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» Diario Uno
Fecha: 28/12/2025 09:27
Mendoza no sería la ciudad que es si no tuviera el Parque General San Martín. Se devaluaría en un 50%. Quiero hablar este domingo de esa joya, pero no para hacer historia, ni para resaltar a sus creadores ni para recordar cuántos árboles tiene, sino para contar algunas sensaciones como usuario de ese paseo. Tampoco esta Ciudad sería lo que es si no hubiese tenido el sistema de riego por acequias que permitió llenarla de árboles y de benigna sombra gracias al aporte del agua de la cordillera. La leyenda dice que hace muchos años un turista extranjero llegó a Mendoza y dijo "qué buena idea la de haber hecho la ciudad en medio del bosque". El hombre no tenía demasiada información de que vivir aquí es una pulseada constante para contrariar al desierto. Un denuedo particular parece haberse afianzado en la mayoría del personal encargado de la limpieza y cuidado del Parque. Es una rareza encontrar suciedad en las acequias, en las sendas peatonales o en los prados. Quien vaya a caminar podrá ver que quienes limpian, cortan el césped, plantan especies, o podan están distribuidos por todas partes pero casi siempre de a uno, raramente en yunta. Tal vez ese sea el motivo por el que se los ve tan reconcentrados en su trabajo. Las "juntadas" de esos laburantes se ven sólo a la hora de merendar. Por ejemplo, hay una maravillosa paciencia y una justa obstinación en los tomeros que reparten milimétricamente el agua en el Parque. Me gusta demorarme, si mi caminata coincide con los días de riego, en observar esa serpenteante red de surcos que arrancan de manera perpendicular a las acequias principales de cada prado distribuyendo el agua, ya sea para que se esparza como paño o para que se dirija milimétricamente a cada árbol y lo alimente. Se ha cantado y celebrado a los tomeros, y nunca va a estar de más. Otro personaje notable entre los que limpian es el que va con el pinche metálico ensartando todo tipo de basura ladina que por desidia de algún visitante o por efecto del viento ha quedado desplegada en el pasto o las acequias. Con ojo de lince y eficacia de arponero, cumple su labor "silenciera". Bien dicen que Dios está en los detalles. Parque civilizador Pareciera que nuestro Parque transforma a los usuarios en gente más civilizada. En ese ámbito tendemos a respetar las normas, manejamos despacio, cedemos el paso a los peatones. No tocamos bocina como exaltados, somos amables, todas virtudes que solemos olvidar cuando volvemos a internarnos en la Ciudad. La mayoría de los caminantes y trotadores lleva auriculares y se cuida de no molestar con su música al vecino. Por las tardes, esa bendición que significa no generar ruidos molestos es cortada por un instructor del gimnasio del Club Regatas que pone los parlantes a mil para alentar a sus alumnos. Cada vez que paso a la altura del Rosedal y coincido con las clases de este profesor me pregunto con qué derecho se permite gritar de esa forma. Teléfono para las autoridades de ese prestigioso club. Por favor, que ese hombre no conecte los parlantes con el aire del mundo. Para este columnista el Parque San Martín es el ámbito público más democráitco que tenemos. Concentra a gente de las más variopintas posiciones sociales. Todos comparten el espacio. Los o las que llevan zapatillas y ropa de marca, los que van con la heladerita, sus niños y la abuela a hacer picnics en los prados, los que llegan con las sillas plegables y los perros y tienen un ojo biónico para elegir los lugares con más sombra y que juntan los desperdicios antes de irse. También las damas y los chabones contorneados en los gimnasios o los humanos que, en general, portan panza o estrías y a los que nadie obliga a pedir perdón. A mi me mata ver a las parejas cincuentonas o sesentonas que llegan con las plegables y el mate y se sientan a ver el espectáculo de la naturaleza o el devenir de los demás. Se me ocurre que es una de las formas de darse la gran vida. Posta. Lo mismo me ocurre cuando veo a las parejas veteranas caminar tomadas de la mano. Y celebro cuando distingo en el Parque a gente leyendo libros. Ahí siempre trato de pispear el título. Me he topado con gente leyendo "Dublineses", de James Joyce, o "De qué hablamos cuando hablamos de amor", de Raymond Carver. Esas cosas, lo admito, me emocionan. Parar la oreja Un ejercicio que me ha dejado el periodismo es el de parar la oreja para ver de qué habla la gente, en este caso en el Parque. Sepa desde ya, lector, que ganan por goleada los temas personales, familiares, de amistades, de enconos, y de la salud. Es el "le dije" o "me dijo" que tan bien parodiaba el finado Gasalla. Mucho más atrás vienen los temas laborales, los viajes, y casi al final los asuntos políticos. También sigue teniendo sus cultores el "¡podés creer que me dijo...!" Quienes más uso de la palabra hacen son las damas, pero no falta el varón charlatán. Impresiona ver la influencia de los perros en la vida familiar. Antes lo usual era ver a la pareja con tres hijos y un perro. Ahora es al revés, son tres perros y un hijo. Ojo, no opino, describo. En dos o tres ocasiones me han derribado en el Parque por ir en momentos de mucho gentío. Una vez fue un patinador atolondrado que se lanzó como bola de bowling -en bajada- por un sector peatonal y tiró a varios, entre ellos a mi que caí de culo, como en cámara lenta. Otra tarde, un niño de entre 7 u 8 años que venía papando moscas sin respetar la consigna N° 1 del ciclista (siempre mirar para adelante) me dio un topetazo con el manubrio de la bici y me caí de boca, o como decía una periodista de Policiales, "de cúbito ventral". A los 73 años de mi edad cada vez estoy más impresionado por la naturaleza, de una manera que antes no me pasaba. He adquirido en el Parque la costumbre de mirar detenidamente esos árboles gigantes que son como un edificio de varios pisos. La arquitectura vegetal de estos ejemplares centenarios es perfecta. La equilibrada distribución de las ramas para favorecer los contrapesos o para generar espacios que permitan al sol llegar a las hojas de más abajo es admirable. H. D. Thoreau, ese escritor y filósofo norteamericano medio chiflado y con rasgos de genialidad, escribió a mediados del 1800 que "para abordar el estudio del hombre es una gran ventaja haber estudiado profundamente la naturaleza". Lo compruebo casi a diario en el Parque San Martín.
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