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» Clarin
Fecha: 29/12/2025 06:39
Desde que tenía 14 años quería viajar por el mundo para hacer documentales fotográficos. Sofía Prado lo dice sin épica forzada, como si fuera una certeza antigua, absolutamente natural. Mientras otros jóvenes de su edad miraban series como Rebelde Way o Friends, ella pasaba horas frente a la tele fascinada con National Geographic o Discovery Channel. Por aquella época escribí en un cuaderno una lista de cosas que quería hacer, y no se trataba de conocer lugares, sino de vivir experiencias, dice, y envía fotos de aquel listado, que ya tiene varias tildes de cumplido. Algunos de ellos eran Pasar un fin de año en Nueva York, comprarme una artesanía de una tribu en Madagascar, amanecer en camello en el Sahara, dormir en el (parque) Tayrona, vivir con una familia japonesa, perseguir una tormenta en Kansas. Personas, no paisajes Sofi nació hace 33 años en Avellaneda, estudió publicidad y se especializó en dirección de arte, pero pronto entendió que su camino iba por otro lado: su pasión eran la fotografía y un planeta extraordinariamente diverso. Hasta los 20 años no había salido nunca del país. Mis primeros viajes, regalo familiar, fueron a México y Sudáfrica, y en vez de sacarle fotos a los paisajes, le sacaba a la gente. Ahí me di cuenta de lo que quería, relata. Fue la chispa que encendió la llama. No quería mostrar viajes lindos; quería contar historias, puntualiza. Así nació Celebraciones del mundo, un proyecto que buscaba documentar fiestas y rituales en distintos países de los cinco continentes. Toqué muchas puertas, muchísimas, y al principio siempre recibía un 'no' como respuesta, recuerda. Pero no se rindió; siguió insistiendo, hasta que algunos no empezaron a transformarse en sí, especialmente de parte de organismos e instituciones de promoción turística de países. Así llegaron destinos que parecían posibles solo en sueños: Papúa Nueva Guinea, Groenlandia, Europa en Navidad. En 2019 pasó las Fiestas en Rovaniemi, Finlandia, el pueblo de Papá Noel, en el Círculo Polar Ártico; y entonces algo se quebró en ella: Tuve una crisis y no quería volver a Argentina. La pandemia y el amor Entonces viajó a Australia con amigos, donde la pandemia la dejó varada casi un año: Llegué un lunes y el sábado siguiente cerraron las fronteras. Pero el jueves anterior conoció a Daniel, "el Cata, un catalán que estaba en Australia por el programa Work and Travel y que hoy es su esposo. Se casaron hace poco en Las Vegas (casarme en Las Vegas era uno de los deseos de la lista), luego en Argentina, y se mudaron a Cataluña. La otra parte positiva que le dejó la pandemia en Australia es que se dedicó a full a trabajar en el campo, lo que le permitió ahorrar bastante como para continuar su proyecto. Aunque cuando el mundo volvió a abrirse el plan mutó, porque muchas celebraciones estaban canceladas o se hacían en versiones reducidas y con barbijo. Decidió entonces cambiar el eje y comenzar a documentar lo más que pudiera de la diversidad cultural del planeta. Su objetivo inicial era llegar a 100 países. Hoy ya son 112, y el plan no tiene final a la vista. Desde que se conocieron con el Cata comenzaron a viajar juntos, y a lugares súper remotos. Por ejemplo, a la región de Krasnoyarsk, en Siberia, donde convivieron con los nenets, nómadas que viven migrando con sus renos (ver más abajo). Dice que allí, al pasar más de 10 horas en la nieve con 30 grados bajo cero, comprendió que en nuestra vida diaria damos muchas cosas por sentadas, como que todos tenemos vidas parecidas, con acceso a una estufa, agua corriente o Internet, cuando claramente no es así: Mientras nosotros estamos calentitos hablando por celular, hay nenes en Siberia que están migrando en trineos con renos y viviendo en yurtas, reflexiona. En África Sofi documentó comunidades en Angola, Namibia, Botsuana, y también en la isla de Santo Tomé y Príncipe, unos 240 km mar adentro de las costas de Gabón. En Sudán del Sur convivió con los mundari, que viven toda su vida junto a sus vacas. Lavan los platos con pis de vaca y cuando la vaca hace pis, ponen la cabeza abajo y se bañan, cuenta, como si todavía se sorprendiera al recordarlo. En una aldea mundari, un padre quiso entregarle a su pequeño hijo, que se había fascinado con ella y la seguía a todas partes. El hombre tenía siete hijos, y me dijo que me lo llevara porque quería que pudiera salir, ver el mundo, estudiar; fue muy conmovedor, relata. En Indonesia estuvo con los bajau, conocidos como nómadas del mar" o gitanos del mar, un pueblo que vive cazando con arpones en el océano, practicando buceo de apnea. Dicen que tras muchas generaciones desarrollaron adaptaciones, como el bazo más grande, lo que les permite bucear sin oxígeno hasta 7 minutos. En Arabia Saudita tomó fotos de la gente durante el Ramadán, el mes de ayuno, en épocas en que visitar el país era ser un bicho raro, porque recién se abría al turismo; en Mongolia pasó más de un mes viviendo en yurtas con familias nómadas; en la Amazonía ecuatoriana convivió con los huaorani, corriendo por la selva para seguirlos mientras cazaban. También, claro, retrató realidades extremas, como en Bangladesh, cuando visitaron el cementerio de barcos más grande del mundo, donde desarman los buques para reutilizar el acero pero sin ninguna medida de seguridad, es un trabajo de