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  • La vuelta del Pity: el rey roto de un nuevo reino que recién se levantó

    » Eltucumano

    Fecha: 28/12/2025 15:32

    La vuelta del Pity: el rey roto de un nuevo reino que recién se levantó Después de casi una década y una vida atribulada, Pity Álvarez volvió a subirse a un escenario en Córdoba para dar una clase magistral de rock y coronarse como uno de los máximos referentes del género. El regreso con halo de resurrección contado desde adentro. Por Exequiel Svetliza. La luz circular lo persigue en su andar canyengue de compadrito. La campera, los borcegos y los guantes de cuero negro dan cuenta del status rockero. Pero los pantalones de cebra y el brillo del glitter que le barniza el rostro le dan un aura excéntrica y glam. Camina lento por el escenario del estadio Kempes. Se pasea por la noche cordobesa llevando a una mujer rubia y hegemónica que gatea atada a una correa. Pity Álvarez tiene la cara y más que la cara- surcada de cicatrices y la mandíbula y mucho más que la mandíbula- indómita; secuelas ostensibles de los días salvajes. Acaso una marca de origen; una cucarda de autenticidad para quien vive como canta. Una multitud lo ovaciona. Se hace prender un pucho para después fijar la correa de la mascota humana al pie de micrófono. La performance con estética sado es el mensaje artístico de alguien que, a pesar de todo, ha sobrevivido a la cultura de la cancelación: no esperen ni el discurso edulcorado ni la corrección política ni la diplomacia biempensante de los roqueros bonitos y educaditos. Acá está lo sucio, lo desprolijo, lo lascivo, lo marginal, lo irreverente, el arrabal y la rebeldía. Acá está el rock o lo que queda de él. Acá está el Pity o lo que queda de él. Y con eso le alcanza y le sobra para jugar este juego. En tono íntimo, casi confesional, cuando cante los primeros versos de El rey, acompañado sólo por la guitarra acústica, habrá cumplido al fin con la profecía: El monarca ha vuelto para reclamar el trono de un reino que creíamos perdido. Y esta vez sí es en serio. La liturgia rockera arrancó temprano con un sol picante que se colaba entre grandes nubes de tormenta. A las 16, cuando el regreso del artista a los escenarios todavía era pura expectativa, las inmediaciones del estadio ya se habían convertido en un gran camping. Los autos y colectivos llegados desde distintos puntos del país empezaban a ubicarse bajo el puente de la autopista. Los ladrillos de la obra en construcción servían de asientos improvisados en las ranchadas que se iban armando; pequeñas islas humanas reunidas alrededor de un parlante, de una jarra improvisada de fernet o de una parrilla humeante. Banderas desplegadas Mendoza, Morón, La Rioja, Catamarca, San Juan, Bahía Blanca y una amplísima cartografía federal-, conservadoras repletas de escabio, bastante agite y algo de reviente que no es de ahora ni de hoy. La grey es diversa. Una masa donde se mezclan las remeras y los tatuajes de Viejas Locas, de Intoxicados y del Pity Álvarez, pero también de La Renga, Los Redondos, Los Piojos y La Mona, entre tantos otros. Contra todo pronóstico, se observa poco flequillo rolinga y fisuraje de la vieja escuela. En cambio, prolifera la sangre joven: adolescentes en cuero con la piel rosada por el sol y chicas que se pasean con el top del bikini. Empujados por el calor, los miembros de las distintas tribus se refugian entre las sombras de los árboles del parque Kempes y mojan los pies en el río. Muchos esperan su bautismo de rock. La previa del show. Foto: Giuliana Brarda para eldoce.tv Aún faltan dos horas para que se abran las puertas del estadio y más de cinco para que suenen los primeros acordes y acá el rock ya es un hecho tangible; un suceso que trasciende al show y la performance musical. Como en una misa ricotera o en un banquete de La Renga, el rock comienza en la ruta, arriba de un bondi, compartiendo el vino y la tuca entre desconocidos; espíritus entregados a la aventura y, tal vez, a la posibilidad de algún amor furtivo. Como Karen que se mandó sola en colectivo desde Hinojo, una pequeña localidad del partido de Olavarría. Tiene 27 años y el mismo anhelo de muchos: ver por primera vez al rey sin corona. El rock es un ritual comunitario y acá está sucediendo en el magma fervoroso de una ilusión colectiva. Pasan las horas y crece la manija que se expresa en rondas cada vez más grandes y cada vez más intensas de gente cantando, bailando y escabiando bajo el puente. Los puestos improvisados en las calles ofrecen una amplia gama de remeras, musculosas, gorras y pilusos. Con el paso del tiempo, cualquier souvenir con la fecha del show podrá dar fe de que se estuvo aquí y de que uno fue parte de un momento histórico. De hecho, como si se tratase de una gira de egresados rockera, muchos