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  • El gran desafío: la batalla cultural

    » Diario Norte

    Fecha: 24/12/2025 00:06

    La llamada batalla cultural se ha instalado en el vocabulario cotidiano de comunicadores, periodistas, políticos y analistas. Sin embargo, gran parte de la sociedad aún no comprende la profundidad de este concepto ni las consecuencias que acarrea. Lo cierto es que, de manera directa o indirecta, todos participamos en ella, porque se trata de un fenómeno que atraviesa nuestra vida diaria, desde lo que consumimos en los medios hasta las decisiones políticas que afectan nuestro futuro. Mucho más que un conflicto de opiniones La batalla cultural puede definirse como el terreno simbólico donde se disputa la hegemonía de sentidos e ideas. No es simplemente un conflicto de opiniones, sino una lucha por determinar qué narrativas, valores y marcos interpretativos se vuelven dominantes en la conciencia colectiva. En palabras más simples, es una gran discusión sobre qué valores, costumbres e ideas deben guiar nuestra vida en sociedad. Es el choque entre quienes defienden tradiciones y quienes impulsan cambios. Y aunque parezca abstracto, esta pelea de ideas termina influyendo directamente en cómo convivimos. Hoy, las redes sociales y los medios digitales se han convertido en el campo de batalla central. Allí, las narrativas políticas y culturales se disputan en tiempo real, con un alcance que supera cualquier frontera geográfica. Basta observar cómo un hashtag puede instalar un tema en la agenda pública o cómo un video viral puede modificar percepciones colectivas en cuestión de horas. El impacto en la política y la economía La batalla cultural tiene un correlato directo en el Estado y en las políticas públicas. Los gobiernos, al responder a determinadas corrientes de pensamiento, imponen medidas que benefician a mayorías o, en ocasiones, a sectores minoritarios con fuerte poder mediático. Este poder genera lo que se conoce como posverdad, moldeando percepciones más allá de los hechos objetivos. La política se convierte así en arena explícita de la batalla cultural: partidos y dirigentes se posicionan en torno a valores como el aborto, la diversidad o la memoria histórica. En lo económico, la disputa se refleja en debates sobre extractivismo versus sustentabilidad, mercado versus Estado, o el rol de la cultura nacional frente a la globalización. Un ejemplo claro es el debate sobre el cambio climático. Mientras algunos sectores defienden la explotación intensiva de recursos naturales como motor de crecimiento, otros impulsan políticas de sustentabilidad que buscan preservar el medio ambiente para las futuras generaciones. En el fondo, no se trata solo de economía, sino de valores: ¿qué priorizamos como sociedad, el beneficio inmediato o la responsabilidad intergeneracional? ¿Estamos perdiendo la batalla? Quienes defendemos las políticas de bienestar y el rol de un Estado presente para construir una sociedad más igualitaria e inclusiva, observamos con preocupación que esa batalla parece estar siendo perdida. El poder mediático de las corrientes ultraliberales o libertarias penetra profundamente en la opinión pública. Ejemplos sobran: según una encuesta de la Universidad de San Andrés (2024), más de 40% de los jubilados consultados apoyaba medidas de ajuste económico, incluso aquellas que afectaban directamente sus ingresos, como la reducción de subsidios al transporte. Este dato refleja cómo las narrativas pueden llevar a sectores sociales a respaldar políticas contrarias a sus propios intereses. El término "batalla cultural" se popularizó con la irrupción de los libertarios, como contrapropuesta al llamado "relato". La diferencia es clara: mientras el relato defendía políticas públicas que beneficiaban al pueblo trabajador y a los más humildes, la batalla cultural busca instalar un marco ideológico que muchas veces erosiona esos derechos. Una autocrítica profunda es necesaria, porque la realidad es que en tiempos pasados —según datos del Indec, la pobreza en 2015 rondaba 29%, frente a 41% registrado en 2023— la gente vivía con mejores condiciones materiales. Un desafío global Este fenómeno no se limita a la Argentina. En el mundo, las posiciones enfrentadas se reflejan en la economía y en la política internacional, donde los intereses militares y económicos marcan el rumbo. Los seres humanos se convierten en números y asistimos a guerras y genocidios, mientras organismos internacionales emiten resoluciones que poco cambian. La batalla cultural global se expresa en la tensión entre quienes defienden un orden basado en la cooperación y quienes promueven un modelo de dominación. Ejemplos recientes incluyen la guerra en Ucrania y el conflicto en Gaza, donde las narrativas culturales y políticas se entrelazan con intereses geopolíticos y económicos. La batalla cultural también se manifiesta en expresiones de odio y absolutismo. Los medios reproducen actitudes deplorables: el desprecio hacia una persona por su discapacidad o por su pensamiento político son ejemplos de cómo la condición humana se degrada cuando se pierde el respeto. En este sentido, la cultura no es un adorno, sino el núcleo que define cómo nos relacionamos y qué valores sostenemos. El rol de los medios y el camino hacia adelante Los medios de comunicación y las plataformas digitales cumplen un papel decisivo. No solo informan, sino que moldean percepciones y emociones. La lógica del algoritmo premia la polarización, porque los contenidos más extremos generan mayor interacción. Así, la batalla cultural se intensifica y se convierte en un espectáculo permanente, donde la verdad queda relegada frente a la emoción y la viralidad. Un ejemplo reciente es la forma en que se discuten temas de género y diversidad. Mientras algunos medios promueven la inclusión y la igualdad, otros difunden discursos que apelan al miedo o al rechazo. La batalla cultural se libra en cada noticia, en cada comentario y en cada publicación compartida. El gran desafío es recuperar el diálogo en paz y con respeto. Reconocer que incluso quienes piensan distinto pueden tener una cuota de verdad es fundamental para construir una sociedad más justa. La batalla cultural no debe convertirse en una guerra de aniquilación simbólica, sino en un espacio de debate que fortalezca la democracia y garantice que todos vivamos plenamente nuestros derechos y obligaciones. Necesitamos promover una cultura del encuentro, donde las diferencias no sean motivo de odio, sino de aprendizaje. La historia demuestra que las sociedades que logran integrar diversidad de ideas y valores son más resilientes y creativas. La Argentina, con su tradición de pluralismo y debate, tiene la oportunidad de transformar la batalla cultural en un motor de renovación democrática. (El autor es ingeniero y exgobernador de la provincia del Chaco).

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