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  • No se trata solo de una canción de odio en la cancha

    » El Sol

    Fecha: 27/12/2025 00:09

    Dejé pasar los días antes de escribir. Lo necesitaba. No para enfriar lo ocurrido, sino para entenderlo. Para asumir por qué algo que pasó en una cancha de básquet y a pesar de haber ganado ese ansiado campeonato, me dejó una marca que todavía no se va. Estaba con mi hijo. Tiene 9 años. Íbamos a ver un partido, nada más. Para él el básquet es juego, pertenencia, alegría. Para mí también. O eso creía. Pero lo que vivimos no fue deporte. Fueron expresiones antisemitas dichas sin pudor, como si fueran normales. Como si no dolieran. Y duelen. El contexto hace todo más pesado. Días antes habíamos visto la masacre de Bondi Beach. Imágenes que uno quisiera no tener que explicar nunca y menos ahora que soy padre a un hijo. Violencia real, actual, concreta. Y aun así, o tal vez por eso mismo, el odio apareció otra vez, esta vez a pocos metros, en un lugar que debería cuidar. Durante el partido no fueron solo palabras. Hubo gestos. Burlas. Señalamientos alusivos a la circuncisión, al uso de la kipá como símbolo religioso. Gestos pensados para humillar. Para marcar. Para herir. Y lo más difícil no fue verlos, sino sentir que ocurrían a la vista de todos, como si nada. Pensé como padre. Miré a mi hijo y sentí esa mezcla incómoda de bronca e impotencia que aparece cuando uno entiende que está fallando algo más grande. Pensé en lo que escucha, en lo que ve, en lo que aprende cuando los adultos no ponen un límite claro. Porque el silencio también educa, y no siempre enseña lo correcto. Días después me tocó volver sobre lo ocurrido desde otro lugar. El profesional. Ratificar los hechos, ordenar pruebas, poner palabras jurídicas a algo que, desde lo humano, es inaceptable. No fue cómodo. Tampoco fue opcional. Porque callar, incluso desde el rol técnico, también es elegir. Pero lo que más me golpeó vino después. Al entrar a páginas de básquet local , las mismas donde nuestros hijos buscan estadísticas, fotos, resultados, algún video divertido, encontré comentarios que me dieron vergüenza ajena. Emojis de jabones. Frases como prefiero la esvástica antes que la estrella de David. Ataques verbales en páginas institucionales, escritos por personas que se autodenominan hinchas del básquet. Ahí entendí que no se trataba de un hecho aislado. Que el antisemitismo está más cerca de lo que creemos. Que se cuela cuando se lo tolera. Que crece cuando nadie lo frena. Bertolt Brecht lo dijo con una claridad que incomoda: el problema no empieza con los grandes actos, sino con los pequeños silencios. Con lo que se deja pasar para no exponerse. Con la comodidad de no decir nada. Desde el 7 de octubre de 2023 el antisemitismo dejó de esconderse. No nació ese día, pero se volvió más visible, más cotidiano, más aceptado. Año tras año fue avanzando hasta aparecer donde nunca debería estar: en el deporte, en la escuela, en la vida de nuestros hijos. Esto no es una discusión política ni ideológica. Es una cuestión humana. El antisemitismo no es folklore, no es chicana y no es opinión. Es violencia. Y la violencia no se negocia. Se corta. Como padre, me duele. Como profesional, me obliga. Como adulto, no puedo callar. Porque cuando el odio aparece y nadie dice nada, el mensaje es claro. Y ese mensaje, lamentablemente, también educa.

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