mucho riesgo y muy malas condiciones. En Filipinas conoció familias que viven dentro de un cementerio; en Uganda documentó la historia de una mujer con 47 hijos a la que llaman Mamá Uganda. Mucha gente dice debería haber ido al médico, pero no ponen en contexto dónde vive, que tenía un problema hormonal que le provocaba embarazos múltiples, cómo es su cultura ni su historia, ni que la vendieron para casarla a los 12 años y luego el marido se fue y quedó en la calle con sus hijos. Terminó ayudándola una youtuber holandesa, que le compró una casa, recuerda. El duro trabajo en un velero holandés ¿Cómo logra que la gente le permita retratarla, mostrar la intimidad de su vida? La clave para entrar a esos mundos, dice, no tiene una fórmula, y no sabe cómo logra que confíen en ella, aunque hay pistas: Trato de explicarles, les muestro fotos, busco alguien que traduzca. Y utilizo el idioma universal: sonreír, ser amable, dice. Además, muchas personas quieren que su historia se conozca, sobre todo en los lugares más duros. Video Hoy su trabajo se puede ver principalmente en Instagram (@sofimprado). Últimamente empecé a hacer más videos porque la red lo pide. No es lo que más me gusta, prefiero la foto, pero funciona, dice. Además, está escribiendo un libro y quiere empezar a exponer. Es que en estos años nunca tuvo tiempo de frenar, y ahora que tiene una casa, quiere hacerlo un poco. Igual, antes de asentarse en Europa, ambos decidieron cerrar esta etapa nómada con una travesía extrema. Para despedirnos hicimos la aventura más épica, adelanta: en marzo de 2025 embarcaron en un velero holandés de entrenamiento, que comenzó la navegación desde Ushuaia hasta la Antártida, cruzando a vela el pasaje de Drake, una de las rutas de navegación más peligrosas del mundo. Había que trabajar y, por ejemplo, hacíamos guardias a la madrugada buscando icebergs, muertos de frío. Fue durísimo, pasé casi todo el viaje vomitando, recuerda. Llegaron hasta donde el mar se congela y al regreso navegaron 7 días seguidos hasta Tristán da Cunha, la isla habitada más aislada del mundo. Hoy vive en un pequeño pueblo de Cataluña, desde donde está pensando lo que viene: seguir viajando, exponer, escribir y devolver algo de lo que aprendió. Me gustaría poder ayudar al turismo local, trabajar con guías de cada lugar y darlos a conocer, asegura. Y adelanta un próximo viaje: a Kansas, a perseguir un tornado, en esa zona de Estados Unidos conocida como El Callejón de los Tornados. ¿Algo que aprendió en todos estos años por el mundo? Que en el fondo somos todos iguales; en esencia somos lo mismo. Podemos vestirnos distinto o no entender el idioma del otro, pero con sonrisas, con gestos, las puertas se abren, y podemos comprendernos entre todos. Tres historias por el mundo - Nómadas del hielo (Siberia) Para convivir con los nenets, Sofía viajó dos días en tren desde Moscú y otras diez horas en un trineo tirado por una moto de nieve, por un camino repleto de huellas de osos. Vivió una semana con una familia nómada a 30 grados bajo cero y participó de la migración primaveral: diez horas sin refugio arreando renos, desmontando la yurta, cargando todo -literalmente- sobre trineos y mudándose hacia nuevas tierras de pastoreo. En la migración de primavera, los nenets viajan con todo lo que tienen a zonas donde el pasto todavía está más congelado, porque los renos escarban la nieve y comen unos microorganismos que están entre la nieve y el pasto, explica. Y agrega: Los renos son su principal fuente de sustento; comen su carne, y como no hay madera para hacer fuego, la comen cruda, lo cual no fue fácil para nosotros", dice. El día de la migración tienen que arrear a todo el rebaño de renos, agarrándolos con algo parecido a nuestras boleadoras y un lazo. En un trineo y un grupo de renos cargan todo: la yurta -la casa-, todas sus pertenencias, y se mueven a otra zona, un viaje que a veces puede durar hasta 24 horas. - La abuela de la colina (Rumania) En las montañas de Maramures, en Rumania, Sofi conoció a Joana, una anciana de 103 años que vive sola en una casa de cuento en una colina, un sitio al que solo se llega a pie, porque no hay caminos. Viste ropa tradicional, es famosa en el pueblo vecino porque reza por los exámenes de los chicos y conserva fotos y estampitas de su marido, que fue prisionero de guerra en la ex Unión Soviética. Dice que le encanta recibir gente en su casa y que muchos quieren que se mude al pueblo, entonces la quieren asustar diciéndole que la montaña es peligrosa porque hay lobos. Pero ella dice que no baja al pueblo porque acá no tengo miedo, mientras besaba la estampita que le dejó su marido, y que atesora desde 1947. - Vudú, ritual y trance (África Occidental) En Benín y Ghana, Sofi documentó festivales vudú ancestrales, entre sacrificios rituales, tambores que no paran durante horas y personas que entran en trance. Por allí fotografió a los zangbetos, figuras espirituales cubiertas de paja que, según la creencia, son misteriosos guardianes nocturnos que patrullan cada noche -se mueven solos, guiados por espíritus- para proteger a la comunidad de delincuentes y espíritus malignos. Una ancestral cultura viva que viajó desde África hacia América durante la esclavitud, y que aún hoy mantiene su fuerza simbólica. Sobre la firma Mirá también Mirá también Newsletter Clarín
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