grupos de amigos han acudido a la cita con sus propias remeras confeccionadas especialmente para la ocasión. Hay un detalle llamativo que distingue al merchandising oficial de Pity del extraoficial que se ofrece en las calles. En las remeras que se venden dentro del estadio se destaca la leyenda Basado en hechos irreales, mientras que en las prendas de la calle esa consigna se transforma en Basado en hechos reales. Tal vez, el merch clandestino no hace más que materializar en una consigna esa ilusión colectiva de que el tan postergado encuentro entre el artista y su público al fin suceda. Acaso, entre ambos mensajes se juega esa delgada cornisa por donde el Pity siempre se ha movido cual malabarista: entre la irrealidad y la realidad, entre la consciencia y la inconsciencia, entre la inimputabilidad y la imputabilidad, entre la promesa y el acto. Foto: Giuliana Brarda para eldoce.tv Una vez adentro del estadio y tras el recital de la banda soporte cordobesa Los Mentidores, las pantallas anuncian con un cronómetro el comienzo del show a las 21:20, postergación que, según reveló después el productor José Palazzo, fue un pedido de los organizadores para que terminaran de ingresar las más de 35.000 personas que coparon el campo y una parte de las plateas del Kempes. Todo está preparado, pero en los pocos minutos que pasan entre las 21:20 y el momento en que Pity pisa el escenario, el público se muestra ansioso y algo intranquilo. Quizás todavía está demasiado presente el recuerdo traumático de aquella vuelta fallida de abril de 2018 en Tucumán, la noche en que el club Argentinos del Norte se convirtió en una pira ardiente. Tal vez, esos minutos de zozobra avivan los fantasmas acerca del estado actual del artista y miles de especulaciones al respecto. Acaso es esa zona de incertidumbre que se abre entre lo real y lo irreal; entre el deseo postergado y su concreción tardía; entre Cristian Gabriel Álvarez Congiú y Pity. En cuestión de minutos nada más, la respuesta será tan contundente en su resultado como rockera en su ejecución. ***** El acting sado y los versos de El rey son apenas un breve preámbulo; el instante de sosiego antes de que se desate el huracán. Al momento de agarrar la guitarra eléctrica que lo acompañará a lo largo de casi todo el show, Pity emula la parodia de Spinal Tap en Los Simpson y, mirando el dorso de la viola, lanza un Buenas noches Córdoba. Como para que no queden dudas de que es el Pity de siempre. Ese que veía Los Simpson fumando una vela. El que creció con los mismos consumos culturales y de los otros- que la mayoría de los jóvenes de los 90. Y aunque -como reza una de sus remeras- cualquier parecido entre este Pity y aquel recordado Pity Álvarez sea mera coincidencia, en ambos la ironía y el humor son recursos poderosos para lidiar con la realidad. De pronto, suena uno de los riffs más reconocibles del rock argentino y el estallido de la marea humana es espontáneo. La gente salta, se abraza, grita, unos vasos surcan la noche y miles de gargantas cantan junto al Principito de Lugano: A nadie importa si yo cuido mi flor, yo la protejo contra el viento. Está sucediendo: el Pity ha vuelto. Con un andar algo paquidérmico y la voz un tanto más rota, el Dr. Álvarez ha regresado para brindar una clase magistral de rocanrol. Abajo del escenario, no queda otra que atarse bien las zapatillas para no perderlas en la efervescencia celebratoria del pogo. En la lista siguen Nena, me gustas así y Mi inteligencia intrapersonal, canciones que el público recita como una letanía. Para cuando cante Homero, esa canción que le escribió a su padre y que devino en un auténtico himno generacional, a mi lado un joven de no más de 20 años estallará en lágrimas. ¿Pensará también en su padre o en los miles de nuevos Homeros que nos rodean? ¿Acaso está cumpliendo su sueño de cantar esta canción en vivo? ¿Lo emociona esta suerte de resurrección artística de Pity? A su lado, otros jóvenes de cuerpos esculpidos en el gimnasio se abrazan en un scrum. Más atrás, un señor se aferra a los hombros de su hijo adolescente y lo sacude como queriéndolo despertar de una siesta, como si en ese movimiento le advirtiera íntimamente ¿viste?, yo te dije. Pienso en esa canción como un preludio poético del estallido social del 2001 y en que muchos de los jóvenes que entonces la cantaban no pudieron evitar convertirse en Homeros. Pienso en el poder profético de ese tema que, un cuarto de siglo después, sigue hablando en presente. Pienso que cada vez son menos los que van zafar. Pienso y también me pregunto ¿cuánto más? Pero pensar tanto no es bueno y en la extensa lista de 33 canciones seguirán sonando clásicos que hace ya tiempo forman parte del cancionero popular roquero argentino como Me gustas mucho, Se fue al cielo, Volver a casa, Hermanos de sangre y Las cosas que no se tocan, entre tantos otros que el cantante interpretó acompañado por una gran banda con corista, vientos y una acordeonista. Cuando llegó el turno de Una vela se subió al escenario el ex guitarrista de Intoxicados Felipe Barroso para rapear su parte del tema. Una versión que Pity cantó luciendo una corona y en la que introdujo estrofas de la canción How I Could Just Kill a Man de Cypress Hill; elección con un claro guiño autobiográfico (la traducción del estribillo reza: ¿Cómo te puedo hacer entender?