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» El Colono del Oeste
Fecha: 29/12/2025 11:39
En el marco de la conmemoración por los 200 años de la primera inmigración organizada desde Alemania hacia la Argentina, se llevó a cabo el Certamen Literario Destino: Argentina, una iniciativa que propuso reflexionar, a través de la escritura, sobre los vínculos históricos, culturales y humanos que unen a ambos países. Como resultado de esta convocatoria, se editó una antología en formato papel y digital que reúne los 29 trabajos seleccionados por el jurado para su publicación. Entre los textos reconocidos se encuentran los de dos autoras de Esperanza: Mabel Burgener, en el género poesía, y Mabel Pruvost, en relato, quienes representaron a la ciudad en esta destacada propuesta cultural. La invitación para participar del certamen llegó a nuestro medio a través de la Asociación Alemana Deutscher Verein de Esperanza, fortaleciendo así el lazo histórico y cultural que une a la comunidad local con la inmigración alemana. El certamen fue coordinado por Jorge Millán, presidente de la Sociedad Goetheana Argentina (SGA), y Ulises Morel, responsable del Área de Proyectos de #JungesNetzwerk, y contó con el auspicio de la Embajada de Alemania en Buenos Aires, el Goethe-Zentrum Mendoza, el Consulado Honorario Alemán en Mendoza, el Centro DIHA y la firma Globemee GmbH. Los trabajos de las autoras esperancinas forman parte de la antología titulada Destino: Argentina. A 200 años de la inmigración alemana a la Argentina, una obra que pone en valor la memoria, la identidad y el legado cultural compartido entre Alemania y nuestro país. Un Legado Tejido con Fe y Resiliencia La vida es un suspiro, donde cada partícula de aire se abre en un calidoscopio de emociones y ecos. En ese aliento, te imagino, abuela Inés, tejiendo la vida de tu familia con la misma maestría con la que creabas mantillas, carpetas, prendas de vestir y tantos filetes a crochet. Tu existencia, un tapiz de vivencias, se inició en un viaje que marcó el destino de los tuyos. Te imagino, una pequeña de apenas cinco años, testigo del ajetreo que supuso la emigración de la tierra que te vio nacer. Agnes, tal era tu nombre en la lengua materna, que luego de tradujo a Inés. Eras la cuarta de siete hermanos, el más grande no había cumplido aún los diez años, cuando en 1884, el hogar en Gau Algesheim se preparaba para ser dejado atrás. Quizás un pequeño barco los llevó por la costa del Rin hasta el puerto de Hamburgo. A pesar de la diversión infantil que todo lo minimiza, el viaje se cargó también de los temores a lo desconocido que asaltan a los niños en los momentos menos indicados. El cruce del océano Atlántico en barco duraría más de lo que cualquiera hubiera deseado, jalonado por momentos plenos de esperanza y otros de grandes sinsabores. Quizás no dimensionaste en toda su magnitud el fallecimiento de tu hermanita más pequeña, Bárbara, en alta mar. O tal vez sí, y ese dolor se sumó al bagaje silencioso que todo emigrante carga. Finalmente, llegaron a esta tierra, una inmensa llanura con paisajes desconocidos, un clima diferente y un nuevo diseño en las estrellas del cielo. Aquí, en este suelo ajeno, construiste tu vida. De tus padres heredaste un inmenso amor a Dios y a la naturaleza, pasiones que supiste transmitir con ejemplo y tesón a tu gran prole. Tras un corto período, instalados en casa de compatriotas que habían emigrado anteriormente, tu familia adquirió un solar en las tierras de Pujato, a pocos kilómetros de Esperanza, Primera Colonia Agrícola Organizada del país. La casa, siempre rodeada de magníficos árboles frutales, fue un nido de labor: todos sus integrantes contribuían con su esfuerzo para sostenerse, e