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» Diario Epoca
Fecha: 28/12/2025 04:27
No desde los números ni desde las normas, sino desde las personas. Porque el derecho previsional no se mide en leyes, índices ni fórmulas, se mide en tiempo, en espera y en dignidad. En el tiempo que una persona esperó para jubilarse, en los años trabajados sin descanso, en la ansiedad de quien no llega y en la resignación de quien cumplió todo, pero sigue esperando una respuesta. El 2025 fue el año en que esa espera dejó de ser invisible y empezó a doler con más fuerza. Fue un año de cierres y de límites expuestos. El fin de la moratoria previsional dejó a miles de personas frente a una verdad incómoda "haber trabajado toda la vida ya no garantiza acceder a una jubilación". El sistema previsional argentino hace mas de 50 años era uno de los pioneros y mejores, hoy se convirtió en una sistema frío y profundamente formalista, solo reconoce lo que está dentro de sus casilleros. Todo lo que queda fuera de ese esquema rígido simplemente no existe. Y quienes cargan con las consecuencias de esa exclusión son, casi siempre, los adultos mayores. A esa exclusión se suma una realidad que atraviesa cada consulta y cada expediente, la angustia cotidiana de vivir con haberes que no alcanzan. Cobrar menos de cuatrocientos mil pesos no es una cifra abstracta, es elegir qué pagar y qué dejar sin pagar. Es resignar medicamentos, postergar controles médicos, reducir alimentos, depender de la ayuda de los hijos o endeudarse para sobrevivir. Es vivir con miedo al próximo aumento de tarifas y con la certeza de que cualquier imprevisto puede desestabilizar por completo una economía ya frágil. El haber mínimo no solo es insuficiente, es profundamente injusto frente a una vida entera de trabajo. A esa angustia económica se suma una sensación profunda de abandono institucional. Jubilados que sienten que ya no importan, que dejaron de ser prioridad para el Estado y para el sistema. Personas que aportaron cuando pudieron, que trabajaron como pudieron, en contextos donde la informalidad no fue una elección sino una imposición. La pregunta que se repite en cada consulta es siempre la misma: "¿De qué sirvió tanto esfuerzo?". Y esa pregunta no tiene una respuesta sencilla, porque el sistema previsional actual no repara trayectorias, solo las juzga. No premia el trabajo, exige comprobantes. No protege la vejez, administra escasez. Para quienes ejercemos el derecho previsional, el 2025 fue un año especialmente desgastante. Porque no se litiga solo contra normas o resoluciones, se litiga contra la impotencia. Se escucha a personas que ya no tienen margen para esperar, que no pueden proyectar, que dependen de un ingreso mínimo para sostener su vida cotidiana. Se acompaña sabiendo que muchas veces la respuesta será tardía, incompleta o insuficiente. Defender derechos en este ámbito exige una fortaleza emocional que pocas veces se nombra. El sistema previsional mostró su rostro más rígido. No admite historias, admite datos. No escucha trayectorias de vida, valida aportes. No contempla contextos, aplica filtros. Y en ese choque permanente entre la realidad humana y el sistema cerrado, los más vulnerables quedan atrapados. El expediente avanza, pero la vida no espera. La situación de las mujeres merece un capítulo aparte. Mujeres que cuidaron padres, suegros, hijos y nietos. Mujeres que dejaron de trabajar, que resignaron ingresos y aportes para sostener a sus familias. Mujeres que aportaron desde lo invisible. Hoy, muchas de ellas quedan afuera del sistema previsional. No solo por no reunir años de aportes, sino porque al compartir bienes gananciales no superan evaluaciones socioeconómicas que no reflejan su verdadera autonomía económica. El sistema no reconoce el cuidado de los adultos mayores de la familia como trabajo, aunque sin ese cuidado muchas cosas no funcionarían. Hoy solo se reconoce el cuidado de los hijos pero muchas veces eso no alcanza. Pero esta exclusión no afecta solo a mujeres. También hay varones que trabajaron gran parte de su vida en la informalidad, a quienes nunca les hicieron los aportes, o que quedaron atrapados en los pases de un sistema a otro: cajas provinciales, regímenes especiales, cambios normativos, empleos discontinuos. Historias laborales fragmentadas que el sistema no logra reconstruir. Sin una moratoria que permita completar esas trayectorias, miles de personas quedan condenadas a no jubilarse, aun habiendo trabajado durante décadas. La ausencia de una moratoria amplia y verdaderamente inclusiva no es solo una decisión técnica, es una decisión política con consecuencias humanas directas. Implica dejar a miles de personas sin ingreso, sin cobertura médica y sin reconocimiento. Implica trasladar el costo del sistema a las familias, a los hijos y a redes informales de contención. Implica, en definitiva, profundizar la desigualdad en la vejez. Un sistema previsional que no contempla la realidad laboral de su población no es sustentable ni justo, y mucho menos humano. La inclusión previsional sigue siendo una deuda estructural. No alcanza con discursos ni con miradas parciales. Se necesitan políticas reales que reconozcan trayectorias laborales imperfectas, tareas de cuidado y desigualdades históricas. Mientras eso no ocurra, hablar de equidad seguirá siendo una formalidad vacía. El 2025 también dejó un mensaje claro para los jóvenes y para quienes hoy están en actividad. El futuro previsional no se improvisa. Pensar en la vida después de la jubilación ya no es opcional. Informarse, planificar y utilizar todas las herramientas disponibles para financiar la vida futura es una necesidad concreta. La previsión ya no empieza a los sesenta, empieza hoy. Defender el derecho previsional no es defender privilegios, es defender mínimos de dignidad. Es recordar que detrás de cada número de expediente hay una persona con nombre, historia y necesidades reales. Es asumir que la vejez no puede ser sinónimo de precariedad ni de espera eterna. El desafío que viene no es solo económico ni jurídico, es ético: decidir qué lugar ocupan nuestros adultos mayores en la sociedad que estamos construyendo. Mirando al 2026, los desafíos son enormes. Se habla de reformas y de sostenibilidad, pero ninguna transformación será justa si no pone a las personas en el centro. Y nada de esto es posible sin una justicia verdaderamente independiente: una justicia eficiente, inmediata y humana, que sea el poder real al que el ciudadano pueda acudir cuando sus derechos no son reconocidos. Sin justicia, los derechos previsionales son solo promesas. Cerrar el 2025 es también agradecer. A quienes confiaron, a quienes resistieron y a los equipos que, aun en el cansancio, siguieron adelante. Defender la jubilación es defender la vida. Que el 2026 nos encuentre con más conciencia, más planificación y una convicción intacta: acompañar vidas también es hacer justicia. (*) Abogada Egresada de la UNNE Especialista en derecho provisional y planificación patrimonial y sucesoria
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