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  • Es una flor nuestro cuerpo

    » Redaccion Rosario

    Fecha: 29/12/2025 03:13

    A fines de noviembre se presentó en la Biblioteca Argentina de Rosario el libro Quemar el río, poesía reunida de Nora Hall, volumen que inaugura la serie Algarabía vertebral de la editorial local Libros Silvestres. Frente a un libro tan sugerente como el que reúne toda la obra poética editada de Nora Hall, de 1990 a 2025, incluyendo el inédito Vestir el deseo, resulta vano buscar una única clave que dé cuenta de la totalidad de resonancias y recursos estéticos. Es posible, en cambio, tender una línea de unión y tensión si acordamos desplegarla entre la primera página del primer libro editado de Hall hasta el último poema de su último libro recogido en Quemar el río. La primera página de Hasta pulverizarse los ojos (1991) consiste precisamente en el epígrafe con el verso de Alejandra Pizarnik que da título al libro y que propone un ejercicio a la vez existencial y artístico: mirar una rosa hasta incinerarse, ya que ahí radicaría la verdadera rebelión, pulverizarse en contemplación de la rosa, emblema de la perfección y de la belleza. (¡Oh, rosa, pura contradicción, ser el sueño de nadie bajo tantos párpados!, fue el epitafio que eligió Rilke). El último poema de Vestir el deseo (cuyo título es también significativo: ya no sólo dar cuerpo al deseo sino también protegerlo y si es posible engalanarlo) ofrece una conclusión, o al menos una constatación sobre el mismo objeto de recogimiento. Hay, en principio, una suerte de identificación entre el sujeto y la flor; es el propio ser quien debe producir la flor digna contemplación. El estallido, la pulverización no ha significado la autoinmolación de la poeta sino el acceso a un conocimiento. Hay contemplación, llamarada e incendio, pero la rosa no florece (el ser humano no florece, uno no se florece) debido a una condición de entrega aturdida e inconmovible a ese fuego. Rezan los versos: No se florece/ por abandono/ o por olvido del invierno/ florece la memoria/ donde ardimos. Y antes de ese final ya Hall había probado que para renacer deshabitada era necesario contentar al fuego/ y en carne viva/ mirar la llama. Eso es, en definitiva: florecer sosteniendo la memoria donde ardimos. Y es el derrotero de esa memoria lo que registra, verso a verso, poema a poema, cada página de Quemar el río. Una memoria en la cual una topografía general podría establecer huellas que pueden también guiar una posible senda de lectura. Así: la importancia de los sitios: del cuarto propio y del ajeno, y sobre todo, de los encierros. De los sitios y de las cosas, porque también las cosas esperan ser deseadas (Desde el fondo de esa valija/ suenan voces); la importancia de los viajes y de sus postales, a menudo destellantes como el oro soleado de los impresionistas. Campos y pueblos y puertos y museos cercanos y lejanos signan un itinerario vagamundo de fuga y consecuente regreso a una Itaca que, como para Kavafis, no es más que aposentos vacíos/ y cuartos anegados. Pero el viaje regala riquezas como una moneda encontrada en alguna playa, capaz de dar poder/ fundar algunas leyes/ todos los códigos; la importancia del agua, del agua nuestra de cada día, pero también la del Jónico, y la de Venecia, y la de la lluvia, hasta la de una canilla que gotea. Y el peso de este elemento en los poemas de Hall establece ya una suerte de ars poética, una adhesión a la mejor raigambre y a los mejores maestros de nuestra región, los ríos a defender del rey que ordena quemarlos, con sus aguas del fresco abrazo, las de costas solas que engendran el verano; la importancia de reconocer (recorrer, reconstruir, incendiar) los territorios de la infancia; entreabrir la puerta de los encierros donde todo estaba mal, intentar algún orden, algún abrazo a la desvalida que no deja de yacer en las tinieblas; la importancia de ejercicios espirituales como los que registra el apartado de Manual de agua (2007), que toma precisamente ese título. Ejercicios espirituales que dejarían atónito a Ignacio de Loyola, ya que el practicante decidido a quitar de su vida todas las afecciones desordenadas encuentra finalmente la voluntad divina en los olores que ensanchan la nariz/ moras y guayabas, y tal irónica heterodoxia deriva en una ira que devuelve el asceta al mundo; y finalmente, para volver cronológicamente a la primera y última página de esta obra reunida, la importancia de la mirada y de los discursos de la mirada, del mal de ojo y de la incineración que remite no a la destrucción sino al renacimiento. Volvamos a uno de los últimos poemas: Por contentar al fuego/ y en carne viva/ mirar la llama/ plata en el cielo/ a mitad de camino/ entre el traje que viste/ y el fuego que consume// renacer deshabitada// las cenizas/ salpican como la música/ como papel de arroz/ como el murmullo/ como el deseo/ la memoria es el deseo. Abren sus corolas de piedras preciosas tus flores, dice el verso de uno de los poemas precolombinos recogidos por fray Bernardino de Sahagún y compilados por Asturias, donde figura también este canto: Sólo venimos a dormir, sólo venimos a soñar:/ no es verdad, no es verdad que venimos a vivir a la tierra./ En yerba de primavera venimos a convertirnos:/ llegan a reverdecer, llegan a abrir sus corolas nuestros corazones,/ es una flor nuestro cuerpo: da algunas flores y se seca. Una voz singular y profunda se alza desde Quemar el río, una voz que gracias a esta reunión de los libros de Nora Hall ha conquistado un lugar que permanecerá resonando en nuestra mejor literatura. Publicado en el semanario El Eslabón del 20/12/25 ¡Sumate y ampliá el arco informativo! Por 8000 pesos por mes recibí todos los días info destacada de Redacción Rosario por correo electrónico, y los sábados, en tu casa, el semanario El Eslabón. Para suscribirte, contactanos por Whatsapp.

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