/Cómo pude matar a un hombre) que recuerda la suspensión del juicio que debe afrontar por el homicidio de Christian Maximiliano Díaz, ocurrido en julio de 2018 en el barrio Samoré. En otro tramo del recital, el artista criticó a la Justicia por la suspensión del show que había previsto en Buenos Aires y, emocionado, desplegó una teoría teológica donde resuena un afán de exoneración judicial: Si dicen que Dios creó al hombre a su imagen y semejanza ¿Quién me va a juzgar? ¿Dios? A mí, que soy otro Dios Solo el universo me puede juzgar. Pity coronado junto a Felipe Barroso. Foto: Giuliana Brarda para eldoce.tv Ahora el epicentro del pogo escupe a una adolescente rubia, delgada, de facciones delicadas, casi etérea. Está desesperada y pide ayuda porque le acaban de robar el celular. Lo usó para sacarse una foto y, al instante, ya no estaba más, desapareció. Es un iPhone 17 Pro Max, insiste mientras nos explica que se lo compró hace poco y que lo necesita para trabajar. Fantasea con llamar a la policía para recuperar el teléfono y comenta que este era el mejor día de su vida y que, ahora, se ha convertido en el peor. Alguien intenta hacerle entender que el aparato ya era, que sólo le queda disfrutar de la música y que el rock es así: como te da, te quita. Pero no hay caso, se irá con el rostro cubierto de lágrimas, arrastrada por la onda expansiva de un nuevo agite de masas. ¿El público del Pity se gentrífico? ¿De dónde salieron todos estos pendejos que cantan con devoción sus canciones? ¿O siempre estuvieron ahí, agazapados, esperando su regreso? Miro alrededor y no vislumbro rastros de la vieja estética stone. Casi no hay flequillos rectos ni camperas de jean ni remeras trajinadas de rock. Desde acá, en la vanguardia del campo, se impone un público más bien juvenil. Pibes fitness y chicas de outfit cuidado para quienes el ex líder de Viejas Locas es un mito y también toda una novedad. Chicos y chicas que quieren rock y que esta noche saldrán de acá empachados después de un recital de más de tres horas; uno de esos hitos históricos del género a la altura del Concierto subacuático de Charly García, la presentación del Indio Solari en Olavarría o de La Renga en el estadio Monumental. Más que un regreso nostálgico, se trató de una especie de renacimiento. Nueve años después de su última vez en vivo, algo ha cambiado en el Pity y en su público. Por eso, a la hora de revelar el secreto del rock, eligió tomar distancia de todo el lore, como dice ahora la changada: El rock no es una campera de cuero. El rock no es un pibe drogado cogiéndose tres putas a la vez ¿Saben lo que es el rock?... El rock son tres tonos a una distancia, nada más. Está claro: si hay una redención posible, será una redención musical. Para el final todavía quedarán algunos hitazos de la talla de Lo artesanal, Perra, Quieren rock y Una piba como vos, pero eso ya es gula de rock y también una mojada de oreja para aquellos que no creyeron que esto fuera a suceder. Un tendal de gente extenuada, tirada en el pasto del Kempes, da fe del exceso y del paso arrollador de un artista que logró redimirse de su pasado errático y sus regresos frustrados. Todos se irán esta noche de acá con la certeza y la alegría de que Pity ha vuelto. Eran muchos los que querían verlo y ansiaban verlo bien. Después de tanta violencia, todos necesitamos un poco de amor y entre las ruinas de tanta fisura, tanto reviente y tanta destrucción, emerge la figura de alguien que supo capturar la sensibilidad de su tiempo. Una pobre antena azotada por las tormentas de la vida; una antena a la que hace rato se le voló la budinera, pero sigue transmitiendo. Algunas canciones, muchas ilusiones, bastantes penas y el souvenir de esta noche inolvidable. En esta era de gente rota, donde el más roto gobierna y administra el daño colectivo, que uno de los mayores referentes del rock haya podido juntar sus pedazos, rearmarse y reinventarse es una gran noticia. Y que eso nos ponga felices es una noticia acaso todavía mejor porque es la señal de que no todo está tan roto en nosotros. El Pity ha vuelto para lucir su corona, es el rey de un nuevo reino que recién se levantó. Y en esa épica del retorno está la cifra exacta de nuestra esperanza por estos días.

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