incluso los excedentes de leche se transformaban en manteca para vender en la colonia. Luego de tu matrimonio con el abuelo Jorge, se trasladaron temporalmente a la provincia de La Pampa, quizás buscando otros horizontes. Pero la querencia te trajo de vuelta a esta tierra, donde criaste a tus trece hijos y adoraste a tus nietos. La profunda fe que orientó tu vida desde los primeros años en Alemania se tornó en una ardiente vocación de servicio a tu familia y a la Iglesia. Mientras tu familia florecía, no dudabas en colaborar, dentro de lo que estaba en tus manos, con la construcción del imponente templo que hoy es la Basílica de la Natividad de la Virgen, en Esperanza. Imagino el sano orgullo que te embargaría cuando tus brotes se hicieron, a la vez, troncos de nuevas familias. Así, tu simiente contribuyó con nuevos brazos y con sus mentes, muchos profesionales de la salud, la educación, la cultura, que fueron floreciendo en distintos lugares de la patria que te albergó desde niña. Llevaste sobre tus hombros la fuerza inherente a las mujeres inmigrantes, aquellas que seguían a sus padres y luego a sus maridos. Al quedar viuda, enfrentaste nuevos desafíos, demostrando una y otra vez tu inquebrantable resiliencia. Imagino tu voz suave, contando interminables historias. Tejiendo la vida, así como entramabas hilos y lanas, arte que heredaste a tus hijas con paciencia y sabiduría. Los últimos años trajeron la oscuridad a tus ojos, pero la ceguera nunca impidió que reconocieras la voz o el tacto de cada uno de tus hijos o de tus nietos. Seguiste brindándote, con sabiduría y humanidad, a cada ser que se cruzaba en tu camino. Imagino que la vida de cada emigrante, hace doscientos años, cien, o incluso en estos tiempos, va dejando muescas en el cuerpo y en el alma. El desarraigo, el enfrentarse a lo desconocido, el incorporar una nueva lengua, cultura y costumbres, todo va formando una armadura que, por momentos, pesa y hace difícil continuar el camino, pero en otros, es el soporte que ayuda a seguir adelante. Tu historia, abuela Inés, es el vivo ejemplo de cómo esa armadura, forjada en la adversidad, puede sostener una vida plena de amor, fe y servicio, una herencia que perdura más allá del suspiro. Conocí tu existencia cuando, llevada de la mano de mi abuela Cecilia, llegué hasta la tumba que guarda tus restos. Aquí descansan los padres de tu abuelo, me dijo. Una sencilla inscripción recordaba a dos de mis bisabuelos, Jorge Pruvost e Inés Weiner, fallecidos en 1928 y 1949, respectivamente. Si bien en ese momento (yo era muy chica) no dimensioné la importancia que tenían en mi ser, hoy siento que, abuela Inés, llegas y susurras en mi oído consejos de amor: a la vida, a la familia y al esfuerzo por dejar un legado que trascienda más allá de nuestros propios nombres. Mabel Pruvost De lejos Baúles gastados Con hijos a su lado, Cruzaron las aguas Del infinito océano. Alforjas de cuero Cruzaban los cuerpos Faldones oscuros Y levitas negras. Traían sus pechos De ilusión cargados, Divagando con el trigo Y el pan en sus manos. Se agrietaban sus miradas Al ver tanto espacio, De llanura inmensa Sedienta de amar. Mientras Alemania Taladraba el pecho, Y lo soportaban Con todo su afán. Hoy las ramas De sus nombres, En pueblos y ciudades Se esparcen heredados. Quizás volvieron, Al lugar dejado A entonar canciones En su lengua amada. Pero regresaron Al sueño cumplido, A la sombra del árbol Colmado de frutos. Benditos sean abuelos Por invadirnos, De mentes creativas, De tenaces brazos y sabores nuevos. Danke, liebe Grosseltern! Por llegar a este suelo argentino Que hoy cobija nietos de nietos Como hace 200 años. Mabel Burgener
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