una advertencia clara: no existe un nivel de consumo de alcohol que pueda considerarse seguro. Químicamente, el alcohol es etanol: una molécula muy pequeña y soluble que los tejidos absorben con facilidad. Esa misma propiedad le permite atravesar sin dificultad todas las membranas de nuestras células, incluso la barrera hematoencefálica que normalmente protege al cerebro, explica la licenciada en Nutrición del Hospital Universitario Austral, Evelyn Álvarez (M.N. 10749). Y advierte que el problema no es solo el etanol en sí, sino también su primer producto de degradación en el hígado, el acetaldehído, una sustancia tóxica y cancerígena. Del primer sorbo al sistema nervioso central El alcohol se absorbe rápidamente y, en pocos minutos, comienza a recorrer el organismo. En unos diez minutos, el alcohol ya puede alcanzar el cerebro, aunque la concentración máxima suele darse un poco más tarde. Una vez allí, enlentece la comunicación entre las neuronas, detalla Álvarez. En el sistema nervioso central actúa como un depresor, lo que explica la desinhibición social, la euforia leve, la disminución de los reflejos y la dificultad para concentrarse. Con mayor ingesta aparecen la inestabilidad, la alteración del equilibrio y la pérdida de coordinación. En dosis más altas puede incluso provocar confusión, pérdida de memoria y, en situaciones extremas, coma etílico, advierte la especialista. El aparato digestivo acusa los efectos casi en simultáneo. En el estómago, el alcohol irrita la mucosa y favorece la gastritis. Sin embargo, el mayor esfuerzo recae sobre el hígado. Allí se metaboliza casi todo el alcohol ingerido. Las enzimas hepáticas lo convierten en acetaldehído, luego en acetato y finalmente en energía o lo eliminan. Pero estas enzimas se saturan ante concentraciones muy elevadas, acumulándose el alcohol en sangre, explica Álvarez. Con el tiempo, este proceso repetido puede derivar en esteatosis hepática, hepatitis y cirrosis. Corazón, defensas y otros sistemas afectados El sistema cardiovascular también se ve comprometido. El alcohol está asociado con el aumento de la presión arterial y, en consecuencia, con un mayor riesgo de hipertensión, señala la nutricionista. Además, incrementa la probabilidad de arritmias y enfermedades cardiovasculares. El sistema inmune, por su parte, responde con menor eficacia incluso ante consumos bajos. El alcohol altera la actividad de los glóbulos blancos y las señales de inflamación, lo que reduce la capacidad del organismo para enfrentar infecciones, explica. A largo plazo, el consumo sostenido se asocia con mayor riesgo de cáncer de boca, esófago, hígado, mama y colon, además de deterioro cognitivo, neuropatías, trastornos digestivos y problemas de salud mental. También impacta en la calidad del sueño: Aunque al principio induce somnolencia, el alcohol disminuye el sueño profundo y puede generar despertares frecuentes, añade Álvarez. Diferencias individuales, mitos y señales de alerta Una misma cantidad de alcohol no afecta igual a todas las personas. En las mujeres los efectos suelen ser más intensos porque tenemos menor actividad de la enzima que lo degrada, lo que aumenta su concentración en sangre, explica la especialista. También influyen el peso, la edad, la genética, la alimentación y el uso de medicamentos. Beber con el estómago vacío potencia los efectos, ya que el alcohol pasa más rápido al intestino delgado, donde la absorción es mayor. Sobre el mito de la copa de vino saludable, Álvarez es clara: La evidencia más reciente muestra que cualquier beneficio potencial no justifica los riesgos del alcohol. Hoy sabemos que no existe un nivel seguro de consumo. Leé también: Brindis deudas y silencios: el lado oculto de las fiestas para quienes luchan con adicciones Las señales de alerta incluyen dificultad para recordar episodios, necesidad de consumir más para sentir el mismo efecto, cambios de ánimo, problemas digestivos frecuentes e hipertensión. De cara a las celebraciones, la especialista recomienda no asociar el alcohol con la idea de relajación y fomentar alternativas sociales sin que la bebida sea el eje. En caso de elegir consumir, sugiere hacerlo de manera limitada, alternar con agua, evitar beber con el estómago vacío y abstenerse por completo durante el embarazo, la adolescencia, al conducir o al tomar ciertos medicamentos. Cada copa cuenta. El impacto puede ser pequeño al principio, pero el riesgo se acumula con el tiempo. El cuerpo siempre se beneficia más de no beber, concluye
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