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  • El matrimonio Rautenstrauch y el auténtico origen del Camping Musical Bariloche

    » El cordillerano

    Fecha: 28/12/2025 03:13

    COMENZARON EN COLONIA SUIZA CUANDO NI SIQUIERA EXISTÍA EL PUENTE El matrimonio Rautenstrauch y el auténtico origen del Camping Musical Bariloche A partir de 1943, Colonia Suiza sumó a los habituales encantos de sus paisajes bucólicos la musicalidad de un piano. Dos años antes, la pareja que conformaban Max y Linda Rautenstrauch había adquirido un predio y pronto inauguraron la casa que el primero había diseñado. Entre los balidos de las ovejas, las faenas de los aserraderos y el ocasional bullicio de los turistas comenzaron a filtrarse interpretaciones de música académica. Era ella, que ensayaba nada menos que cuatro horas diarias y persistió en esa costumbre verano tras verano. Por entonces no podía saberlo, pero su dedicación derivó 20 años más tarde, en la formalización del Camping Musical Bariloche. Considerable interés despertó entre lectores de El Cordillerano la publicación de una semana atrás, aproximadamente, en la cual se informaba que la entidad había restaurado y puesto a disposición de los intérpretes un piano que había pertenecido a Linda Rautenstrauch en la sala que lleva su nombre. El texto compartía algunos acontecimientos que tuvieron que ver con el origen de la institución, sinónimo de excelencia en el ámbito de música académica y su enseñanza. Con el ánimo de aportar mayores precisiones al relato hizo llegar sus aportes a este medio Juan Rautenstrauch, hijo de la pareja, quien además presidió el Camping Musical entre 1994 y 2001. De su racconto resulta que Max y Linda adquirieron 5 hectáreas en Colonia Suiza en 1941. Para contextualizar, recordemos que el ferrocarril llegó a esta ciudad en 1934 y que también ese año se instituyó el Parque Nacional Nahuel Huapi. El predio se ubicaba a orillas del Lago Moreno y mirando al cerro Campanario, según hizo saber Rautenstrauch hijo. La llamaron Quinta San Antonio y se caracterizaba por la presencia de cuantiosos manzanos, que habían plantados colonos de origen suizo 55 años antes. Por entonces, Bariloche contaba con apenas 6.000 habitantes. En ese entonces no había puente sobre el lago Moreno. Se llegaba en auto por el camino de ripio que bordeaba el lago pasando por Colonia Suiza y Bahía López hasta el Llao Llao, evocó. Música en las piedras del lago Moreno. La luz eléctrica recién llegaría un par de años más tarde. Con vacas, caballos y gallinas, Linda se instalaba desde mediados de diciembre, una vez finalizada la temporada musical de Buenos Aires, hasta bien entrado marzo, precisó Juan. Contaba con su piano, primero uno vertical adornado con flores al estilo tirolés como varios de los muebles, y luego un Steinway de 1923, en los que se ejercitaba y ensayaba no menos de cuatro horas diarias. Un Buick descapotable En aquellos tiempos, Max venía una semana para Navidad y todo febrero. Linda no manejaba, y cuando aparecía Max en su Buick descapotable 1938, que dejaba alojado en el ACA del pueblo, todo era una fiesta. Claro que ella no pasaba tanto tiempo frente al piano porque estuviera aburrida. Había nacido en Austria, donde se recibió con honores como pianista en el conservatorio de Viena. Después de un primer matrimonio que terminó en divorcio, Linda y Max se casaron en 1941 y tuvieron dos hijos: Cecile y nuestro interlocutor. En la década de 1920 y cada un por su lado, habían adoptado la nacionalidad argentina. Max se doctoró en Economía y se incorporó a una empresa familiar: la Sociedad Bracht, que operaba en la Argentina desde 1867. Su devenir se relacionó íntimamente con el de Bariloche. Con madera que proveyeron las familias Goye y Bock, zapadores del Ejército construyeron un primer puente sobre el lago Moreno. Más fácil el tránsito, en febrero de 1947 Linda invitó a la Quinta San Antonio a Guillermo Grätzer y su compañera, Susy, quienes habían creado el Collegium Musicum en Buenos Aires. Guillermo inauguró una tradición que se repetiría todos los veranos en el