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» La Nacion
Fecha: 24/12/2025 20:03
Antes de llegar a la ensalada del domingo, el aji atraveso miles de anos de historia y domesticacion. Su linaje el de Capsicum annuum acompana civilizaciones anteriores al imperio inca y su nombre aun conserva rastros de esos caminos: chilli en nahuatl, aji en taino. Despues, claro, aparecio Colon, confundio potencia con parentesco y lo bautizo pimiento, convencido de haber encontrado la version masculina de la pimienta. Ese trayecto, lleno de idas, llegadas fallidas y apropiaciones culturales, desemboca hoy en un hecho simple: el aji es una de las hortalizas mas agradecidas para cultivar en un jardin argentino. Colon no acerto ni el nombre ni la familia botanica, pero dejo una huella linguistica dificil de desarmar Como tenerlo en casa Gabriela Escriva, estudiosa del cultivo domestico, explica como merece ser tratado: Hay que darle las condiciones minimas: calor, suelo vivo y una mano paciente. La siembra es un ritual que define el ano horticola: inicios de primavera, almacigo liviano, temperatura que acompana. Cuando los plantines llegan a los ocho centimetros, llega el repique: un gesto que a simple vista parece burocratico, pero que marca su destino. El siguiente paso ocurre cuando el clima decide cooperar. Solo entonces el aji entra a la huerta. La distancia es clave: cincuenta centimetros entre plantas no es una caprichoso mandamiento academico, sino el espacio necesario para que desarrollen ramas sin competir por luz ni aire. En ese escenario, el tutor aparece como un personaje secundario pero imprescindible. El peso de los frutos y el viento pueden quebrar tallos jovenes, de una fragilidad enganosa, explica Escriva. La humedad es un capitulo aparte. El aji necesita riegos frecuentes pero detesta los suelos anegados. Por eso el compost entre tres y cinco litros por metro cuadrado actua como un aliado perfecto: crea estructura, activa microorganismos y regula la humedad. Una cobertura de paja sobre ese compost protege el suelo, suaviza la temperatura y resguarda esas raices superficiales que definen buena parte del vigor de la planta", apunta Escriva. Y en una trama donde nada existe en soledad, aparece la albahaca: companera, protectora, vecina estrategica del aji. Una planta de albahaca cada cuatro o cinco ajies es una sociedad perfecta asegura Escriva. Repelen pulgones sin quimicos y construyen una defensa viva. El resultado final, ya sea que termine en una ensalada o en una conserva casera, es apenas una anecdota. Lo verdaderamente fascinante es que, al cultivar ajies, participamos de un linaje milenario que sigue mutando, adaptandose, sobreviviendo a heladas tardias y veranos extremos.
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