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» Cronista.com
Fecha: 23/12/2025 21:10
Después de años de vaivenes, el mercado inmobiliario argentino enfrenta un punto de inflexión. El 2026 aparece en el horizonte como una prueba decisiva para saber si el sector logra dejar atrás un ciclo prolongado de estancamiento o si continúa atrapado en una dinámica de espera e incertidumbre. Las variables que observan compradores, desarrolladores e inversores son conocidas: crédito, tipo de cambio, tiempos administrativos y reglas de juego. La diferencia estará en cómo se ordenen. La primera señal a monitorear es el crédito hipotecario. La continuidad de las líneas bancarias, combinada con tasas razonables y procesos más simples, es un factor determinante para que vuelva a activarse la demanda, en especial en el mercado de viviendas usadas. Cada requisito adicional se traduce hoy en una barrera concreta para familias que podrían acceder a una propiedad. En las plazas del interior, donde el crédito tiene mayor peso relativo en la decisión de compra, este punto resulta aún más sensible. El segundo eje pasa por la eficiencia de los municipios. La construcción necesita previsibilidad en los plazos para demoliciones, permisos de obra y habilitaciones. Cuando estos procesos se extienden más de lo razonable, los costos aumentan y muchos proyectos pierden viabilidad. Este fenómeno no se limita a la Ciudad de Buenos Aires: también impacta en centros urbanos con fuerte actividad privada y en ciudades intermedias, donde la agilidad administrativa puede definir si una obra avanza o se frena. La tercera condición es la estabilidad cambiaria. En un mercado que opera de hecho en dólares, la volatilidad genera parálisis inmediata. La experiencia muestra que no es tanto el nivel del tipo de cambio lo que importa, sino la previsibilidad. Cuando el dólar se mueve bruscamente, las operaciones se congelan; cuando se estabiliza, incluso por períodos cortos, la actividad se reactiva con rapidez. Un sendero más claro en este frente podría devolver firmeza a las decisiones de compra y negociación. Un cuarto elemento clave es el financiamiento para nuevos desarrollos. Instrumentos específicos, como créditos para obras en pozo, pueden funcionar como motores anticíclicos, especialmente fuera del AMBA. Sin acceso al financiamiento, muchos proyectos no superan la etapa inicial. Con herramientas adecuadas, se amplía la oferta, se diversifica el mercado y se genera empleo, al mismo tiempo que se moderan tensiones sobre los precios. El blanqueo de capitales aparece como otro factor relevante, siempre que logre transmitir confianza y estabilidad en el tiempo. Existe liquidez disponible, pero muchos inversores permanecen al margen por la falta de previsibilidad. Un marco claro y sostenido podría canalizar esos fondos hacia desarrollos inmobiliarios y proyectos productivos, en particular en ciudades del interior donde la inversión temprana resulta decisiva. Por último, cualquier proceso de reactivación debe contemplar a las industrias que abastecen a la construcción. Cuando los materiales nacionales no logran competir en igualdad de condiciones con los importados, los costos se desordenan y los márgenes se reducen. Un esquema que equilibre esa competencia permitiría sostener precios y ritmos de obra más razonables. De cara a 2026, el sector seguirá de cerca una combinación de indicadores: crédito vigente, agilidad administrativa, estabilidad cambiaria, financiamiento disponible y señales regulatorias claras para los inversores. Ninguno de estos factores, por sí solo, garantiza un repunte. Pero si se alinean, pueden generar el punto de inflexión que el mercado inmobiliario argentino viene esperando. Más que una apuesta optimista, se trata de una lectura pragmática: cuando las condiciones mínimas se ordenan, el real estate responde con rapidez, tanto en las grandes ciudades como en el interior del país.
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