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» ElDiarioCba
Fecha: 28/12/2025 09:26
La ética del otro, en tiempos de descreimiento Consumo, desconexión y esperanza Una reflexión desde el psicoanálisis propone pensar la esperanza no como promesa futura, sino como una construcción ética en el presente, basada en el reconocimiento del otro y la responsabilidad por los propios actos. Nota con la psicóloga Helga CaminosEn un contexto atravesado por incertidumbres sociales, malestar subjetivo y un creciente descreimiento en las referencias tradicionales, distintas miradas buscan pensar qué lugar ocupa hoy la esperanza. Lejos de los discursos motivacionales o las promesas de futuro, el interrogante se instala en el presente: cómo se vive, cómo se construyen los vínculos y qué valores orientan las decisiones cotidianas cuando ya no hay certezas que sostengan. El consumo ofrece una promesa silenciosa: llenar lo que falta. Frente a la angustia, la incertidumbre o la frustración, el objeto aparece como solución rápida. El debate no es nuevo. Umberto Eco y el cardenal Carlo María Martini lo abordaron en aquel texto de culto: En qué creen los que no creen, proponiendo un diálogo entre posiciones distintas, pero atravesadas por una preocupación común: la ética como base de convivencia, aun en ausencia de fe religiosa o creencias compartidas. Desde ese marco, le propusimos a la magíster Helga Caminos, presidenta del Colegio de Psicólogos, una reflexión en torno a tres ejes: la ética del otro, la esperanza como construcción del presente y los valores universales del descreimiento. Su respuesta, que se publica a continuación de manera íntegra y textual, aporta una lectura del malestar actual desde el psicoanálisis y pone en foco el vínculo entre consumo, desconexión y responsabilidad. Destaca que vivimos en una época marcada por una paradoja: nunca hubo tantas posibilidades de consumir, nunca fue tan extendida la sensación de vacío y desconexión. El consumo crece, se acelera y se vuelve insistente, mientras el lazo con la realidad y con los otros se debilita. No es solo un problema económico o cultural, sino una forma particular de responder al malestar. Además, señala: Desde el psicoanálisis puede decirse que el consumo ofrece una promesa silenciosa: llenar lo que falta. Frente a la angustia, la incertidumbre o la frustración, el objeto aparece como solución rápida. Pero esa solución dura poco. El objeto calma un instante y luego exige otro más. Así, el sujeto queda atrapado en una repetición que no satisface, pero tampoco se detiene. Y agrega: Esta lógica produce desconexión. No solo de la realidad social, sino de la propia experiencia. Cuando todo se orienta a evitar la falta, se pierde la posibilidad de preguntarse qué desea realmente. Se vive ocupando el tiempo, pero sin habitarlo. Describe que el crecimiento alarmante del consumo puede leerse, entonces, como un síntoma del descreimiento. Cuando las grandes referencias (los ideales, la fe, los proyectos colectivos) pierden fuerza, el mercado ofrece respuestas inmediatas. No invita a esperar ni a construir, sino tapar. No propone sentido, propone objetos. En este escenario, la pregunta ética se vuelve inevitable: ¿qué nos orienta cuando no hay certezas que sostengan? Aquí aparece lo que podríamos llamar la ética del otro. El otro no es un objeto más, es alguien que resiste a ser reducido a cosa. Su presencia introduce un límite: no todo vale, no todo puede ser usado sin consecuencias. Reconocer al otro es aceptar que hay algo que no se puede consumir. Es asumir una responsabilidad que no depende del lazo, allí donde el consumo empuja al aislamiento, el otro nos devuelve a la dimensión de lo humano, subraya. Sobre el final, explica que desde esta perspectiva, la esperanza no está en el futuro, sino en el presente. La esperanza como construcción del presente no es optimismo ni promesa de felicidad. Es una decisión cotidiana: sostener la palabra, cuidar los vínculos, no ceder completamente a la lógica de la satisfacción inmediata. Es aceptar que la falta existe y que no todo puede resolverse con un objeto. Y remarca: Tal vez los valores universales del descreimiento no sean la negación de toda creencia, sino otra forma de compromiso: hacerse responsable de los propios actos, reconocer al otro como límite y aceptar que la vida no ofrece respuestas cerradas. En una época de consumo acelerado y desconexión creciente, esta ética mínima puede ser una de las pocas formas posibles de esperanza compartida. En tiempos donde todo parece empujar a la satisfacción inmediata y al repliegue individual, la palabra de Helga Caminos recupera una pregunta incómoda, pero necesaria: qué nos orienta cuando las certezas ya no alcanzan. Tal vez no se trate de volver a creer, sino de aprender a responder. Responder por lo que hacemos, por cómo nos vinculamos y por el lugar que le damos al otro en una época que tiende a borrarlo. Allí, en ese gesto mínimo y cotidiano, la esperanza deja de ser una promesa lejana y se vuelve una forma posible de habitar el presente.
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