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  • Fernando, el docente sanjuanino que enseñó con el corazón y dejó huella en cada alumno

    » LaprovinciaSJ

    Fecha: 28/12/2025 21:48

    Después de casi 30 años en la Escuela Técnica de Capacitación Laboral Magdalena Brizuela de Aberastain, en Pocito, Francisco Fernando Gavilán se jubiló. Su historia destaca lo que significa la docencia cuando se ejerce con compromiso: mirar, escuchar, ayudar y dejar huellas que no se borran. Fernando nunca habló de la docencia como un simple trabajo. Para él, enseñar fue siempre un acto profundamente humano, atravesado por realidades complejas y por la necesidad de estar presente. En el aula hay muchas situaciones, algunas lindas y otras no tanto, porque cada casa es un mundo, contó a Diario La Provincia SJ, sintetizando una mirada que lo acompañó durante toda su carrera. Nacido y criado en el departamento de Pocito, más precisamente en la zona del Quinto Cuartel, Fernando desarrolló prácticamente toda su trayectoria en el mismo lugar. Ingresó a la Escuela Técnica de Capacitación Laboral Magdalena Brizuela de Aberastain, ubicada frente a la plaza de Villa Aberastain, donde permaneció durante 29 años. Este fue mi lugar. Yo quería ser titular acá, quedarme en esta escuela, afirmó, dejando en claro que su permanencia fue una elección y no una casualidad. La vocación que se construye con el tiempo Su llegada a la docencia no estuvo marcada por un llamado inmediato, sino por un proceso honesto y gradual. Un profesor amigo me dijo que la docencia era linda, que tenía cosas buenas y cosas malas. Empecé por curiosidad y también como salida laboral, no lo voy a negar, destacó. Sin embargo, con el correr de los años, esa decisión inicial se transformó en una vocación firme. Después apareció el gusto por enseñar, por estar, por acompañar. Fernando se especializó en electricidad domiciliaria e industrial, enseñando instalaciones eléctricas, mantenimiento y automatización. Yo enseñaba todo lo que es la instalación completa de una casa, de un edificio, y algo de la parte industrial, explicó. Pero más allá del oficio, siempre entendió que la enseñanza empezaba mucho antes de encender una herramienta. Mirar más allá del pizarrón Entre las muchas anécdotas que guarda, hay una que resume su manera de ser docente. Un día, mientras explicaba apoyado en la puerta del aula, notó algo distinto. Había un chico al fondo que se esforzaba por ver, hacía los ojos chiquitos, recordó. Lo llamó y lo sentó en el primer banco. Ahí se le cambió todo. Lejos de quedarse solo con ese gesto, decidió ir más allá. Le pedí el número de teléfono de la mamá y la llamé, contó. La respuesta fue reveladora: Ella me dijo que lo sospechaban, pero que no sabían bien qué pasaba. Tras un tratamiento, el cambio fue evidente. Después empezó a venir con lentes, contó, todavía emocionado. Esas pequeñas cosas son las que le llenan el alma a uno, haber sido útil para un chico. La docencia también le dejó marcas difíciles de borrar. Fernando recordó uno de los momentos más duros de su carrera. Tuve que ir al velorio de un alumno, destacó en voz baja. Hoy en día todavía me sigue doliendo el alma, como si hubiera sido un pariente directo. Para él, ese dolor es parte del vínculo que se construye en la escuela. Uno se encariña mucho con los chicos, y eso no se puede evitar. Permanecer, comprometerse, pertenecer A lo largo de los años tuvo la posibilidad de trasladarse a otras instituciones, pero siempre eligió quedarse. Yo quería ser titular, quería ser el dueño del cargo acá, afirmó. Cuando finalmente logró la titularidad, sintió que había cerrado un círculo. Dejé de ser suplente y me quedé. Acá completé todo mi cariño docente. Ese sentido de pertenencia se reflejó también en su forma de estar en la escuela. Si había que cambiar un cuerito, arreglar un baño o solucionar algo, yo lo hacía, contó con naturalidad. Y explicó por qué: No quedás bien solo con la persona que te pide el favor, sino con un montón de chicos que al otro día tienen un baño habilitado. El orgullo de verlos seguir Con el paso del tiempo, los frutos del trabajo comenzaron a aparecer. Hoy todavía hay gente que me saluda y me dice hola, profe, contó. Algunos recuerdan su nombre, otros no, pero el saludo permanece. Eso te dice que algo hiciste bien. Entre esos exalumnos, hay historias que llenan de orgullo. Un alumno mío está trabajando como electricista en Norteamérica, relató. Hace mantenimiento y le va bien económicamente. Saber que pudo salir adelante con lo que aprendió acá es una satisfacción enorme. Una jubilación que llegó sin ganas de irse Fernando podía jubilarse a los 60 años, pero lo hizo recién a los 65. La pandemia fue parte de esa decisión. Íbamos a estar en casa igual, mandando actividades, así que seguí, explicó. El tiempo pasó y recién en 2025 llegó la notificación oficial. Cuando me llegó la carta documento dije: bueno, ahora sí. Aun así, asegura que se fue con ganas de seguir. Me siento bien, fuerte, con ganas. Si hubiera sido por mí, seguía, confiesa. Hoy, ya retirado formalmente, Fernando sabe que la docencia sigue viva en él. Si tengo la oportunidad de enseñarle algo a alguien, me brota el docente, dice con una sonrisa. Y resume una verdad compartida por muchos maestros: El docente sale a flor de piel en cualquier momento. Fernando Gavilán se jubiló, pero dejó algo que no se apaga: la certeza de que enseñar es, ante todo, mirar al otro, estar presente y acompañar. Y eso, como él mismo demuestra, no se jubila nunca.

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