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  • Un cuarto de siglo después: política en tiempos de transparencia Neo Net Music

    Diamante » Neonetmusic

    Fecha: 30/12/2025 10:03

    La Argentina cumplió, casi sin darse cuenta, veinticinco años desde el 2001. Un cuarto de siglo. Para una vida humana es poco; para la política, es una eternidad. En ese lapso atravesamos el derrumbe institucional y simbólico del que se vayan todos, el kirchnerismo en sus distintas mutaciones, el intento modernizador del macrismo, el interregno confuso del albertismo y, finalmente, la irrupción disruptiva del mileísmo. No es una simple sucesión de gobiernos: es el relato de una sociedad que dejó de ser la que creíamos conocer. El problema es que seguimos discutiendo el presente con categorías del pasado. En 2001 colapsó algo más que un modelo económico. Se rompió una forma de autoridad, una manera vertical de organizar la política, una fe casi religiosa en que las instituciones, los partidos y los discursos solemnes ordenaban la vida social. Desde entonces, la política argentina intentó reconstruirse, primero apelando al liderazgo fuerte y al relato épico (kirchnerismo), luego al management y la promesa de normalidad (macrismo), después a una síntesis fallida (albertismo). Hasta que apareció Milei, no como anomalía, sino como síntoma. Aquí aparece una clave central para entender estos años: estamos viviendo el pasaje hacia lo que autores como Gianni Vattimo llamaron la sociedad de la transparencia. Un mundo donde todo se ve, todo circula, todo se expone. Donde no hay mediaciones sólidas ni jerarquías estables. Donde la verdad ya no baja desde arriba, sino que se disputa en tiempo real, en pantallas, redes y conversaciones horizontales. La vieja sociedad mecánica, racional, previsible la que describían Weber, Gramsci o incluso Marx funcionaba con engranajes claros: partidos, sindicatos, medios, intelectuales orgánicos. Esa sociedad ya no existe. O, mejor dicho, existe cada vez menos. Y sin embargo, buena parte de nuestras élites políticas, periodísticas y académicas siguen actuando como si nada hubiera cambiado. Siguen recitando el preámbulo, dando discursos de plaza del siglo XX, escribiendo columnas como si Twitter, TikTok o WhatsApp no hubieran reformateado el vínculo entre poder y ciudadanía. Las redes sociales no son un detalle tecnológico: son una transformación antropológica. Cambiaron la forma de informarse, de indignarse, de creer, de organizarse. La sociedad de hace diez años no es la misma que la actual. Y quienes sostienen que todo tiempo pasado fue mejor no están defendiendo valores: están mirando la realidad con lentes vencidos. Esto explica, en parte, por qué ya no convocan los discursos largos ni las liturgias partidarias. Por qué un líder puede movilizar millones desde un celular, mientras otros fracasan con actos multitudinarios. Por qué Cristina ya no interpela como antes, no por falta de épica, sino porque la sociedad dejó de responder a ese formato. No es superficialidad: es cambio de época. Ahora bien, reconocer esto no implica celebrar todo lo nuevo ni negar los problemas. La democracia argentina no resolvió cuestiones estructurales pobreza, desigualdad, informalidad y en algunos casos las empeoró. La frustración social es real. El enojo también. Pero quedarse en el deber ser, en la nostalgia institucional o en el moralismo ilustrado, nos impide discutir lo que viene. Y lo que viene es enorme. Hacia 2050 vamos a discutir robótica, automatización del trabajo, inteligencia artificial, nuevas expectativas de vida, nuevas formas de empleo y de exclusión, nuevas políticas públicas para una sociedad radicalmente distinta. Ninguno de esos debates puede encararse con los manuales del siglo pasado ni con la ilusión de que el orden volverá solo. La mirada esperanzadora no está en negar el conflicto, sino en asumirlo con realismo. En entender que los liderazgos ya no se construyen como antes, que la autoridad se gana todos los días, que la política dejó de ser vertical y se volvió conversacional. Que la transparencia con todos sus excesos llegó para quedarse. Tal vez el mayor desafío de la Argentina no sea económico ni institucional, sino cultural: animarse a pensar la política sin miedo al presente. Porque solo cuando dejemos de idealizar el pasado podremos empezar a discutir, en serio, el futuro. Nota de Opinión de Nico Loza

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