predio de Colonia Suiza. Juan Rautenstrauch contabilizó a Carlos Pessina, primer violín del Teatro Colón en 1949; nuevamente los Grätzer en 1950; el cellista Washington Castro en 1951; el barítono Ángel Matiello también en 1951; y nuevamente los Grätzer y los Castro en 1952. La casa rebosaba de música de cámara y de lied. Así las cosas comenzaron a realizar conciertos en la Biblioteca Sarmiento, el Hotel Llao Llao o al aire libre. Concierto al aire libre en aquellos veranos intensos. En el resto del año, Linda participaba intensamente de la actividad musical de Buenos Aires, no solo como pianista sino integrando entidades organizadoras de conciertos como Amigos de la Música, de la que fue vicepresidenta; la Sociedad Wagneriana y el Mozarteum Argentino. En consecuencia, conocía a los principales músicos de Buenos Aires y a muchos del exterior que nos visitaban, puntualizó su hijo. Como permanecía en Bariloche los tres meses del verano, promover la actividad musical le resultaba vital. Las ideas de los músicos que la visitaban, en particular las de Guillermo Grätzer, fueron decisivas. Junto con el oboísta y arquitecto Jorge Kalmar; el clarinetista Efraim Guiguy; el flautista Gerardo Levy; el oboísta Hernán Erenhaus, el cellista Favelliel y el matrimonio Weil, que interpretaba violín y cello, se preocuparon no solo por ejecutar conciertos, sino también por realizar cursos de verano como los music camps que había conocido Kalmar en Inglaterra, precisó Rautenstrauch. Amigos de la Música Las amistades y la relación con el poblado que Linda había establecido la llevaron en el verano de 1950 a promover junto a Max la creación de la Asociación Amigos de la Música, pronto Camping Musical Bariloche, precisó Juan. Su comisión directiva estuvo integrada exclusivamente por vecinos de San Carlos, como Domingo San Marín presidente; Manuel Porcel de Peralta vicepresidente y Consuelo de Luelmo; entre otros, figurando Max y Linda como asesores, porque decían que no eran plenamente de Bariloche. La flamante asociación no solo se abocaría a organizar conciertos en salas de Bariloche o al aire libre y en numerosas localidades de Río Negro, Neuquén y Chubut, sino también a administrar cursos de verano para alumnos destacados de Argentina y países vecinos, dictados por los principales maestros en las diferentes disciplinas musicales del país. El primer emplazamiento se valió de un terreno prestado por el austríaco Fritz Mandl, amigo de Max y Linda, que se encontraba a unos 500 metros del puente del lago Moreno, en la costa noreste en dirección a Llao Llao, precisó Juan. La historia que sigue es más o menos conocida. Max contribuyó a construir una edificación que contenía una gran sala de ensayos y comedor, baños y cocina. Cada diciembre, los zapadores del Ejército preparaban el terreno y montaban grandes carpas con catres de campaña para dormir. En esas tiendas, los músicos podían estar de pie para ejecutar sus instrumentos. El conjunto se desmontaba en marzo. Camping Musical Bariloche fue la denominación que entonces resultaba la más ajustada para darle a la asociación. Mientras estaba en Buenos Aires, Linda se ocupaba de la programación musical de Amigos de la Música, pero el Camping era su desvelo. Debía convocar profesores de Argentina y luego también del exterior, organizar la selección de los alumnos que participarían de los cursos para los que había gran demanda, organizar quiénes los seleccionaran en ciudades del interior y muchos detalles más, reconstruyó su hijo. En tanto, Max se ocupaba de convocar donaciones. Por supuesto, todo lo hacían ad honorem. A los músicos se les ofrecía vacaciones en el paisaje paradisíaco de Bariloche, a cambio de enseñar o aprender y con la condición de ofrecer conciertos, finaliza el recorte de Juan. Tales fueron los auténticos orígenes de la institución que, en 1989, se hizo acreedora del Premio Konex. Max había fallecido el año anterior y Linda lo acompañó al año siguiente de la distinción. Una historia inseparable: la de los Rautenstrauch y Bariloche.

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